12-08-2010.
Dania Virgen García
Periodista Independiente
(www.miscelaneasdecuba.net).- Adrián, como tantos otros jóvenes cubanos,
fue a la cárcel por la ley de la peligrosidad social predelictiva. Lo
condenaron a cuatro años de privación de libertad.
La mayor parte de su condena la pasó en el penal de Guanajay. Ahora que
salió en libertad no sabe qué va a ser de su vida. Sólo está seguro de
una cosa: prefiere morir antes que volver a la cárcel.
Habla un poco enredado. Le faltan varias muelas y dientes. Los perdió en
una golpiza que le dieron poco antes de salir en libertad. "Fue por
culpa del hambre que pasaba en la prisión", dice.
Adrián y otros presos atendían el huerto que estaba detrás de las
barracas.. El coronel jefe de la prisión tenía varias gallinas que se
paseaban libremente por entre los sembrados. Un día, Adrián no pudo
resistir el hambre ni vencer la tentación de comerse una de las gallinas.
-¿Estás loco? Si te agarran, te van a moler a golpes- le advirtieron los
presos que trabajaban con él.
-No me interesa, tengo hambre y me la voy a comer- respondió.
No fue difícil agarrar a una de las gallinas, torcerle el pescuezo y
arrancárselo. La ocultó en unos matorrales al fondo de las barracas,
buscó una cazuela con agua, juntó unas ramas y con ellas hizo una
fogata. Desplumó al ave, la abrió con una cuchilla de afeitar y la puso
a cocinar. Cuando estaba hervida, la roció con un poco de sal que
guardaba en un bolsillo del pantalón y sació su antojo de comer pollo.
Esa misma noche lo llevaron a la oficina del coronel. El jefe tenía dos
guardias a su lado. -¿Por qué se comió la gallina?- preguntó el coronel.
-Porque tenía tremenda hambre- respondió Adrián.
El oficial lo miró muy serio y le dijo: -Usted sabe que esa es una falta
muy grave y más sabiendo que ya está al salir en libertad. Pero no tema,
no le voy a perjudicar su libertad, pero puede estar seguro que se va a
arrepentir toda la vida de haberse comido una de mis gallinas.
En ese momento, el coronel dejó caer su bolígrafo al piso y ordenó a
Adrián que lo recogiera. Cuando se agachó, recibió una patada en la
espalda. No pudo virarse para ver quien lo había pateado. Cuando lo
golpearon en el rostro, sintió como si se le desprendiera la mandíbula.
No recuerda nada más. Cuando despertó al día siguiente en la enfermería,
descubrió que le faltaban varias muelas y dientes.
Salió en libertad tres días después. Refiere que cuando iba a atravesar
la puerta principal del penal, se le acercó un militar sonriente que le
dijo: -Te deseo suerte en la calle. Ojala se te olvide pronto lo que te
pasó por comerte la gallina del jefe.
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