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Thursday, February 21, 2008

El huracán y la palma

21 de febrero de 2008
TRIBUNA LIBRE
El huracán y la palma

RAUL RIVERO

El desplazamiento, ahora oficial, de Fidel Castro del patrón de la
televisión cubana y de la primera plana de todos los periódicos a la
cama de un hospital no significa que él vaya a dejar de controlar la
vida y la muerte de los hombres y mujeres de ese país. Se trata de un
cambio de uniforme y de una permuta forzosa del puesto de mando.

El documento, con su renuncia anticipada a todos los cargos que ocupaba
desde 1976, sólo ha servido para darle un carácter definitivo al proceso
iniciado en el verano de 2006, cuando se anunció que estaba enfermo y
cedía, de manera provisional, todas las jefaturas a su hermano menor,
que va a cumplir ya 77 años.

A partir de ese momento, Raúl Castro, Carlos Lage y Ricardo Alarcón
comenzaron a actuar como los reales conductores del Gobierno y del
Estado. Siempre con discreción y siempre portadores de saludos y
mensajes verbales del Comandante en Jefe, quien se recuperaba de sus
dolencias y seguía al tanto del acontecer diario de la nación.

Los que conocen cómo se mueven los mecanismos del poder en la Isla,
saben muy bien que allí, mientras Fidel Castro tenga un hilo de lucidez,
nadie podrá tomar una decisión, ni firmar un decreto que no haya pasado
ante la mirada del abogado oriental que nació en Birán, en agosto de 1926.
La disposición, publicada ayer con ruidos de tambores y lejanos agudos
de cornetas chinas, a no aceptar el regreso a la cumbre, puede parecer
un gesto altruista y racional de Fidel Castro. Pero no, estamos frente a
un mandato de la naturaleza, al demorado paso del tiempo y a la
debilidad congénita de la carne.

Su cuerpo -no su mente- lo condena a dejar la indumentaria militar y a
deslizarse en las ligerezas de los pijamas y la ropa deportiva. Y es
también su cuerpo quien lo obliga a bajarse de las tribunas, a bajarse
de los Mercedes blindados y a separarse de las cámaras y los micrófonos.
Es ésa la fuerza que dispone su regreso (un viaje directo a las regiones
de la infancia) a la cama y al lápiz o al dictado, como elementos
alternativos para que su voluntad marque todavía el presente y el
porvenir de los cubanos.

Desde ese nuevo enclave ha decidido, hace 24 horas, expresar su
voluntad. No hay que esperar la evolución de los ciclos que él mismo
estableció. No es necesario que se reúna la Asamblea Nacional y se haga
la votación de los delegados que el Partido Comunista ordenó que se
eligieran. Ni siquiera eso hay que respetar.

Ha dado la primicia y enseña el desvío, la vereda que ha elegido para
seguir al mando. El director ha dejado a alguien en el atril y le ha
entregado su batuta usada, pero se ha llevado para un espacio que hay
detrás del trombón mayor los papeles con la música de una sinfonía que
rescribe en sus ratos de insomnios.

Para los cubanos, entrenados en las lecturas de los sótanos de los
panfletos oficialistas, el mensaje está claro. Todo sigue igual. Las
estructuras de poder están intactas. No hay vocación de cambio desde la
cúpula.

La operación militar realizada el pasado fin de semana para sacar de
Cuba a cuatro presos políticos es otra muestra clara.

Los disidentes, enfermos, con cinco años ya en los calabozos calientes
de las cárceles criollas, viajaron desde sus sitios de origen (Oriente,
Camaguey y Villa Clara) hasta el Combinado del Este, la gigantesca
prisión pegada a La Habana. De allí, en un carro policial hasta la
escalerilla del avión del Ejército del Aire de España que esperaba en la
pista del aeropuerto José Martí.

Sus familiares, concentrados en una casa de la Seguridad del Estado
desde el viernes, salieron también hacia la nave española, cerca de
medianoche del sábado, y bajo un oportuno apagón que dejó en la
oscuridad total al reparto donde está enclavada la residencia.

