2008-02-08.
Ciro*
La Habana, 4 de febrero de 2008. Existen serios indicios de que la
nación cubana se aproxima a una crisis determinante para su futuro.
Luego de más de año y medio de sustitución ejecutiva del dictador
enfermo, la situación económica, política y social continúa
deteriorándose y los problemas vitales y urgentes de la población están
tan presentes como antes de ese evento.
La inquietud y desasosiego aumentan por días cuando surgen otros
problemas que también se siguen acumulando y que repercuten directamente
en las necesidades vitales de la sufrida población. El hecho más
revelador de esta situación ante la opinión pública mundial lo
constituye el creciente y alarmante número de fugas furtivas del país,
alcanzando cuotas nunca antes vistas.
El grupo gobernante sustituto en el poder permanece encasillado en la
misma visión esquemática y engañosa de la realidad que el anterior
mandamás. Al contrario de aliviar la presión social y económica de la
excesiva ingerencia estatal en la vida y relaciones sociales de la
ciudadanía, ha fortalecido su arbitraria ejecución de funciones
centralizadas. Entretanto, argumentando falta de recursos y la necesidad
de analizar con detalle, continua obviando o dando largas a las
soluciones urgentes.
Por recientes medidas de orden económico que refuerzan medidas de
intrusión del más rancio y viejo corte, queda muy claro que tiene como
punto de mira para el futuro mantener e incluso incrementar más su
control arbitrario. Para ello, continua la práctica del anterior
dictador en funciones, que utiliza como método de gobierno el secretismo
y la ausencia de transparencia, el acecho y la sorpresa.
En este sentido, se anuncian de sopetón medidas que en la práctica hacen
más insostenible aún la existencia diaria de todos, incluidos los
estamentos sociales mejor beneficiados. Se ve como sigue la constante
encerrona legal e inesperada con leyes que perjudican y dificultan cada
vez más la vida de los cubanos.
Los ciudadanos son compulsados brutalmente mediante la represión física
y mental, con sanciones desproporcionadas a "delitos" que no tipifican
como tales en ninguna otra parte del mundo. Tanto en las oficinas del
Gobierno, con la Asamblea Nacional como apéndice obediente y unánime
aprobador, se legislan a escondidas y en secreto leyes que en nada
ayudan a solventar las crecientes necesidades reales, ya en muchos casos
rayanas con la supervivencia miserable de la población.
Pese al discurso oficial aperturista, se hace todo lo contrario, y ante
la crisis social que se avecina el Estado parece seguir apostando por el
método de ordeno-obedece, y las llamadas a la disciplina, al castigo y
la prisión preventiva como si la ciudadanía fuera un hato de cautivos a
los que sólo hay que castigar más o menos hasta que se calmen y olviden
sus perentorias necesidades.
La distorsión de la realidad y la cruel deformación que ha provocado
esta práctica de ausencia de transparencia y progreso real de la nación
han lacerado la honradez y el espíritu de respeto a la legalidad en la
ciudadanía en general. La población toda acepta como natural y hasta con
admiración el éxito económico que conlleva la violación de las leyes.
Por la subterránea gestión económica exitosa que esto representa, se
hacen admirables la prostitución, la compra-venta de productos
malversados, el soborno y la venta de influencias. El robo, el hurto y
la estafa son elementos funcionales dominantes en las relaciones no sólo
entre Estado-Ciudadano, sino entre los miembros de la sociedad.
Como resultado de este descarnado retroceso de los sentimientos y los
valores morales y familiares, algo muy típico en una población penal, el
encanallamiento, la violencia y la degradación se vuelven algo muy
corriente, siendo aceptados con tremebunda naturalidad e indiferencia.
Como resultante, es evidente que la ciudadanía actúa cada vez más al
margen de la estrecha vía en la que la han confinado por muchísimas
leyes absurdas. Las personas delinquen en un intento de sobrevivir y
sacar beneficios, lo que en otra sociedad normal lograrían honestamente,
amparados por un sistema legal equitativo para todos.
Todo esto proviene y lo agrava el maltrato institucionalizado por las
leyes y la práctica del modo de gobierno emanado del Estado. La cúspide
de este proceso degradante se alcanza con el ignominioso apartheid del
nacional no sólo con la clase gobernante sino también en relación con el
extranjero, teniendo como factor importantísimo, aunque no muy visible,
la esterilización y exclusión del concepto del derecho en el ánimo de
cada cubano, no importa cuál sea su nivel social. Nadie tiene derechos
inamoviblemente establecidos y por tanto nadie piensa en términos legales.
Los derechos no son sino los que van y vienen, concedidos o retirados
por la clase dominante muchas veces por elemental y cruel capricho
personal o de acuerdo a un interés específico del Poder que en nada
beneficia a los ciudadanos.
