Lunes 09 de Agosto de 2010 23:05 Miguel Fernández-Díaz, Miami
La marcha ritual de las Damas de Blanco, la inmolación de Orlando Zapata
Tamayo, la prolongada alimentación parenteral de Guillermo Fariñas, la
mediación del cardenal Jaime Ortega, los buenos oficios del canciller
español Miguel Ángel Moratinos y otras movidas de primer impacto
mediático parecen ser, como anotó Lenin en algún cuaderno, "remolinos,
saltos de agua y espumas [de] la corriente profunda, que se desplaza
invariablemente río abajo".
Al conmemorar este 26 de julio, con chaqueta verde olivo y tras ofrenda
floral a Martí, Castro deslizó en su encuentro con Pastores por la Paz y
otros: "Yo creo ahora más que nunca que están más cerca de que los
suelten [a los cinco espías penitentes de la Red Avispa] antes de fin de
año (…) Me responsabilizo con decírselo a la familia".
La conjunción: destierro, arresto y canje
El destierro de presos políticos a España sugiere cierto entendimiento
con Washington sobre la base de la propuesta de Raúl Castro (diciembre
18, 2008) en su primera visita oficial a Brasil: "Esos prisioneros de
los que hablan… ¿Ellos quieren que los dejemos ir? Nosotros los vamos a
enviar con sus familias y todas sus cosas. Devuélvannos a nuestros cinco
héroes. Eso es un gesto de ambos lados. Vamos a hacer gesto por gesto".
A través del portavoz de la Oficina para América Latina, Heidi Bronke,
el Departamento de Estado respondió de inmediato que los presos
políticos eran asunto "independiente" del caso de los "cinco héroes".
El arresto (diciembre 5, 2009) del estadounidense Alan Phillip Gross
propició un lábil equilibrio. En sesión de la Asamblea Nacional
(diciembre 20, 2009), Raúl Castro esgrimió a Gross como prueba de que
"el enemigo está tan activo como siempre" y sentó la acusación de
espionaje por "abastecimiento ilegal con sofisticados medios de
comunicación vía satélite [a grupos] en contra de nuestro pueblo". Así,
Gross se insinúa como pieza clave del canje que pudiera rematarse con el
limitado surtido de segurosos cubanos encarcelados por espiar para EE
UU: Adrián Álvarez (desde 1985), Armando Medel (1993), Rolando Sarraf
(1995), Egberto Escobedo (1995), Claro Alonso (1996), Juan Carlos
Vázquez (1997) y Ernesto Borges (1998).
Las visitas del cardenal Jaime Ortega a Washington previenen ya contra
la imaginación sociológica del papel de la Iglesia católica en el
trasiego de los presos. Como "pueblo de Dios", los feligreses en Cuba
suelen acordarse de Jesucristo cuando truena y como no hubo sesión ad
hoc de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC), en la reunión
(mayo 19, 2010) con Raúl Castro toda esa iglesia se redujo al tándem
jerárquico del cardenal y su obispo acompañante, Dionisio García,
presidente de la COCC.
Ortega había estado ya en Washington (junio 21-27) para entrevistarse
con Arturo Valenzuela, secretario de Estado adjunto para Asuntos del
Hemisferio Occidental, y con el congresista Howard Berman (D-CA),
presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de
Representantes. Nada se sabía hasta que lo sacó The Wall Street Journal.
Luego el propio cardenal anunciara (julio 7) la promesa oficial de
liberar en cuatro meses a 52 presos remanentes de la Causa de los 75, en
medio de la visita del canciller Moratinos a Cuba, lleno de optimismo
ante la posible remoción de la Posición Común de la Unión Europea (UE)
frente a Cuba. Los ministros de relaciones exteriores de la UE
pospusieron hasta septiembre las conclusiones sobre su revisión anual
del tema, a la espera de los resultados del "diálogo" entre Iglesia y
Estado.
