Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - María es devota de Ochún. En
la religión católica este Orisha lo identifican con la Virgen de la
Caridad del Cobre. En su iniciación, el oriaté, el maestro de ceremonia
de iniciación, considerado sabio en la Regla de Ocha (la santería), al
leer los caracoles del Diloggún durante la ceremonia del Itá, le dijo
que Ochún no quería que su hija trabajara. La diosa se encargaría de
suministrarle el sustento.
Una vez salida de las ceremonias de iniciación en la santería, ya como
hija consagrada a Ochún, María fue a su trabajo a pedir la renuncia. Eso
sucedió hace diez años. Actualmente, está de visita en Cuba con su
esposo extranjero, quien la mantiene, gustoso de tener una mujer siempre
en casa.
En definitiva, los años de estudio gratuitos de María pagados por el
Estado cubano los borró el dictamen religioso. Como única labor, ella
contribuye a iniciar a otros creyentes en la santería cuando sus
hermanos de religión la llaman a "trabajar en un santo".
Pero en Cuba son miles a los que el santo no les impide trabajar por un
salario. Esos no lo hacen porque estiman que ocupar una plaza laboral
estatal no servirá de nada al desarrollo de su vida.
Primeramente, exponen el argumento del salario. Cuál es la razón, se
preguntan, para trabajar por un sueldo con el que sólo pueden comprar
algo más allá de lo básico e imprescindible para sobrevivir.
Segundo, la mayoría vive en familia, junto a padres, hermanos, sobrinos,
tíos, primos y entre todos se ayudan. Algunos de los miembros de la
familia, casi siempre el padre o la madre, o ambos, tiene un trabajo
que es la entrada económica legal de la casa. Sin embargo, son los
aportes obtenidos de la economía emergente los más importantes,
destinados a satisfacer las necesidades.
Tercera y definitiva razón: el futuro profesional que les puede ofrecer
una plaza de trabajo, con excepción de una en el sector del turismo, no
les interesa.
Justo en esta semana, Susana, antigua secretaria y hoy desocupada,
consiguió veinte dólares como retribución por los turnos médicos que
obtuvo para una anciana vecina, y después de cambiarlos por 18 CUC en
una casa de cambio clandestina, compró un par de zapatos para su hijo
adolescente.
En su familia, de muchos miembros, nadie trabaja para el Estado. Uno de
sus hermanos repara equipos electrodomésticos, otro mantiene un pequeño
terrenito y carga materiales a cualquiera en un carretón tirado por un
caballo, la madre, lo mismo vende mermeladas y refrescos, que tamales.
Sobrinos y sobrinas vegetan a la espera de algo que no se termina de
concretar.
Si hace 14 años el por ciento de desempleo en la isla era de 7,9, y
hasta hace poco, las autoridades cubanas exclamaban a voz en cuello que
habían alcanzado el pleno empleo, ahora reconocen que hay 189 mil
cubanos que no quieren trabajar.
A pesar de los planes sociales para jóvenes estudiantes, con sueldo, más
los planes territoriales de empleo, más los mensajes de exhortación de
los medios de comunicación, todavía esa cifra oficial es menor que la real.
La valoración social del trabajo en la conciencia colectiva de la
sociedad se rebajó bastante desde los años 90 y aún no ha recobrado
prestigio suficiente
Cuba: Los parados (29 April 2009)
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