Ir de tiendas
VERÓNICA VEGA | La Habana | 8 Mayo 2014 - 12:49 pm.
Alamar: en este 'período especial' en que vivimos, cualquier lugar puede
ser punto de partida para un extraño viaje.
Estando en una tienda en pesos cubanos, en Alamar, entendí que cualquier
lugar puede ser punto de partida para un extraño viaje.
Pretendía acceder al área de "ropa reciclada", demarcada por una soga
extendida y atada a dos mostradores. Así que en cuanto la distraída
dependienta, que conversaba con alguien (de espaldas al público) se
enteró de mi presencia y me autorizó a pasar, tuve que inclinarme
humilde e incómodamente bajo la soga para acceder a donde estaban las
perchas.
Me maravilló la mala presencia de la mercancía: pulóveres desteñidos,
algunos manchados o con algún descosido. Las perchas ladeadas, la ropa
manoseada y reubicada de mala gana, supongo que por clientes anteriores.
Todo viejo, pasado de moda, con olor a abandono.
Mi mente enlazó la sensación que me oprimía con un recuerdo inesperado:
un libro que leí por los 90, Poesía ignorada y olvidada, un ensayo que
recoge lo que sobrevivió de la tradición oral de culturas barridas por
la civilización, en todo el mundo.
No recuerdo el autor de la compilación, solo un poema que ha permanecido
en mi memoria más con el sentido que con las palabras textuales.
Los versos hablan con la voz de una mujer envejecida, que en una región
remota, enfrentando una helada cuyo soplo se filtra por los resquicios
de su cabaña —el abrigo insuficiente, el hambre royéndola—, piensa en el
hijo que nunca llegó a formarse en su vientre, ya estéril, y se alegra
en silencio de que no esté ahí, pegado a su seno, su carne tierna
expuesta al sufrimiento.
Yo, a veinte años de haber leído el poema, a siglos de que fuese creado,
frente a esas perchas, pensé en mi madre, fallecida hace tres meses. En
cómo siendo aún joven le gustaba ir "de tiendas", y en esa alegre
peregrinación, más que a elegir, se dedicaba a soñar con lo que
compraría cuando "se pudiera".
Echando un vistazo a mi alrededor comprobé la ausencia de un probador y
hasta de ese trozo de espejo que en tiendas parecidas alguna dependienta
ofrece, solo para tener una idea de cómo nos queda la prenda elegida,
que en este caso hay que probarse a la vista de todos, encima de la ropa
puesta.
Miré el resto de los productos: herramientas, detergente líquido aguado
(no importa si viene sellado), jabones sin estuche, toda una
parafernalia sin calidad ni estética. Nada que se compre por la
tentación del gusto, sino por estricta necesidad.
La tienda misma tenía una puerta clausurada, rejas de pura cabilla, sin
adornos, alguna que otra tabla reemplazando un cristal roto, completando
el efecto de aplastante decadencia.
Y por cada detalle de estropicio o de mal gusto, por cada segundo de
desatención, me reconfortaba pensar que mi madre no me acompañaba en mi
sensación, que ella no será más testigo obligado del desplome (en cámara
lenta) que nos ha tocado experimentar a los cubanos. Hijos de la
ignorancia y el olvido, del "período especial" sin fecha de caducidad.
Source: "Ir de tiendas | Diario de Cuba" -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1399535621_8485.html
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