Memorias de la secundaria básica
Tenía que adoptar dos personalidades: una para la casa y otra para la
escuela. En el pre, las cosas no mejoraron… He tenido que conservar la
herencia marginal sólo por ser varón
viernes, mayo 9, 2014 | Kabir Vegas Castellanos
LA HABANA, Cuba.- Cuando alguien se queja de lo mal que hablan los
jóvenes, me acuerdo de mi secundaria y de los pocos que, como yo,
tuvieron que adaptarse a un ambiente marginal que no tenía nada que ver
con la forma en que habíamos sido educados. Al menos eso marcó el cambio
y nunca fue mi elección.
No puedo decir que me siento agradecido de mi enseñanza primaria, pero
el verdadero problema comenzó en la secundaria. ¡Cómo olvidar la
impresión que me produjo la escuela! Las ventanas estaban destruidas,
los cristales sustituidos por cartones que no dejaban pasar el aire, las
mesas rotas, y de los baños para qué hablar.
Lo peor era que el espacio no daba abasto para los casi mil estudiantes
obligados a permanecer ahí ocho horas. En el receso, los jóvenes se
movían en todas direcciones como bestias que necesitan liberar su
energía, el escándalo era tal que los profesores terminaban sin voz.
Si en medio de todo un gracioso más alto pasaba rápido y te daba con el
hombro en la boca, uno terminaba con los labios sangrando y nunca
conseguía descubrir al culpable. Si uno cometía el error de darle las
quejas a algún profesor, éste te miraba con desprecio por no saber
arreglártelas por tu cuenta.
Durante el primer mes no me atreví a recoger la merienda; me asustaba la
violencia con que se desarrollaba el ritual y no entendía bien cómo
funcionaban las cosas. Cuando me decidí comprobé que, aparte del
sofocante tráfico de gente, la merienda era un pan con jamón u otras
carnes procesadas de pésima calidad, con suerte una lasca de queso.
Extrañamente, el pan siempre estaba verde por debajo, y para tragar esta
bomba maloliente te "brindaban" un vaso de yogurt aguado que casi
siempre parecía estar en proceso de descomposición.
Muchos alumnos se divertían tirando los panes de la merienda por los
balcones, así que alrededor de la escuela siempre había perros
callejeros esperando la buena horas.
A principio de curso, todavía quedaban rezagos de inocencia. Algunos se
atrevieron a llevar soldaditos y otros juguetes. Pero la reacción era
tan hostil que a la segunda semana nadie llevó nada que recordara la
infancia. Para que no nos quedara duda del cambio, un día en que en una
video-clase estaba la canción infantil Estela, un granito de canela, de
manera espontánea casi toda el aula empezó a corearla. La profesora, que
era estudiante de PGI (Profesor General Integral), apagó el televisor,
golpeó la mesa y gritó:
-¡Ustedes no se ven muy grandes para comer tanta mierda?
Yo arrastraba desde la primaria el que siempre me creían extranjero por
mi pelo largo, y por una excepcional dicción inculcada por mis padres; a
los pocos meses, mi dicción se había atrofiado y mi vocabulario se
redujo considerablemente. Cada vez que decía algo notaba que mis colegas
no me comprendían y tenía que expresarlo con palabras más simples.
Me di cuenta de que tenía que adoptar dos personalidades: una para la
casa y otra para la escuela. En el pre las cosas no mejoraron, y he
tenido que conservar la herencia marginal sólo por ser varón, porque en
muchos ambientes es la única garantía de ser respetado.
Ahora en la "Mesa Redonda" hablan de la pérdida de valores y culpan a
los hogares, pero la degeneración empezó en las escuelas, donde hasta
los profesores hablan y actúan como marginales.
Source: "Memorias de la secundaria básica | Cubanet" -
http://www.cubanet.org/opiniones/memorias-de-la-secundaria-basica/
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