Cuba: los sustos del post-fidelismo
Últimamente nos llegan noticias de cambio en Cuba. En todos los casos
hablan del movimiento de la sociedad cubana en la era post-fidelista.
Pero sobre todo habla de las tendencias del cambio y de los intentos de
la elite para mediatizarlos y garantizar su propio proyecto de poder.
Por un lado, desde el incendiario Youtube llega un video que muestra
una discusión entre un grupo de dirigentes políticos jóvenes y
adolescentes y uno de los políticos cubanos más inteligente y
oportunista de la actual generación, el presidente de la Asamblea
Nacional, Ricardo Alarcón. Ninguna de las dos cualidades le sirve al
veterano político para capear el temporal. Es sacudido por
cuestionamientos claves sobre la falta de democracia y representatividad
de las elecciones, la sobreexplotación de los trabajadores (que deben
trabajar dos días para comprar un cepillo de dientes), los privilegios
de la élite y la pobreza del resto, así como sobre la represión y
carencia de libertades.
Aunque Alarcón es ducho en el uso de la palabra, no sabe debatir (nadie
lo sabe en una clase política acostumbrada al monólogo) y por eso se va
descomponiendo entre balbuceos de tonterías –mayores y menores-
aderezadas con vulgares mentiras.
La otra noticia habla del destape de algunos personajes de la élite a
favor de algunas reformas como es por ejemplo el derecho de los cubanos
a viajar fuera del país, salir y entrar en su propia patria, sin
necesidad de un permiso oficial. Se trata de altos funcionarios recién
nombrados, artistas enriquecidos, viejos funcionarios no menos
enriquecidos pero proclives a ciertos amarres liberales, etc.
Entre una y otra posición hay una misma motivación, el cambio, pero
direcciones diferentes.
Los jóvenes se inclinan hacia un cambio sustancial, ciertamente difuso,
pero que abarca esferas muy diversas, y aun cuando se cuidan de no
atentar verbalmente contra pivotes claves –por ejemplo el partido único-
evidentemente están pidiendo desmontar todo el escenario en que el
Partido Comunista ejerce su monopolio del poder. Y hacerlo, lo cual es
muy curioso, reclamando una perspectiva socialista que quita el aliento
al abrumado Alarcón.
Los "chicos buenos" del sistema, en cambio, solo piden cambiar algunas
cosas, aquellas que son terriblemente obsoletas y criticables, que hay
que cambiar si se quiere realizar las reformas imprescindibles para
consolidar el poder de una élite emergente que paulatinamente deberá
restaurar el capitalismo en el país negociando cada paso con los
empresarios norteamericanos y cubano-americanos. Precisamente el sentido
que animaba al ultra conservador Juan Pablo II cuando pedía a Cuba y al
mundo que se abrieran mutuamente.
Ciertamente, una distinción que los izquierdistas fidelistas –todos con
más cicatrices que muescas en sus revólveres y siempre tras las defensas
onanistas de revoluciones ajenas- no toman en cuenta cuando se afanan en
aplaudir lo que no entienden.
Mientras, el general Raúl Castro ha dado al mundo pruebas de una
pusilanimidad suicida argumentando que los cambios tomarán tiempo, sin
explicar cuales cambios y cuanto tiempo, a una población atenazada por
lo que uno de los jóvenes "duelistas" llamaba la falta de "proyecto".
Evidentemente, el general no las tiene todas consigo, y está enfrentando
una fuerte oposición de los "dinosaurios" atrincherados en el Partido
Comunista y de los sectores "fidelistas", aupados por el deteriorado
Comandante en Jefe y que tienen su principal asidero político en los
subsidios de Hugo Chávez.
Pero en lugar de saltar hacia adelante y al menos lograr que la economía
funcione medianamente, al parecer el general se acomoda a la idea –como
decía Prevert- de que nunca es tarde para no hacer nada. Y con ello
anota al débito de la revolución cubana otra oportunidad perdida para
hacer las cosas diferentes, probablemente mejores.
Y las oportunidades, según los chinos, son como las flechas y las
palabras: nunca regresan.
Haroldo Dilla Alfonso
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