Tecnología: libertad
El fracaso de Alarcón y del sistema educacional de la Universidad de
Ciencias Informáticas.
Antonio José Ponte, Madrid
No hace muchos años, los terrenos donde hoy se alza la Universidad de
Ciencias Informáticas de La Habana se encontraban ocupados por radares
soviéticos dispuestos para captar información estratégica. Moscú pagaba
renta por conservar allí sus artefactos, y regalaba al gobierno de la
Isla los subproductos de tal pesca, información relativa al sur de
Estados Unidos. El lugar era conocido como la base de Lourdes.
Más tarde, amparándose en lo costoso del mantenimiento y lo innecesario
del rastreo, el gobierno ruso decidió desmantelar sus radares y cerrar
la base. Lo hizo sin consulta alguna con La Habana, y prestó a Fidel
Castro motivo de quejas para uno de sus discursos. Otra vez las grandes
potencias se entendían entre ellas sin recabar opinión del gobierno
revolucionario cubano. Obedecían otra vez al modelo de la Crisis de los
Misiles, con Moscú y Washington negociando sin ofrecer participación
alguna a La Habana. Y ahora el país, estancado imaginariamente en la
Guerra Fría, perdía el equilibrio establecido entre la base de radares
soviéticos de Lourdes y la base naval estadounidense de Guantánamo.
Clausurada la base de radares, desmontada toda la ferretería, pareció no
existir idea mejor que construir allí una ciudad universitaria, una
suerte de Silicon Valley revolucionario. La base de Lourdes, devenida
Universidad de Ciencias Informáticas, entró así en el grupo de
sustituciones simbólicas de las últimas décadas.
Un grupo donde, por sólo citar unos pocos ejemplos, caben la conversión
de La Cabaña en sede de la Feria Internacional del Libro y de la Bienal
de Artes Plásticas, la transformación de un cuartel de la policía
secreta en dependencias administrativas del Museo Nacional de Bellas
Artes, o la construcción de una tribuna antiimperialista frente a la
Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana.
Donde existiera antes una base de inteligencia, fue abierta una
universidad, centro de investigaciones equiparable al polo de
investigaciones biotecnológicas existente ya en la capital. Se trataba,
a la larga, de continuar por otra vía las mismas actividades que
realizaban allí los radares. Se trataba de propiciar la investigación y
de formar profesionales prestos a participar en la guerra cibernética
del país. Tocaba a los egresados de la Universidad de Ciencias
Informáticas perfeccionar cada vez más el bloqueo sobre la información
ejercido por el gobierno, les tocaba refinar los sistemas de filtrado.
Cualquier ofensiva cibernética habría de recabar el trabajo de esos
profesionales (Podrán considerar exagerados estos planes, pero quien
haya seguido, a través de mesas redondas televisivas e intervenciones
suyas, los avances de Fidel Castro en la comprensión del ciberespacio,
recordará que, luego de un momento inicial de desinterés, el mandatario
formuló la pretensión de colmar las redes con información cubana. Según
él, era cuestión de saturar lo infinito).
Objeciones al poder
Por todo lo anterior, para las autoridades tuvo que resultar de sumo
interés el recién celebrado intercambio con representantes de los 10.000
estudiantes del centro de estudios. Quedó encargado de presidir tal
diálogo Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder
Popular. La reunión formaba parte de los diversos debates sostenidos en
todo el país, en todas las esferas.
Celebrada a puertas cerradas, sin participación de prensa, era ocasión
propicia para un intercambio verdadero, que rindiese frutos. Los jóvenes
podrían elevar a la mesa directiva sus inquietudes, y podrían extenderse
hacia temas de carácter general, más allá de lo docente. Entre todos los
reunidos hallarían soluciones a los problemas del país.
No obstante, pese a tan generosa convocatoria, Ricardo Alarcón y quienes
lo acompañaron en la mesa directiva no estaban preparados para la clase
de intercambio suscitado. Pues, según noticia el corresponsal habanero
de la BBC, Fernando Ravsberg, subió el tono de las críticas entre los
estudiantes, y sus objeciones alcanzaron al sistema electoral que
Alarcón representa.
Los jóvenes atacaron la imposición de doble moneda, la prohibición de
hospedaje en los hoteles a ciudadanos cubanos, así como la imposibilidad
de viajar al extranjero. Objetaron el voto único por el que tanto se
clamara oficialmente (Fidel Castro le dedicó una de sus reflexiones
periodísticas), y exigieron que cada ministro rindiera cuenta pública de
sus planes de desarrollo y fuese removido del cargo al no cumplir con
tales planes.