Ortega acaba de viajar de nuevo a Washington, para recibir (agosto 3) el
Premio Gaudium et Spes de la Orden de los Caballeros de Colón y, como de
pasada, reunirse con James L. Jones (Consejo de Seguridad Nacional) e ir
al reenganche con Valenzuela. Una de las "voces alternativas" en Miami,
el bloguero Max Lesnik, cantó ya la jugada: "Se impone un paso del
gobierno del presidente Barack Obama en relación a la libertad de los
cinco cubanos presos, acusados de agentes de la inteligencia cubana
infiltrados en Estados Unidos. Y de la parte cubana debe esperarse, en
cambio y respuesta, la libertad del agente norteamericano Alan P. Gros y
la de los otros cubanos que cumplen condenas por servir a los intereses
políticos del gobierno de Washington en Cuba".
La disyunción: banquero y obispo
La negociación Castro-USA se ha tornado ahora más espiritual con
respecto a los presos, porque corresponde al cardenal Ortega la función
de recadero que hacia 1979 desempeñó el banquero cubanoamericano
Bernardo Benes, quien en tal virtud se arrogó haber gestionado con
Castro la liberación de 3,600 presos políticos. Benes se reunió de
entrada con Tony de la Guardia y José Luis Padrón, alabarderos de Castro
para recaudar divisas, y la liberación de los presos se acordó (agosto
de 1978) por funcionarios de Castro y de la Casa Blanca en Cuernavaca
(México). Esa reunión fue una de las ocho que la administración Carter
sostuvo en secreto con emisarios de Castro entre mayo de 1978 y
septiembre de 1980.
En su libro The Closest of Enemies (1988), el entonces jefe de la
Sección de Intereses de EE UU en Cuba, Wayne Smith, dedicó a Benes un
solo párrafo (páginas 146-47) para describirlo como simple recadero
entre Washington y La Habana. El director de Asuntos Latinoamericanos y
del Caribe del Consejo de Seguridad Nacional, Robert A. Pastor, activo
participante en las negociaciones secretas, ni siquiera se acordó de
Benes al escribir sus memorias bajo el título Whirlpool: U.S. Foreign
Policy Toward Latin America and the Caribbean. El cardenal Ortega debe
correr mejor suerte con Jones y Valenzuela. Por algo es Su Eminencia.
Para empezar, Phil Peters (Lexington Institute) se desentendió enseguida
(julio 8) del correveidile a Washington y ensalzó a Ortega por "lo
elegante de [haber] logrado establecer este diálogo con el gobierno,
entre cubanos".
La semejanza: CIA y disidencia
Junto con la perseverancia de las Damas de Blanco, los sacrificios de
Zapata Tamayo y Fariñas influyeron en la actual dinámica negociadora
Castro-USA, pero no cabe interpretar que atemorizaron o acorralaron al
gobierno castrista. Esos géneros de imaginación sociológica o consuelo
psicológico circulan en el mercado negro de ideas sobre "el problema
cubano", a pesar de las experiencias acumuladas por lo menos desde que
Lyman B. Kirkpatrick, inspector general de la CIA, criticó a la agencia
por haberse engolfado en la invasión a Bahía de Cochinos sin considerar
el arraigo político y la capacidad militar del régimen de Castro, que de
antemano condenaban al fracaso a la Brigada de Asalto 2506, incluso si
JFK hubiera dado el apoyo aéreo que canceló.
Quien piense a estas alturas que el gradiente de heroísmo desde Zapata
Tamayo, pasando por Fariñas, hasta las Damas de Blanco pusieron al
castrismo contra la pared dista mucho de haber comprendido "ese fenómeno
histórico denominado revolución cubana". Al día siguiente de fallecer
Zapata Tamayo, Fariñas se declaró en huelga de hambre. Si hubiera muerto
también, nada hubiera pasado en el orden político, como nada pasó cuando
otros diez cubanos murieron por la misma causa en las prisiones de
Castro entre 1966 y 1992. Pero el caso de Fariñas y la liberación de los
presos acabaron por adquirir tinte humanitario antes que político. No
por gusto Granma fue autorizado a entrevistar (julio 3, 2010) a Armando
Caballero, jefe de los servicios de terapia intensiva del hospital donde
estaba ingresado Fariñas, para abundar en sus cuidados.
