Fernando García | 10/09/2009 - 18:06 horas
Hace un par de meses afirmamos que el verano se presentaba crudo en
Cuba. Fue en un reportaje sobre lo que llamamos la "policía eléctrica":
el cuerpo de inspectores que investiga y sanciona los casos de derroche
o "sobreconsumo" de electricidad, así como los de pufo mediante
manipulación del contador. El Gobierno acababa de adoptar con todo rigor
la consigna de "ahorro o muerte", lo que en el día a día se traducía y
sigue traduciéndose en la mencionada represión del desmadre energético
en el hogar y, sobre todo, en fuertes restricciones al uso de aire
acondicionado en el centro de trabajo. Todo ello so pena de fuerte
multas o de apagones de castigo. Sudor o lágrimas, podríamos decir.
Nuestra obvia afirmación sobre el duro verano que entonces empezaba, y
por cierto acaba ahora con los mismos agobios, mereció la atención y los
insultos de un medio de la prensa oficial cubana. Insultos extendidos a
otro medio español que, con mayor tino y extrema sencillez, había
vaticinado un estío "caliente". El columnista oficial nos replicó a
ambos que lo que iba a caracterizar el verano iba a ser en todo caso un
fervoroso "calor revolucionario".
Bueno, vale. Pero ahora, en puertas ya del otoño, podemos corroborar que
el verano ha sido y sigue siendo muy duro en Cuba. Ya no sólo por el
calor y las medidas de ahorro. Ni por la cortedad del salario y la
insuficiencia de los productos subvencionados. También porque los
problemas de abastecimiento de mercancías básicas que siguieron a los
ciclones del año pasado persisten. Puede que las carencias no se hayan
agravado, aunque a ratos se diría que sí, pero no tampoco hay indicios
de que vayan a menos.
Las causas son complejas y numerosas. Podemos citar algunas que nadie
discute, y ya nos salen unas cuantas: hay dificultades e ineficiencias
en la producción, transporte, almacenamiento, conservación y
distribución de alimentos, materias primas y mercancías acabadas; hay
graves problemas en la cadena de pagos que agobian a los proveedores
nacionales y ahuyentan a los de fuera, problemas que tienen su origen en
una alarmante falta de liquidez. Y hay corrupción y robo de bienes de
todo tipo.
El caso es que hacer la compra en La Habana constituye una empresa de
titanes. No es una gran novedad. Los huecos en estantes o mostradores de
frutas y verduras son como los síntomas de una enfermedad crónica. Unos
días no quedan huevos, otros días falta la sal, a veces no se encuentra
pescado y hasta el azúcar está "perdido" en ocasiones. No es nuevo, no,
pero los deprimentes vacíos en las baldas del súper parecen agrandarse
por momentos. Y hay agravantes poco alentadores.
A crónicas carencias, ansiedades crónicas. Sobre todo cuando se corre la
bola, cierta o falsa, de que tal o cual producto va a dejar de verse en
los próximos meses. Es el caso del papel higiénico. El run-run de que
los rollos de celuloide iban a desaparecer llevaba semanas recorriendo
los pasillos de los grandes almacenes cuando la alarma estalló
definitivamente a primeros de agosto. Entonces un funcionario convirtió
el rumor en noticia al reconocer oficialmente que sí, que el elemental
producto de higiene podía agotarse antes de fin de año. Si ya antes las
partidas de sanitario se acababan en un abrir y cerrar de ojos, a partir
de ese día las apresuradas operaciones de acaparamiento empezaron a
ocasionar verdaderos problemas de tráfico en las tiendas: algunos
compradores acumulan tantos paquetes en el carrito, que las torres que
forman con ellos hasta les impiden la visión y, claro, los choques son
inevitable.
"¡Vaya si vuela el papel. Eso no dura aquí ni cinco minutos, chico!",
reconocía el domingo un empleado de la tienda Palco: un establecimiento
controlado por el máximo órgano político del país, el Consejo de Estado,
a través de su empresa "Palacio de Convenciones" (curiosidades de Cuba).
El caso es que el dependiente de Palco nos aclaró que al menos hasta dos
días antes el papel se había ido recibiendo con cierta normalidad, cada
mañana, aunque nunca había más de un par de horas en la estantería. Así
que, al parecer, el aviso del funcionario se habría adelantado con mucho
a la presunta crisis.
La alarma está ahí, en todo caso. Una amiga cubana nos confirmó e
ilustró así la "matazón" social por el objeto de deseo en que se ha
convertido el elemento de limpieza: "Ayer mi madre me dijo: "Hija,
quiero que salgas a la calle a buscar papel higiénico". ¡Imagínate tú!
Uno se pone así, tan solemne, cuando hay que salir a buscar trabajo. O a
un hermano que está perdido. Pero para buscar papel higiénico…
¡Caballero, por favor!
Otro amigo consideró en cambio que nadie debería echarse las manos a la
cabeza ante las perspectivas de recesión en el mercado de esta útil
mercancía. "Perdona que entre en detalles en un tema tan escatológico,
pero es que los cubanos siempre hemos tenido algunos problemillas en
este aspecto de nuestra vida", me soltó. Y se explicó: Mira, yo recuerdo
cuando era casi un crío y las cosas no estaban tan mal, pero casi
siempre faltaba papel en rollo y había que recurrir a otras cosas. Lo
que más usábamos en casa eran las revistas rusas. Había muchas, aunque
recuerdo especialmente una que se llamaba Films. Había que arrugar las
páginas, machacarlas para reblandecerlas... No era fácil. Y según quién
saliera en la foto a uno le daba no sé qué. Me vas a perdonar, pero yo
prefería los textos…".
Es probable que a muchos lectores españoles de más de 45 todo esto les
suene. O que al menos no les resulte marciano. El que escribe recuerda
privaciones similares en los años sesenta y setenta, y jamás olvidará
las severas calidades táctiles de aquella cosa llamada El Elefante, un
papel tanto o más espartano como el de prensa, sólo que sin tinta.
Querido lector: nos adherimos a la petición de disculpas de nuestro
amigo por ahondar en un asunto tan prosaico, pero se trata de una
preocupación cotidiana que tiene su calado en la vida diaria de los
cubanos. Sí, hay psicosis de papel higiénico.
Diario de La Habana (10 September 2009)
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20090910/53782207305.html
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