Cuba, sus ancianos y las campanas
junio 12, 2014
Fernando Ravsberg*
HAVANA TIMES — Durante la Cumbre de la CELAC, en La Habana Vieja oigo
cuando le anuncian a un policía por radio el paso de las delegaciones y
le ordenan "garantizar que de la calle Cuba para abajo no haya elementos
que responda a la descripción de buscadores de basura o limosneros".
Lógicamente cuando se tienen visitas uno trata de mostrar lo mejor de su
casa pero esconder la pobreza bajo la alfombra no parece la mejor
opción, sobre todo porque la mayoría de ellos son ancianos que buscan
compensar sus magras jubilaciones.
Paradójicamente, el agente y yo estábamos a unos metros de la estatua
del Caballero de París, un vagabundo que se hizo famoso por ser el único
de La Habana. Fue un logro que Cuba mantuvo durante décadas pero que hoy
se pierde poco a poco.
No hay que andar mucho para ver cómo aumentó dramáticamente el número de
viejitos pidiendo limosnas, vendiendo periódicos por las calles,
recogiendo latas de refresco o revolviendo en los cubos de basura en
busca de algo de valor.
Sé que a muchos no les gusta que hable sobre el tema pero el silencio no
hará que desaparezca esa cruda realidad, por el contrario solo servirá
para demorar más la solución del problema. Y nadie tiene derecho a
pedirnos que miremos hacia otro lado.
Es verdad que hay recursos limitados pero los que existen no siempre se
reparten con justicia. El gobierno insiste en mantener una libreta de
racionamiento que subvenciona de igual forma la comida de un nuevo rico
que la de un jubilado.
Y no hay que ser economista para deducir que si se limitara esa ayuda
estatal a los que realmente la necesitan se podría aumentar la cantidad
de alimentos que se le entrega a cada persona sin gastar ni un centavo
más del presupuesto nacional.
Saber quiénes son pobres no es complicado en un país donde en cada
cuadra hay un Comité de Defensa de la Revolución capaz de informar con
exactitud que vecino necesita las subvenciones y cuáles pueden comprar
sus alimentos a precios de mercado.
Y hay otras opciones igual de baratas para los jubilados que quieran y
puedan seguir trabajando. Es posible darles acceso exclusivo a algunas
actividades que no implican gran sacrificio y dan buena rentabilidad
como la de cuidar vehículos en los parqueos.
Los ancianos hacen cola desde la madrugada para comprar periódicos que
revenden después por un poco más de dinero
En dependencia del lugar, en un estacionamiento se puede ganar hasta U$D
300 al mes, equivalente a unas 3 canastas básicas. El problema es que
hoy muchos de estos puestos están ocupados por jóvenes en edad laboral
que podrían trabajar en cualquier otra cosa.
Junto a la caja de los supermercados de Baja California Sur en México,
hay abuelos, vestidos con el uniforme de la tienda, que ayudan a meter
en las bolsas las compras. Las propinas que se ganan les ayudan a llegar
a fin de mes, algunos de ellos me confesaron que no reciben jubilación.
Si se tiene la voluntad y se utiliza la imaginación las posibilidades
son infinitas pero es imprescindible pasar por encima de una burocracia
que coloca amiguetes o vende los puestos de trabajo al mejor postor, en
una subasta donde los jubilados no tienen ninguna posibilidad.
Los ancianos no son el problema
El economista cubanoamericano Carmelo Mesa-Lago asegura que en Cuba hay
1.8 millones de jubilados que reciben un promedio de $10 al mes, en lo
que el gobierno se gasta alrededor del 3 por ciento del PIB y que "ese
problema carece de solución a largo plazo".
Si en este momento el Estado no es capaz de darles a los ancianos una
jubilación que cubra sus necesidades básicas por los menos debería
priorizarlos en las subvenciones y en aquellos trabajos que les permitan
ganarse el pan de forma digna.
Ya el gobierno anunció que ampliará el número de Casas del Abuelo y de
asilos. Sin duda se trata de una buena noticia porque en ambos casos se
les garantiza la alimentación y los cuidados propios de la edad pero no
será suficiente porque cada año el reto es mayor.
Para una nación económicamente desarrollada este asunto es muy complejo
pero en un país pobre se vuelve un desafío con escasas opciones, se
transforma culturalmente la sociedad y la economía o la mayor esperanza
de vida se convertirá en una condena.
La crisis económica de los 90 derrumbó el poder adquisitivo de las
jubilaciones y los abuelos ahora chocan contra la apertura de mercado
sin un peso en el bolsillo. Su vulnerabilidad es grande y continuará
acrecentándose si no se actúa con presteza, imaginación y eficacia.
Si la cultura de una sociedad se mide por cómo trata a los miembros más
débiles, su inteligencia colectiva se podría calcular por la atención
que da a sus ancianos porque, las campanas que hoy suenan por ellos
sonarán, tarde o temprano, por cada uno de nosotros.
Source: Cuba, sus ancianos y las campanas - Havana Times en español -
http://www.havanatimes.org/sp/?p=96554
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