Una de las peores consecuencias de todo este desastre, porque quizás
represente el fin para el futuro de la nación, se anida en la extinción
de la nacionalidad isleña cuando la población simplemente huye del país
como lo haría un prisionero de un campo de concentración. Según datos
recientes del Dto. de Estado de los Estados Unidos, en diez años han
arribado a su territorio alrededor de 190, 000 cubanos.
Otras cifras revelan que en la actualidad se están yendo de nuestro país
alrededor de 100 personas diarias. Los que se marchan son personas
mayormente jóvenes, en edad de producir y procrear la futura población
de Cuba. Este desangramiento no lo puede aguantar un país con sólo 11
millones de habitantes que para colmo, como resultado de la creciente
dureza e inestabilidad de la vida común, sufre una crisis en la
procreación y el estamento anciano de la población que permanece en la
isla va incrementándose.
Como respuesta a todo este creciente número de problemas, por una parte
las fuerzas gubernamentales dominantes parecen prepararse incesantemente
para lo que pueda suceder con medidas más restrictivas y drásticas en
contra de la sufrida población, en una egoísta y aterrorizada actitud de
salvar lo insalvable. ¿Qué nación esperan gobernar, si con esos pasos se
está deshaciendo antes sus ojos?
Por otro lado, la oposición de la isla está empeñada trabajosamente en
dos distintas acciones generales. Un sector importante de la oposición
ha emprendido y emprende instrumentar diversos proyectos de movilización
y diálogo que despierten de la apatía y el fatalismo a la población en
general. Esto no logra cuajar de una manera importante, y a veces quedan
inexplicablemente detenidos y muertos, dejando excluidas al creciente
número de personas que querían sumarse y a otras que lo firmaron y
sufrieron el castigo gubernamental por haberse atrevido a hacerlo.
Así ocurrió con el más destacado intento de iniciativa verdaderamente
popular en toda la historia de este régimen tiránico: el Proyecto
Varela. Aunque redactado de un modo confuso y nada sencillo de entender
para la ciudadanía común, fue identificado por el pueblo como algo
indiscutiblemente ciudadano y popular, algo que respondía a sus
verdaderos intereses por el simple hecho de no provenir de las entrañas
del poder absoluto que rige la nación.
En lugar de apoyar irrestrictamente ese proyecto, otros grupos
opositores cometieron el craso error de permitir que sus diferencias
políticas y personales pesaran más que la elemental percepción de que el
Proyecto Varela, aunque no había sido organizado por ellos, estaba
siendo apoyado crecientemente por el pueblo, y no sumaron sus fuerzas al
mismo.
Para colmo, el Proyecto quedó repentinamente detenido. Ni siquiera el
totalmente veraz argumento de la feroz represión emprendida por la
policía política contra esta iniciativa ciudadana puede justificar que
un creciente número de personas no se hayan podido sumar valientemente.
Era muy importante que a las 25,000 firmas presentadas ante la Asamblea
Nacional, refrendando el Proyecto, se sumaran a los siguientes meses
25,000, 50,000 y 100,000 más. Fue muy evidente que el pueblo deseaba
hacerlo. Mas en plena ola creciente de apoyo, el proyecto sencillamente
se detuvo.
Este fue un error catastrófico para el devenir histórico de la nación.
La oposición, conformada por personas sacrificadas, corajudas y
decididas a lograr un cambio nacional a favor de la democracia y los
derechos humanos, ven afectados sus propósitos por el ácido de la
desconfianza, la sospecha, los vanos protagonismos y la falta de unión
ante la dictadura.
La frustración que provocó la muerte en vida del Proyecto Varela tuvo
como resultado la apatía, el derrotismo y la indiferencia de la víctima
que va al matadero. El pueblo quedó de nuevo abandonado y desorientado.
Y optó por ser mayoritariamente sumiso a las órdenes, como recién lo
vimos en los resultados de la última votación nacional.
Han surgido otros proyectos apoyados por grupos minoritarios, aunque
lentamente crecientes, que han tenido una visión real de lo que nos
espera como nación. Más ninguno ha logrado repetir lo que lograra el
Proyecto Varela para que un sector importante y creciente de la masa del
pueblo se sume y exprese su inconformidad con la vida que lleva de una
manera organizada y decisiva.
Además, no se puede negar que por una razón de peso como el aumento de
la represión y la intolerancia, o por otra como puedan ser los oscuros
intereses personales, esos proyectos de participación ciudadana de
repente también se han quedado paralizados.
