Verdades y mentiras
By CARLOS ALBERTO MONTANER
El gobierno turco se siente ofendido. El Comité de Relaciones Exteriores
del Congreso norteamericano declaró que la matanza de más de un millón y
medio de armenios ocurrida entre 1915 y 1917 fue un genocidio. Los
gobernantes turcos no discuten que la matanza ocurrió. Lo que no aceptan
es que haya sido un genocidio. Fue, según ellos, una lamentable
consecuencia de la Primera Guerra mundial. No los exterminaron, dicen en
voz baja, por ser armenios, sino por separatistas y traidores. En
aquellos años Armenia formaba parte del imperio otomano.
La distinción es absurda. Fue un genocidio porque se trató de una
``limpieza étnica'', como se les comenzó a llamar hace unos años a esas
matanzas cuando los serbios y croatas se enfrascaron en sus mutuas
cacerías en la antigua Yugoslavia. Pero lo interesante del debate no es
esa discusión semántica (y jurídica), sino la conflictiva relación con
la verdad que tienen la mayor parte de los gobiernos o las entidades
poderosas. Hay verdades que no quieren admitir, ni siquiera tras un
siglo de ocurridos los hechos. Objetivamente, un siglo después de
aquella atroz carnicería, ¿qué importancia tiene que el gobierno turco
acepte que asesinar a millón y medio de personas de origen armenio fue
una barbaridad por la que pide excusas pública y humildemente?
Hace pocos años, Estados Unidos pidió perdón por haber internado a los
japoneses-americanos en campos de concentración durante la Segunda
Guerra mundial. Antes lo había hecho por esclavizar a los negros y por
masacrar a los indios, despojarlos de sus tierras e incumplir casi todos
los tratados firmados con ellos. Los papas, cada cierto tiempo, bajan la
cabeza y reconocen que el Santo Tribunal de la Inquisición fue una cruel
salvajada de la que hoy los católicos se avergüenzan. Una de las páginas
más hermosas de la transición chilena fue cuando el presidente
democrático Patricio Aylwin les pidió perdón a sus compatriotas por los
excesos cometidos por el Estado durante la dictadura militar.
Fue, sin embargo, una honrosa excepción. Los latinoamericanos, como los
turcos, no suelen pedir perdón. Los gobiernos de derecha, que han
cometido graves atropellos contra las minorías étnicas desde que se
constituyeron las repúblicas, prefieren no hablar del tema. Las
dictaduras de izquierda tampoco. Los Misquitos y Ramas nicaragüenses
llevan más de 20 años esperando que Daniel Ortega les pida perdón por
las matanzas que los sandinistas llevaron a cabo en los años ochentas.
Los cubanos, todavía bajo el impacto de la muerte por hambre y sed de un
joven preso político, volvieron a asombrarse cuando leyeron, hace unos
días, un texto de Fidel Castro en el que aseguraba que su gobierno no
torturaba ni asesinaba. Parece que había olvidado, entre sus muchos
crímenes, cómo su policía política había ahogado deliberadamente a 41
personas que intentaban huir en un bote, muchas de ellas niños y
mujeres, el 13 de julio de 1994.
Las dos palabras mágicas de cualquier idioma son: ``lo siento''. Ese es
el abracadabra de las relaciones personales e internacionales. Ahí
comienzan a sanar las llagas y el agraviado percibe el inicio de su
recuperación emocional. Recobra algo de su disminuida dignidad. Si hay
algo peor que cometer una injusticia es la contumaz negación del hecho.
Cuando los historiadores revisionistas niegan el holocausto judío no
sólo cometen una estupidez intelectual: ofenden a las víctimas y a sus
descendientes, reabren las heridas y provocan un profundo malestar en
las personas ofendidas.
os seres humanos están hechos para la justicia, la verdad y la
coherencia. Hay biólogos que postulan la existencia de un gen moral. Se
sabe que los primates superiores resienten la entrega de recompensas
diferentes a miembros del grupo que han tenido comportamientos
similares. Cuando mentimos, o cuando simulamos emociones que no
sentimos, el cuerpo se rebela con varias reacciones enérgicas: nos sudan
las manos y las axilas, el corazón se acelera, cambian la coloración de
la piel, el tono de la voz y la intensidad de la salivación. Algunos
científicos sociales sospechan que esa disonancia entre lo que se cree y
lo que se manifiesta es el origen de muchas neurosis graves. ``Sólo la
verdad os hará libres'', dijo San Juan [Evangelio según San Juan, cap.
8, versículo 32]. Le faltó agregar que también nos da estabilidad emocional.
CARLOS ALBERTO MONTANER: Verdades y mentiras - Opinión -
ElNuevoHerald.com (7 March 2010)
http://www.elnuevoherald.com/2010/03/07/669789/carlos-alberto-montaner-verdades.html
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