Las respuestas de Ricardo Alarcón evidenciaron su incapacidad para
sostener un diálogo de esta clase. Se vio obligado a reconocer su
ignorancia en diversos temas de gobierno, pretendió esquivar con ingenio
los escollos que se le presentaban. Pero lo único que consiguió fue
rebajar el nivel del intercambio. En respuesta a los reclamos de salir
al extranjero, tuvo la ocurrencia de afirmar que no podía hablarse de
viajar como si se tratara de un derecho. "Si todo el mundo, los 6.000
millones de habitantes pudieran viajar a donde quisieran, la trabazón
que habría en los aires del planeta sería enorme", comentó.
Redujo, así, un asunto de derechos humanos a triquiñuelas económicas.
Infantilizó la polémica al darse cuenta de que ésta lo rebasaba. Y, tal
como hubiesen deseado los estudiantes de la Universidad de Ciencias
Informáticas, al rendir cuentas de su gestión públicamente, abundó en
razones que recomendarían su abandono de todo puesto de responsabilidad.
Pero no fue su ineptitud lo más notable de la reunión, pues ningún otro
funcionario cubano (ni siquiera el de más alta graduación) habría
conseguido sostener aquella batería de interrogaciones sin echar mano a
subterfugios, sofismas e infantilidades. Lo más notable estuvo en el
hecho de que esos mismos estudiantes en los cuales se cifran esperanzas
oficiales para la guerra tecnológica, aquellos que tendrían que
garantizar el fuerte racionamiento tecnológico de la población, llevaran
como reclamación suya el acceso a internet, y preguntaran por qué estaba
prohibida la utilización de Yahoo.
A juzgar por tales reclamaciones, al fracaso de Ricardo Alarcón como
político demostrado en la reunión, habría que sumar el fracaso del
sistema educacional de la Universidad de Ciencias Informáticas. ¿Qué
confianza dedicar en lo adelante a muchachos que no acaban de entender
que el país está en guerra? ¿Cómo se atreven a exigir transparencia de
los ministros y libre flujo de información desde el extranjero? Se han
vuelto locos los nuevos radares de la base de Lourdes. Han dejado de
resultar fiables.
Otros horizontes
Para aportar más desconfianza aún, el corresponsal habanero de la BBC
confirma haber tenido acceso a un vídeo de la reunión. Lo cual significa
que alguien, uno al menos de los presentes en aquella cita, ya hizo suya
la costumbre de dejar correr libremente la información. Lo cual viene a
significar también que una tecnología diminuta y artera pone en manos de
la prensa extranjera detalles vitales, preciosos. Y de este modo
trasciende el desaprobado que unos estudiantes han propinado al
presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. (Gracias a la
miniaturización tecnológica, dentro del país se filman los más
independientes documentales y cortometrajes. Y ha sido posible, gracias
a la utilización del correo electrónico, la convocatoria de protestas de
artistas y escritores).
En la propia Universidad de Ciencias Informáticas de La Habana,
inauguraron hace unos pocos días un grupo escultórico del arquitecto
brasileño Oscar Niemeyer. La estructura de acero representa a un dragón
de fauces abiertas al cual se enfrenta un hombrecito armado con una
bandera cubana. Alegoriza, según su autor, la defensa de la soberanía
contra el monstruo imperialista. Regalo de Niemeyer a Fidel Castro (es
decir, de un arquitecto de cien años a un maltrecho estadista
octogenario), persiste en las viejas mitologías: donde hubo un campo de
radares queda una estatua, pero la lucha es la misma.
Juzgado por las fotografías, el grupo escultórico resulta horrible.
Calculo que los jóvenes estudiantes sabrán desembarazarse de él mediante
burlas. Soldados para la guerra tecnológica como debieran ser, esos
estudiantes acaban de demostrar que sus obsesiones son otras, bien
distintas de las que se esperaban de ellos. Ambicionan otros horizontes,
en viajes y conocimientos. Descreen del sistema político, tal como
existe hoy. Exigen libertad de información, y al menos uno de ellos,
quien ofreció a un corresponsal un vídeo, ejercita esa libertad que
tanto irrita a las autoridades.
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