Miércoles 31 de Marzo de 2010 09:29 Pablo Díaz Espí y Michel Suárez, Madrid
Lech Walesa celebrando con miembros del Sindicato Solidaridad.
Lech Walesa, ex presidente polaco y Premio Nobel de la Paz (1983), 
organizó y dirigió, entre 1980 y 1990, el sindicato independiente 
Solidaridad.
Electricista en los astilleros de la ciudad de Gdansk, fue miembro del 
comité organizador de las huelgas que, en 1970, terminaron con la muerte 
de más de 80 trabajadores por parte de las fuerzas del régimen 
comunista. En 1980 Walesa se convirtió en líder de las nuevas protestas, 
cuyo éxito hizo que el régimen polaco cediera y permitiera a los 
trabajadores organizarse libremente. Más de diez millones de polacos se 
unieron a Solidaridad, hasta que la presión soviética hizo que el 
general Jaruselzski decretara la ley marcial y mandara a Walesa a prisión.
Una nueva oleada de huelgas, en 1988, obligó al gobierno comunista a 
negociar otra vez con Walesa y demás líderes sindicales. Solidaridad 
volvió a la legalidad y se convocaron elecciones en las que el 
sindicato, participando como coalición política, obtuvo una abrumadora 
mayoría. Walesa fue nombrado primer ministro de Polonia en 1989, y en 
1990 ganó las elecciones y desempeñó el cargo de Presidente del país 
hasta 1995. En Madrid, ciudad en la que ha asistido al seminario Europa 
en Solidaridad con Cuba, Walesa charla con DIARIO DE CUBA.
¿Cuán cerca cree que estamos los cubanos de lograr una transición a la 
democracia?
Me sorprenden enormemente tanto Castro como su régimen: han caído las 
bases, los fundamentos del sistema comunista, y a pesar de la cercanía 
de la Isla con Estados Unidos, el régimen resiste. Me avergüenza que el 
mundo libre no sepa cómo salir de este anacronismo. Sin embargo, la 
tarea fundamental está en manos de los propios cubanos. Lo único que el 
mundo libre puede hacer es apoyar la transición; no puede reemplazar a 
los cubanos en su responsabilidad. Esto quiere decir que no me gusta 
demasiado el trabajo que los cubanos están haciendo.
¿Ve en Cuba elementos para una transición pactada, como la polaca; o en 
todo caso, qué haría falta para una transición así?
Lo que haría falta es algún movimiento similar al sindicato Solidaridad, 
aunque sea de otro tipo. Los cubanos son demasiado individualistas. Se 
ha ido demasiada gente al exilio, y eso debilita la lucha. Además, el 
régimen es inteligente. Sabe cómo lidiar con la oposición, cómo dividir 
a la sociedad. Y división es lo que se percibe. División y escasez de 
disidentes.
Esto último, sin embargo, no es grave. En Polonia la situación fue 
similiar. También fuimos pocos, yo diría que, proporcionalmente, los 
mismos que en Cuba. Pero supimos aprovechar la oportunidad para animar 
al pueblo.
En el caso cubano habrá que identificar el momento justo. En Polonia 
jugó un rol el santo padre Juan Pablo II, quién nos agrupó, nos unió en 
oración. Y nosotros supimos aprovechar la concentración de gente. En 
Cuba, la visita del santo padre no dio ningún resultado. Sin embargo, 
otra concentración o agrupación de gente —un evento deportivo, un 
concierto—, podría servir para encender la mecha.
Me parece que hacen faltan individuos capaces de identificar ese momento 
propicio para proponerle al pueblo la oposición como vía posible.
¿Cuál debería ser el rol de los exiliados?
Preparar a sus paisanos de la Isla. Los exiliados deberían proponer la 
futura estructura del país, los programas de reconstrucción. Y antes, 
luchar contra el régimen castrista ofreciéndole propuestas al pueblo, 
diciéndole a la gente, por ejemplo, que con esas propuestas se va a 
ganar más dinero, que cuando caiga el régimen se creará empleo… Llevo 
mucho tiempo tratando de lograr ese tipo de actividades de parte de los 
exiliados cubanos, pero me parece que no veo una reacción.
¿Qué fue lo más difícil de la transición en Polonia?
El principio, el momento inicial para forzar al viejo sistema a que 
retrocediera. Después, ya improvisando, las cosas cambian. En Polonia, 
después de cada manifestación de la oposición, el régimen comunista 
organizaba una contramanifestación. Lo mismo sucedía en el resto de 
países de Europa del Este. Los regímenes se vanagloriaban mostrando la 
cantidad de gente que supuestamente los apoyaba.
Sin embargo, con la visita del Papa, los disidentes pudimos demostrar 
que éramos una muchedumbre aún mayor. Y cuando formábamos esa 
muchedumbre le dijimos directamente al régimen: Nosotros somos un gran 
número, y no queremos que nos representen, ustedes no son nuestros 
representantes. Y ese fue el choque que no pudieron aguantar, porque no 
podían hacer más propaganda. Haría falta que en Cuba sucediera una cosa 
así. Aprovechar un evento público y decirle al régimen: No te queremos, 
no queremos que nos representes.
¿El hecho de que Jaruzelski se pasee tranquilamente por las calles de 
Polonia es una normalidad, una necesidad o un sacrificio para los 
antiguos disidentes polacos?
Lo que pasa es que nosotros no podemos usar los mismos métodos que el 
antiguo régimen. Nuestro lema fue: luchar con la ley contra la falta de 
legalidad. Y ahora, en democracia, los políticos no están para decidir 
quién o quiénes lo han hecho mal. Eso queda en mano de los tribunales. Y 
los miembros del antiguo régimen están en los tribunales, sin cesar. 
Pero los políticos no deberían ocuparse de esas cuestiones. De los 
políticos se requiere que estructuren las maneras de poder saldar 
cuentas con los miembros del antiguo régimen, no saldarlas ellos mismos. 
Por otra parte, los viejos miembros del régimen, en el caso polaco, se 
defienden muy bien, tienen abogados bastante astutos, y resulta muy 
difícil, en democracia, demostrar el mal que han hecho. Juzgarles es muy 
difícil. Eso no gusta a mucha gente, a mí tampoco. Pero yo luchaba por 
un sistema legal, por el imperio de la ley.
En el caso cubano, Castro no tiene otra salida que suicidarse. Es una 
persona bastante inteligente y sabe que ha perdido. ¿Qué puede hacer 
ahora mismo, rechazar su vida entera? No. Y como no tiene el valor de 
matarse, he ahí el problema. Tiene al ejército, y me parece que ese 
ejército es una bestia a la que no hay que presionar demasiado, porque 
se va a defender haciendo daño. Hay que encontrar la manera de dejar el 
paso libre para que esa bestia se salve, de una u otra forma. No sé cómo 
hacerlo, pues es un asunto muy sensible. De lo que sí estoy seguro es de 
que hay que evitar que esa bestia dé un zarpazo.
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/970-castro-no-tiene-otra-salida-que-suicidarse.html
 
 
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