Otro grupo o sector de la oposición, también infructuosamente, intenta
activar al pueblo para organizarse en una resistencia pasiva a las
acciones draconianas del aparato estatal. Y otra vez la muralla de
apatía y un miedo con anchas bases reales pero que a veces alcanza cotas
desmesuradas de irracionalidad, han logrado que no se haya progresado
mucho por esta pacífica vía de presión social para provocar un cambio
general en el país.
El caudillismo y el personalismo, al parecer unos males nacionales muy
arraigados en nuestra idiosincrasia. Han tenido su parte en esta falta
de éxito y van a la par de un aprendizaje instintivo, y a todas luces
mal enfocados, de un camino democrático en el cual nadie en el país
tiene experiencia práctica alguna. Todo ello ha afectado la eficiencia y
la capacidad de movilización de las fuerzas que promoverían cambios
sustanciales dentro del forzoso inmovilismo que está provocando la
destrucción del entramado social en Cuba.
Ambas actitudes en contradicción, la del gobierno y la de la oposición
en general, parecen representar posiciones atrincheradas, y ninguna de
las dos ofrece iniciativas viables e inmediatas de creciente apoyo
popular para destrabar el mecanismo nacional
Lamentablemente, el enfrentamiento de las fuerzas sociales conscientes o
latentes que quieren el cambio y el empecinamiento de las fuerzas en el
poder por conservarlo a como de lugar parecen ahogarse en la misma
peligrosa intransigencia. La nación no fluye hacia ningún lado, como no
sea la que se contempla en una propaganda oficial que logra ahogar la
realidad hasta para sus mismos gestores o la que trabajosamente se
conoce de proyectos renovadores de cambio en el país, promovidos por la
oposición política, pero que tampoco logran sacar de la apatía a la
mayoría de la población. Y, lamentablemente hasta aun para aquellos que
no quieran verla, la realidad en la que vivimos se va deteriorando
peligrosamente a ojos vista. Y el país de todos, gobernantes y
gobernados, continua su declive hacia el caos.
Una situación como esta es imposible que se sostenga por mucho tiempo.
Hay signos en extremo alarmantes en la sociedad que así lo indican. El
ciudadano promedio común considera como cosa natural violar la ley,
cualquier ley. Y esa forma de ver las cosas está tan metida dentro de él
que no importa mucho si dicha ley prevalece en un estado totalitario o
en una democracia. Además, y en grado superlativo, el ciudadano promedio
común siente que el Contrato Social, es decir el acuerdo de los
gobernados para tener un gobierno, se ha roto hace mucho tiempo en Cuba.
Confundidas por el constante maltrato de leyes injustas, las personas
identifican al Estado, no importa cuál sea éste, como una entidad
depredadora y sinónimo de castigo, a la que hay que evadir y expoliar
cada vez que se pueda. Justo eso mismo es lo primero que intentan los
maltrechos cubanos que llegan por cualquier vía a los Estados Unidos.
Una buena parte de ellos, pese a ser acogidos por un estado democrático,
abierto, inclusivo, que les ofrece ayuda y vías para encauzar sus nuevas
vidas, emprenden una idéntica mala práctica que aprendieran para
sobrevivir en el estado totalitario y explotador donde crecieran:
apoderarse furtiva e ilegalmente de bienes y servicios y tratar de
evadir las leyes.
Este comportamiento es un daño terrible que ha sufrido el comportamiento
civilizado en nuestro país, el que, sumado a una histórica tradición
nacional de violencia e irrespeto por la voluntad de los demás, hacen
del pueblo acosado y envilecido un peligroso cóctel molotov.
Y aquí sale a relucir una frase histórica: "¡Mejor que Batista,
cualquier cosa!" Era un irresponsable e infantil dicho popular de la
Cuba de los años cincuenta del pasado siglo, muy repetido por los
irresponsables e infantiles cubanos de aquella época. Mas "cualquier
cosa" resultó ser algo mucho peor que Batista.
Otra frase falsamente optimista, "¡Cuba está condenada a ser
democrática!" podría no pasar de ser un fruto del mismo tipo de tonta
ilusión de nuestros padres y abuelos, otra vez dejándolo todo al azar. Y
si algo es demostrable en la Historia de la Humanidad es que ese logro
de la civilización y la búsqueda de la libertad, la democracia, es una
criatura frágil, necesitada de cuidados por un muy largo tiempo para
poder consolidarse y hacerse fuerte.
No hay muchas razones para creer que Cuba caerá por simple
desenvolvimiento natural, como la tan manida fruta madura de nuestra
historiografía, en las faldas de la democracia y el estado de derecho.
Muy al contrario, podría transformarse en algo peor aun de lo que ya es.
