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Thursday, May 08, 2014

La esquina del chachachá

La esquina del chachachá
Mucho ha llovido desde 1953, cuando Enrique Jorrín grabó La Engañadora,
que hizo famosa la esquina de Prado y Neptuno
jueves, mayo 8, 2014 | José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba –En la ciudad de Buenos Aires hay un restaurante llamado
Prado y Neptuno, muy exitoso por sus ofertas de comidas u otros
productos cubanos. Pero el restaurante Prado y Neptuno, de La Habana,
está dedicado a comidas italianas. Es raro que a los comendadores del
régimen no se les haya ocurrido hacer su agosto con el soporte cultural
que contiene la intersección de estas dos calles, inspiradora de uno de
los ritmos cubanos más conocidos en el mundo. Y raro también es que no
la hayan rebautizado como la Esquina del Chachachá.

La rareza, desde luego, no radica en su falta de pericia como
comercializadores -algo que resulta bien conocido-, sino en el hecho de
que no se hayan aprovechado al máximo de la resonancia cultural de esa
esquina, puesto que es lo único que saben hacer: vender nuestras
tradiciones como productos turísticos, al tiempo que privan de ellas a
su verdadero dueño, el pueblo.

Mucho ha llovido desde el año 1953, cuando Enrique Jorrín grabó el
primer chachachá, La Engañadora, que hizo proverbial entre nuestra gente
la esquina de Prado y Neptuno, otorgándole además renombre
internacional. Ya sabemos que esta pieza recrea la historia de una joven
habanera que, con tal de lucir más hermosa, abultaba su figura con
rellenos artificiales cada vez que asistía a un salón de baile muy
popular que estaba situado precisamente en esa esquina.

Hoy, a los habaneros no sólo se les imposibilita bailar en Prado y
Neptuno. Tampoco pueden hacer ninguna otra cosa que no sea pasar, mirar
y seguir de largo. Toda esa zona que la tradición recuerda como una de
las más concurridas por la población, está copada por establecimientos
para el turismo extranjero. Nuevos conquistadores europeos tomaron por
asalto la Esquina del Chachachá.

Excluyendo el Parque Central, ya que al parecer no han encontrado el
modo de cercarlo para impedir el acceso de nuestra gente, los otros tres
puntos de esa esquina conforman territorio exclusivo de los
conquistadores. Los cubanos son los verdaderos turistas allí, ya que
sólo pueden ir a recrearse la vista, en el mejor de los casos; y en el
peor, a mendigar o a intentar arañarle algún cuc a los foráneos.

En el propio restaurante Prado y Neptuno, con todo y no ser más que una
oscura pizzería con una espantosa puerta principal, las ofertas o al
menos sus precios parecen haber sido cuidadosamente diseñados para
ahuyentar a los nacionales. No lo salva ni el hecho de que precisamente
en la planta alta del inmueble estuvo ubicado el tan popular salón donde
iba a bailar La Engañadora.

Atravesando el Prado, en el otro lado de la esquina, está el hotel
Parque Central, un paraíso cinco estrellas apto únicamente para los
nuevos conquistadores. Sus 279 habitaciones y sus diversos
establecimientos de lujo ocupan toda una manzana. Realmente parte el
alma ver tan desiertos los bonitos y espaciosos restaurantes de sus
portales, o imaginar (por falta de otra vía de acceso) su gran piscina
clásica al estilo griego, en la azotea, rodeada de palmeras y con una
privilegiada vista panorámica hacia el Caribe y hacia toda La Habana
Vieja; mientras, en los bajos, extienden la mano los limosneros de la
ciudad.

En el restante punto de la esquina está el Hotel Telégrafo, la otra más
antigua instalación de Prado y Neptuno, pues se encuentra allí desde
1899. Ya en 1911, luego de ser reconstruido, lo consideraban entre los
más modernos de La Habana. No obstante, en época del gobierno
revolucionario sufriría el abandono y la ruina que le tocaban. Hasta
que, hace unos pocos años, los comendadores del régimen descubrieron su
enorme potencial turístico. Entonces fue convertido en lo que nunca
había sido, un coto de privilegio para extranjeros.

No en balde parece observar su entorno tan ceñudamente la estatua del
patriota e intelectual Manuel de la Cruz, amigo y colaborador de Martí,
cuyo monumento preside Prado y Neptuno, como una especie de salvaguarda,
desde 1918.

Por cierto, muy cerca de este monumento fue detenida por la policía una
extranjera (eran otros tiempos, claro) por pasearse casi desnuda por la
zona para demostrar que ella no era como La Engañadora, o sea que su
hermosura era auténtica.

Fue en 1953, justo el año en que Jorrín popularizó el chachachá.
Virginia Martha Lachima, bailarina norteamericana, conocida como Miss
Burbujas, se bajó de un taxi en la calle Ánimas vestida apenas con un
monobiquini y una capa de agua transparente, y vino caminando por el
Prado hasta la Esquina del Chachachá, con el nada discreto propósito de
promocionar su figura ante el público.

Desde luego que hoy sobran las habaneras que podrían poner en ridículo a
Miss Burbujas, en lo que a auténtica hermosura se refiere. Pero será
mejor que no lo hagan. Sólo el diablo sabe de qué podría ser acusada
alguna de ellas si se le ocurre perturbar la tranquilidad de los nuevos
conquistadores de La Habana.

Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes
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www.plazacontemporaneos.com Su blog en:
http://elvagonamarillo.blogspot.com.es/

Source: "La esquina del chachachá | Cubanet" -
http://www.cubanet.org/destacados/la-esquina-del-chachacha/

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