Estos hombres fueron deportados y así se lo hicieron saber los
oficiales: Muy fácil, le vamos a dar la libertad extrapenal, pero tienen
que viajar enseguida a Europa. ¿Lo toma o lo deja?

Las listas de prioridades de los presos en peores condiciones son
muchas. Todas coinciden en que llegan a tres decenas las personas en
estado crítico de salud.

No se puede hablar de cambios y nuevos caminos con más de dos centenares
de hombres encerrados (algunos muy enfermos y en peligro de muerte) por
el delito de trabajar pacíficamente por democratizar su país y pedir que
se respeten los derechos humanos.

En el juego deplorable de anunciar aperturas en ciertos campos de la
economía, en particular de la arruinada agricultura cubana, lo que puede
verse, hasta el momento, es la intención de ganar tiempo -bajo el
paraguas averiado de Hugo Chávez- para ver si después se le pide a
Vietnam los originales de su capitalismo de Estado dirigido por los
comunistas para sacarle una copia en el Palacio de la Revolución.

Gran parte de la oposición interna y otras zonas del exilio perciben en
esos amagos la necesidad del Gobierno de ganarse el apoyo y la simpatía
de Europa y de algunos organismos internacionales, para mantenerse en el
poder sin hacer concesiones que debiliten su modelo totalitario.

Entretanto, la vida cotidiana, en los últimos meses, se ha hecho más
pobre y más confusa porque la gente, con los nuevos plazos de esperanza
de cambio, hace planes que la inmovilidad desvanece antes de que puedan
soñarse los finales felices.

Así es que los únicos que han hecho una zafra en medio de estas
incertidumbres provocadas, son los jefes y los traficantes de personas.
Los jefes porque siguen donde han estado durante medio siglo: con una
vida de ricos en un país miserable. Y los fatales balseros de lujo,
porque se aprovechan de la desesperación de la familia dividida y ya,
desde hace tiempo, llegan navegantes cubanos lo mismo a una playa de la
Florida, a un playazo de México que a Tegucigalpa en un ómnibus
destartalado. No hay cifras, ni se sabe a dónde van los que no llegan.

Ese aleteo fantasioso sobre el cambio promovido desde el Gobierno se
hace más cruel porque se alimenta del hambre de grandes sectores de la
población, de la frustración de la juventud de un país que quiere salir
al extranjero a toda costa porque se niegan a repetir las existencias de
sus padres y sus abuelos.

El texto en el que Fidel Castro renuncia a volver a sus cargos encaja
muy bien en ese panorama. Es una escena más, escrita sobre la marcha, de
la prolongada pieza teatral que ha sido para Cuba el socialismo con
guaguancó.

Contiene el mismo ingrediente de ficción que él ha usado para
presentarle la nación a los ingenuos y a los viajeros desapercibidos.
Dice, por ejemplo, que Cuba es hoy una universidad, pero para la mayoría
de los ciudadanos es una cárcel aunque en las noches se pueda respirar
aire puro.

Su pesarosa descarga es serena porque tiene la conformidad del que sabe
que no tiene la mano en alto para el último adiós. Se dirige a unos
ciudadanos ideales y específicos, casi con sus nombres y apellidos,
porque la verdad es que ya esta mañana, en los solares y los bateyes, en
los cafetines de mala muerte y en las tertulias de los parques, el humor
del hombre de la calle, que no tiene voz en los medios, se ha servido
hasta el postre y el café con ese documento.

Creo que muchos observadores y, cómo no, personas bien intencionadas y
que quieren lo mejor para Cuba, seguirán la rima de esta «reflexión del
compañero Fidel».

«No me despido de ustedes. Deseo sólo combatir como un soldado de las
ideas», dice Fidel Castro a sus compatriotas. Cada vez que leo esas
líneas estoy seguro de que en alguna sabana de la Isla cae un rayo y
parte en dos una palma real.

Raúl Rivero es periodista y poeta cubano en el exilio, columnista de EL
MUNDO y autor de

Vida y oficios: Los poemas de la cárcel

http://www.cubanet.org/CNews/y08/feb08/21o4.html

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