El primer grave indicio que sustenta esta terrible perspectiva, la
ingobernabilidad, está a las puertas. Y puede acabar de disolver el
concepto del Estado en el alma del ciudadano común, al considerarlo como
algo inútil y dañino. Y entonces el país podría caer en la más absoluta
barbarie, como ocurre en Somalia.
Y si quizás para alguien este ejemplo parezca exótico y lejano.
Podríamos cambiarlo por el más cercano de Haití. La barbarie permanente
del hermano país, ahora lentamente emergiendo del caos luego de casi dos
siglos de muerte, pobreza y destrucción, no se debió simplemente, como
muchos prejuiciados creen, a que fueran negros e ignorantes.
A pesar de que tuvo un buen comienzo como república independiente, bastó
una secuela de malos gobernantes y el expolio más inaudito y abusivo de
la población por una cúpula inescrupulosa para malograr la nación a
varias generaciones de descendientes. Y todavía no hay nada definido en
cuanto al orden y a la normalización de la institucionalidad. El caos se
volvió algo integrado a su cultura.
Este malogrado ejemplo no significa la necesidad de un estado fuerte
para mantener "disciplinada" a la población de Cuba. Con una aberrante
práctica de medio siglo, ya sabemos lo que eso produce. Pero sí
necesitamos un orden armónico de sociedad, donde prime el derecho por
encima de las instituciones y donde los derechos humanos sean fuente de
la legislación.
Esto sólo se logra si el ciudadano no ve en el Estado un engendro que lo
acecha y castiga como si fuese un prisionero, sino al contrario, que lo
representa y considera, permitiéndole organizarse de acuerdo a sus
intereses, y sin temor mancomunarlos con los de otros ciudadanos, e
incluso frenando legalmente las desmesuras del Estado cuando lo crea
necesario y mediante el uso de los mecanismos representativos, la
transparencia de una prensa libre, el multipartidismo y las elecciones
periódicas y supervisadas, pues es el pueblo quién debe fiscalizar al
gobierno y no al revés.
Pero todo esto tenemos que aprenderlo. Hace ya más de medio siglo que no
existen esas garantías para emprender el tortuoso e inestable camino de
construir una democracia. En ese sentido somos más ignorantes de
nuestros derechos que los mismos cubanos que en los primeros años de
esta infausta dictadura eligieron festinadamente entregar su libertad.
Realmente, son pocas las posibilidades de que por arte de magia se
construya en el país una inmediata democracia. Nuestras mayores
oportunidades descansarían en la posibilidad de una transición, no en un
vuelco precipitado. La nación y la población están demasiado debilitadas
y enfermas como para un cambio tan brusco.
Sin embargo, urgen cambios fundamentales de todo orden para que nuestro
pueblo empiece a adquirir un leve atisbo de esperanza y fe en su futuro
dentro de la isla. Mas por mucha buena voluntad que en general tenga la
oposición y el pueblo esperanzas al secundarlo, el cambio no se puede
lograr pacifica y gradualmente sin la colaboración de los miembros más
capaces de la actual élite gobernante, los que no necesariamente son los
que más destacan en el actual santoral del Estado. La tarea de todos
sería preparar un clima de concordia y tolerancia para dar esos pasos,
garantizados constantemente y de manera formal por las fuerzas de la
oposición, y entendidos y creídos por el pueblo y el gobierno.
Hay que cambiar la perspectiva suspicaz, temerosa y vengativa que prima
en la población hablando una y otra vez, incansablemente, de perdón, de
paz, de amnistía, de mirar al futuro. Y esto hay que hacerlo a pesar de
la actitud despectiva del gobierno cubano por estas ideas, a pesar de
que a hermanos nuestros se les siga reprimiendo y torturando por sus ideas.
Una buena parte de los miembros de la cúpula gobernante sufren en la
intimidad de sus pensamientos ese mismo síndrome de desilusión y falta
de credibilidad en el futuro de nuestro país que ellos mismos se
encargaron de inculcar en el pueblo durante años. Son las víctimas de su
propia propaganda. Por eso mismo hay que empezar a hablar formal y
seriamente de darles una salida, de ofrecer y dar garantías y tratar de
volver parte real de las posibilidades una amnistía general.
Es necesario un clima de distensión para lograr los cambios pacíficos,
para destrabar el inmovilismo. El odio y el rencor de años deben ser
anulados a nombre del futuro para todos. Es algo duro de hacer cuando la
represión es continua y en más de un corazón anida el recuerdo lacerante
de las crueldades sufridas y la venganza.
* Nota de Misceláneas de Cuba: El artículo anterior fue enviado por el
Dr. Darsi Ferrer, quien u olvidó indicar el apellido del autor o el
mismo quiere que se mantenga en el anonimato. En cuanto tengamos una
aclaración del activista pro derechos humanos, lo haremos conocer.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=13900
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