Voto contra la violencia
Lucas Garve
LA HABANA, Cuba, febrero, (Fundación por la Libertad de Expresión,
www.cubanet.org) -La violencia arrastra a situaciones inesperadas. Una
máxima muy antigua de origen latino es la de "optima medicina
temperantia est." Creo que esta es una de las pocas frases que recuerdo
de los dos cursos de latín en las aulas universitarias, ahora cada vez
más presente en mi mente, la mejor medicina es la moderación, la
temperancia.
La sociedad cubana ha practicado y utilizado la violencia para resolver
sus entuertos desde largo tiempo. Violenta fue la sociedad del siglo
XIX, levantada sobre la violencia de la esclavitud. Violenta fue la
república nacida luego de una ocupación no deseada, erigida sobre la
épica de los generales de las contiendas independentistas.
No es extraño, pues, que al cabo de más de cien años, todavía se note la
ausencia de estudios historiográficos abarcadores y profundos sobre los
cambios en la sociedad civil de aquella época, las asociaciones, los
clubes sociales, la prensa, los gustos, el comercio, la introducción e
instalación de nuevas tecnologías. En su lugar, componen nuestro relato
nacional, de manera preferente, la épica de las acciones y los textos
testimoniales de carácter militar.
La civilidad que el genial cubano Martí privilegió, quedó anulada por la
pericia del manejo del machete y las peripecias del filo de la
herramienta devenida arma de combate predilecta, como respuesta
adecuada a la violencia colonial.
Con el tiempo, la violencia ha signado los cambios en la República.
Obsérvese los resultados del 33, las transformaciones después del 59.
Pero como un boomerang, la violencia en su carácter irracional se vuelve
contra quien la desarrolla.
Hoy, son muy escasas las circunstancias interpersonales en la comunidad
en que la violencia no cuenta como factor inmediato. El encierro de
cerca de tres centenares de personas por ideas políticas, diferentes a
las que el régimen preconiza, constituye una forma de violencia hacia
los individuos y sus familiares al nivel más alto.
Hoy en la isla, las respuestas no violentas por parte de los activistas
de la oposición a la agresión de la intolerancia gubernamental sientan
la pauta de grupos contrarios al régimen. Sin embargo, no solamente de
la violencia represiva gubernamental deseo tratar.
Sacudió hace pocos días a La Habana, la capital cubana, el hecho
fatídico de la muerte de un estudiante a manos de un joven maestro por
una inconsecuente e irresponsable riposta a la burla impertinente de
otro educando.
A pesar de ser la muerte del agredido lo peor del caso, la falta de
divulgación, de búsqueda de las causas que condujeron al desenlace
trágico, la ausencia de una explicación y reprobación ante un acto tan
inexplicable por parte de las autoridades mediante los medios de
comunicación, agranda la repercusión del sangriento hecho.
Si es justificable no publicitar de forma morbosa la violencia, tampoco
se halla una solución con el silencio de estos casos. De una manera u
otra, la propagación de comentarios más o menos exactos acerca del
evento es inevitable entre la población anonadada.
Pero no exclusivamente, los hechos violentos son de naturaleza
sanguinaria. La violencia puede expresarse de forma verbal, como la más
de las veces somos testigos cotidianamente, también gestual, por medio
de gestos de desprecio, de amenaza física, al lanzar un objeto hacia el
interlocutor. En ocasiones, una respuesta adecuada a un comportamiento
inapropiado en lugares pública arroja en una lluvia de insultos e
improperios sobre la persona que muy correctamente reclamó para todos el
orden del buen proceder.
En Cuba, al parecer, no hay violencia sexual, ni acoso u hostigamiento
de tal índole, mientras las calles son testigos a cualquiera hora del
día de atracos, golpeaduras, puñaladas y se escuchan no pocas anécdotas
sobre violaciones. Recientemente, se ha destacado la falta de voluntad
gubernamental a reconocer públicamente hechos de abusos a menores.
Un conocido mío que asistió a una fiesta particular, se despidió de los
anfitriones y los otros asistentes poco antes de las 10 y media de la
noche. Amparado por la semi oscuridad, su agresor logró clavarle un
punzón en unos de los pulmones, dejándolo tirado en el suelo, horas más
tarde, gracias a una operación urgente en un hospital cercano al lugar
de los hechos, salvó la vida. Pero todo lo anterior no tuvo ninguna
repercusión pública, exclusivamente a nivel de su círculo de familiares
y amistades. Esto ocurre muy corrientemente. Hasta hoy, se desconoce
todo del agresor.
Además, padecemos la violencia sonora, provocada por los gritos, los
altoparlantes, las bocinas de equipos de reproducción de vecinos, de
eventos públicos, etc. que afectan al resto de la comunidad.
Sin dudas, la causa de esta violencia doméstica y social tiene fuente en
el desdén por la concertación de compromisos, la búsqueda, la conjunción
de y hacia puntos de interés comunes a manera de mediaciones que eviten
los desenlaces extremos con consecuencias fatales, por el hábito de
privilegiar los actos de enfrentamiento en lugar de la discusión
propiciadora de soluciones cívicas.
Para desterrar los hábitos de violencia, junto con la educación social
de carácter cívico que incite a los educandos a hallar vías de
concertación en lugar de enfrentamiento, es imprescindible desarrollar
hábitos de convivencia a todo nivel social, hasta con uno mismo al
desarrollar una conciencia responsable.
No comments:
Post a Comment