Publicado el 05-20-2008
Cuba, el siglo fallido
Por Armando Añel
Este 20 de mayo se cumple un aniversario más de la instauración de la
República de Cuba, formalizada en 1902. Más de un siglo de independencia
formal, sin embargo, no ha sido suficiente para encarrilar a la nación
por el camino de la madurez democrática y el Estado de Derecho, y lo
peor es que, muy probablemente, ello no ocurrirá a corto o mediano
plazo, con castrismo o sin él. La Isla necesita asumir un proceso de
renovación cultural y/o reformulación de la autoestima nacional que
deberían adelantar sus elites. Pero, lamentablemente, sus elites –salvo
las excepciones acostumbradas- insisten en no darse por aludidas. Así
que hay muy poco que celebrar.
La larga noche del castrismo –parafraseando el título del comandante
Hubert Matos- no es más que una consecuencia de los déficits culturales
acumulados, incluso históricamente celebrados, por la cubanidad. El
castrismo no es más que una criatura desovada por la República, que a su
vez es una criatura desovada por una cultura sobre la que la soberbia,
el clientelismo y la picaresca han ejercido jurisdicción. Claro está,
estas deficiencias han sido minuciosamente abonadas por el totalitarismo
vigente, pero de lo que se trata es de ir a la raíz del asunto. Como
estableciera la ya célebre frase del general dominicano Máximo Gómez, el
cubano o no llega o se pasa. Precisamente, en lo referido a la
autocrítica de fondo que desde hace décadas precisa la cultura nacional
para revitalizarse y/o renovarse, el cubano no acaba de llegar.
En un sentido sociológico, el castrismo es el altoparlante a través del
cual se ha expresado lo peor de la cubanidad. Lo peor pero también lo
más estridente: ese nacionalismo histriónico, despistado, pretencioso
como pocos, que durante más de un siglo ha sido incapaz de fraguar la
nación y/o civilizar el país en cualquiera de sus variantes -ya sea como
aliado u opositor de Estados Unidos-, y que sin embargo continúa dándose
golpes de pecho. Cuando en 1959 la revista Bohemia publicaba en gran
tirada la imagen de un jefe de la revolución al que comparaba con
Cristo, no retrataba más que los delirios de grandeza de un pueblo entre
cuyos principales lastres figuran el engreimiento y la altisonancia.
Además de otros déficits no menos influyentes:
–La intolerancia del que se cree portador de la verdad, tan bien
expresada en aquella frase de que "el cubano se las sabe todas". Un
rasgo cultural que se aviene mal con la conciliación de intereses, el
pluralismo político y la democracia representativa.
–El clientelismo o "sociolismo", ocasionalmente identificado por el
neolenguaje revolucionario como "tráfico de influencias". No importa lo
que eres o eres capaz de hacer, sino a quién conoces o con quiénes te
relacionas. De quién eres hijo o de quién eres hermano o de quién eres
socio o de quién eres amante o, más directamente, a quién sirves.
Naturalmente, la eficiencia queda relegada a un segundo plano.
–Una dinámica del choteo que encuentra en la picaresca vegetativa su
caldo de cultivo por antonomasia. En este contexto la responsabilidad o
la ética no sólo no parecen razonables: resultan anodinas o risibles.
Incluso la dependencia económica es resultado de algunas de las
deficiencias culturales anteriormente relacionadas. De ahí que la visión
martiana de una nación económica y políticamente independiente no
cuajara tras el fin de la ocupación estadounidense. Tras el advenimiento
de la República, "un proceso de centralización comenzó a agrupar las
grandes plantaciones azucareras, frenando el crecimiento de una clase
media rural", considera el profesor Jaime Suchlicki en "Breve historia
de Cuba".
Según este autor, otro de los factores que contribuiría a abotonar el
corsé de la dependencia económica fue el de "la vieja actitud española
que favorecía el trabajo intelectual sobre el manual.
Muchos cubanos, particularmente los pertenecientes a las clases altas,
extendieron un estigma social sobre el comercio y los negocios y dejaron
estos esfuerzos en manos de grupos de inmigrantes, especialmente
españoles, chinos y judíos". Ojo: hace ya más de cien años que "el
cubano se las sabe todas".
Se cumple un aniversario más de la instauración de la República de Cuba
y no se trata, por supuesto, de demonizar dicho evento. Se trata de
potenciar los mejores rasgos de la cubanidad, aquellos que la hacen
compatible con el desarrollo y la democracia –la creatividad y la
perseverancia, por ejemplo-, al tiempo que se asimila lo más destacable
de culturas que, como la anglosajona –también, cómo no, con sus
carencias e imperfecciones-, han hecho posible el Occidente civilizado.
A fin de cuentas, ha sido desde la humildad, la asimilación y la
afirmación de sus valores culturales –suena contradictorio, pero las
culturas cuando se asimilan se reafirman y enriquecen- que algunas de
las naciones más desarrolladas del planeta salieron del subdesarrollo en
el siglo XX. Un siglo lamentablemente fallido para Cuba.
letrademolde@letrademolde.com
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