Tampoco habría pasado nada dentro de la Isla si a Castro se le hubiera
ocurrido exigir a las Damas de Blanco que se vistieran de negro o no
marchaban más. Desde luego que siempre podrá alegarse cambio de
circunstancias y presión internacional, pero hace medio siglo que el
castrismo prosigue arreglándoselas para ser-ahí, en el más recto sentido
heideggeriano. La clave es simple: por lo menos desde que Marx se enredó
con la filosofía hegeliana del Derecho se sabe que "el poder material
sólo puede derrocarse con otro poder material".
La maldita circunstancia del agua por todas partes se conjuga con que,
por ninguna parte, aparecen rivales de Castro con iniciativas que se
adueñen de las masas para transformarse en poder material. Eso de "salgo
por televisión o Internet, luego existo" surte nada más que efectos de
entretenimiento en el exilio y en audiencias más extrañas. Por algo
Castro, a quien se podrá acusar de cualquier cosa menos de mentecato,
insiste en que "esos llamados disidentes son una realidad virtual, no
existen, es un número insignificante y, además, dirigidos por la Oficina
de Intereses de Estados Unidos" (Biografía a dos voces, 2006, página
392). El último resorte anticastrista sería el comodín sociopolítico
"pueblo de Cuba", en su versión socorrida de "mayoría silenciosa" de
cubanos dentro de la Isla que votan y aplauden por temor.
La diferencia: burro y garrote
La falta de otra "minoría histórica" que contrarreste al grupo político
de Fidel Castro ha generado tanta impotencia que hasta los cubanólogos
maquinaron el "raulismo" para contraponerlo al "castrismo", por encima
de la regla de higiene mental que prohíbe multiplicar entes sin
necesidad. Ante la insoportable evidencia contraria, salieron con que el
raulismo "se desvaneció", como si junto con él no se esfumara también la
"cubanología" que lo inventó. Así y todo, el foco delirante de un Raúl
distinto y hasta opuesto a Fidel continúa encendido, aunque las
divergencias no pasen, por ejemplo, de escribir Fidel, en reflexión
(diciembre 4, 2008) contra Obama, "que la teoría de la zanahoria y el
garrote no tendrá vigencia en nuestro país" y decir Raúl, al llegar a
Brasil dos semanas después, que la tesitura de Washington "es como la
política del burro y la zanahoria". Todo parece indicar que los
cubanólogos rehúsan calar a fondo en la experiencia vital de los
hermanos Castro a partir del episodio en que, siendo alumnos internos
del colegio La Salle y estando de vacaciones en Birán, los padres
desfogaban críticas y regaños en Raúl, porque con 5 ó 6 años andaba ya
"por la libre", y Fidel zanjó la cuestión así: "Denme la
responsabilidad, yo me ocupo de él" (Biografía a dos voces, 2006, página
84).
Coda
Washington persistió en mantener a Cuba dentro de los países
patrocinadores del terrorismo y el Departamento de Estado se ha cuidado
de negar que está considerando el canje de las avispas penitentes, pero
las administraciones Nixon y Carter negaron también estar al habla con
Castro. Lo más concreto hasta ahora es que Ricardo Alarcón aseguró a
France Press en Ginebra (julio 20) que "la voluntad del gobierno cubano
es la de sacar de la cárcel a todas las personas" sin condenas por
crímenes de sangre. Así que hay pie bastante para que la Coordinadora
Nacional de Presos y Ex Presos Políticos (CNPEPP) y la Comisión Cubana
de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) empiecen ya a
revisar a fondo sus listas para tener idea aproximada de qué personas de
carne y hueso merecen ser liberadas.
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/2759-dialectica-de-lo-concreto.html
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