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Wednesday, June 03, 2015

Un país sin huevos

Un país sin huevos
El hombre del día en el agromercado de la EJT de Tulipán era aquella
mañana Marino Murillo, vicepresidente del Consejo de Ministros
miércoles, junio 3, 2015 | Rafael Alcides

LA HABANA, Cuba. -El hombre del día en el agromercado de la EJT de
Tulipán era aquella mañana Marino Murillo, vicepresidente del Consejo de
Ministros y timonel del Frankenstein económico con que el gobierno de
la Isla intenta mantenerse a flote. En una de las sesiones del en aquel
momento aun inconcluso Congreso de la Asociación Nacional de
Agricultores Pequeños, Murillo había comprometido a los congresistas a
aumentar sus producciones para consolidar el socialismo.

Murillo fue muy técnico; escueto pero preciso, rogando sin que lo
pareciera, o tal vez como Pilatos cuando se lavó las manos, dijo sin
decirlo que la cosa, o sea el futuro de la nación, estaba en manos de
los agricultores. Por supuesto, la gente en aquella cola de cuatro en
fondo y media cuadra de largo dentro del agro para comprar huevos, reía,
reía. ¿Vio alguien a Henry Ford o a Rockefeller u otro de los grandes
empresarios del mundo exhortar a sus obreros a aumentar la producción
para mejorar al país o para ganar una guerra? En casos de trabajo
over-time (tiempo extra) ¿cómo lo obtenían los empresarios? Y volvía la
gente a reír.

Aparecido el corrosivo humor cubano, alguien imaginó cuando al volver
de La Habana aquellos congresistas cebaditos se comieran un lechón
asado, agarraran un taburete y recostados al tablado del portal,
guitarra en mano, se pusieran a "bacilar" al también obeso Murillo.
Quería el colega por parte de la romana aumentos de producción. Pues
entonces que la pague, y que la pague a tiempo y de paso que se ocupe
del petróleo para el motor del agua y demás insumos, o que libere la
agricultura. Enseguida un viejito con un solo diente recogió aquel
texto en una décima con estrambote, y en medio de tan improvisada fiesta
de la imaginación seguían apareciendo los agricultores desayunando con
abundantes masas de puerco fritas y almorzando gallinas en fricasé y
asando lechones el domingo. Entonces, cada vez que al oscurecer se les
apareciera en la casa un grupo con un par de botellas en plan de formar
un quateque, estarán felices en el fondo de que se les pague mal y
tarde, pues esto les ha permitido mantener arriba los precios de lo que
venden por la izquierda y tener así más tiempo para la guitarra y el
lechón y el engordar hasta tener que ser transportados en rastras como
bidones de agua de cincuenta y cinco galones.

La cola no avanzaba por los colados de siempre, esos personajes que
llegan a la cola a última hora y son introducidos para luego ellos
mismos introducir a otros. Al menos cabía la esperanza de que con
suerte los huevos alcanzaran para quienes habíamos vencido los primeros
veinte metros. El otro lugar a donde con más frecuencia los traen a la
zona es El Viso, de 26 (por Zapata), pero en El Viso ya a las tres de la
mañana hay gente marcando por si vinieran. Desde años atrás el huevo,
con los agujeros negros y lo que pueda haber después de la muerte,
pertenece al misterio. Y en la cola se recordaban de cuando, hace
cincuenta años, en los días en que el gobierno se enfrascaba en la
famosa zafra de los diez millones, constituía la comida nacional junto
a los chícharos y el arroz blanco. De tanto comerlo, se había vuelto
odioso y hasta los perros se negaban a seguir siendo alimentados con
huevos. Puede que por eso, vitoreando a Fidel, se les tiraban a quienes
se iban del país. Enigma semejante y más grave por razones de precio, es
la carne de cerdo. En aquel entonces a cuatro pesos cincuenta centavos
la libra de pierna y hoy a veintiocho y a treinta y dos pesos cuando no
escasea. Algo más recordaba compungida una mujer elegante volviendo al
huevo de la nostalgia, en aquel entonces costaban cinco centavos. Ahora,
sin siquiera tener una segunda yema, te cobran un peso diez centavos
por huevo.

Del humor, la gente estaba pasando a la amargura, y a lo que con la
amargura suele llegar. Entonces les dio por pensar en el vergel
cucalambeano en el cual se transformaría aquel agro desprovisto de la
noche a la mañana si a Murillo, volviendo a la realidad, le diera por
pronunciar las palabras mágicas. Sólo faltaba que se acabaran los huevos
para que en la cola se produjera una explosión. El viejito con un solo
diente volvió a cantar su celebrada décima, pero esta vez nadie
aplaudió. Había pasado el momento de la broma.

Source: Un país sin huevos | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/un-pais-sin-huevos/

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