Embargo, Bloqueo
Las paradojas del canciller cubano
El oficio del canciller Bruno Rodríguez es el de tendero: tras su 
perorata se esconde la prioridad de vender daiquiríes, guayaberas y 
maracas de colores a los gringos
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 04/11/2013 10:50 am
Nuevamente Naciones Unidas ha abrigado el ritual de condenar el 
bloqueo/embargo que Estados Unidos impone a Cuba. Y aunque se trate de 
una acción muy poco efectiva, me alegro que haya sucedido pues el 
bloqueo/embargo resulta cada vez más una impedimenta sin ventajas 
reconocidas. Y es que el embargo, además de injerencista, ayuda a 
configurar una situación de excepcionalidad que el gobierno cubano ha 
sabido aprovechar, polarizando el escenario político interno y 
manipulando la opinión pública nacional e internacional.
Y es en este último sentido hacia donde quiero dirigir mi análisis, 
tomando como eje algunos giros retóricos del canciller Bruno Rodríguez 
en su publicitado discurso ante la Asamblea General. Y en particular la 
manera como el canciller ha echado mano a un recurso eufemístico en que 
trata de dar un toque humanístico a lo que en realidad es una prosaica 
necesidad económica. Pero que al final conduce su argumentación a una 
aporía política cuando explica el bloqueo como un acto "inculto", en un 
párrafo que merece un sitial predilecto en la esquizofrenia política 
castrista. Lo cito:
"El bloqueo —dijo— es un acto inculto que impide el libre movimiento de 
las personas, el flujo de la información, el intercambio de ideas y el 
desarrollo de vínculos culturales, deportivos y científicos".
En realidad lo que el aterido canciller cubano quiere decir es que no 
hay turismo. Y aunque del turismo siempre es posible esperar 
intercambios de informaciones e ideas, esa es precisamente la parte que 
más aterra a los dirigentes cubanos, para quienes el mejor turismo 
internacional posible sería el que se desarrolla en los cayos del 
archipiélago, tan cerca de Dios como lejos de los cubanos comunes. En 
todo caso los dirigentes cubanos verían con buenos ojos que turistas 
gringos y ciudadanos cubanos intercambien ideas acerca de la mejor 
manera de preparar tostones, del punto de hierba buena que lleva el 
mojito o de las ventajas de los cocteles de ostiones sobre las píldoras 
de viagra. Pero nada más.
Pero como el tema del bloqueo/embargo es presentado como un imperativo 
humanístico, su discurso no puede cargarse con aditamentos mercuriales. 
Y por eso el canciller Bruno toma a la globalización por su palabra y 
habla de derechos humanos, de intercambios de ideas y de flujos de 
informaciones. Incluso llega a quejarse de las limitaciones que en sus 
derechos constitucionales sufren los ciudadanos americanos cuando no 
pueden viajar a Cuba. Pero por mucho que el canciller Bruno trate de 
parecerse a Thomas Paine, todos sabemos que su oficio es el de tendero y 
que tras su perorata se esconde la prioridad de vender daiquiríes, 
guayaberas y maracas de colores a los gringos.
Los esfuerzos del canciller Bruno por ser convincente solo tienen forma 
de realizarse en un hemiciclo de diplomáticos soñolientos. Su discurso 
nace lastrado por la propia naturaleza del emisor, el gobierno cubano, 
su carácter autoritario y la forma como manipula los derechos de sus 
cuasi-ciudadanos. Sus eufemismos retóricos nacen trocados en paradoja. Y 
las paradojas en cinismo, pues entre las criaturas sobre la faz de la 
Tierra que no pueden invocar derechos de otros está el canciller Bruno, 
sencillamente porque representa a un Estado que niega a los cubanos las 
posibilidades de realizarlos.
Ante todo, porque el gobierno cubano limita la capacidad de sus 
ciudadanos para moverse libremente en Cuba. En primer lugar los 
movimientos internos de población se encuentran regimentados por un 
decreto ley medieval. Pero también impide que los cubanos emigrados 
puedan visitar libremente y moverse dentro de ella, una dinámica que 
resultaría razonable para una sociedad que ya es claramente 
transnacional y que en buena medida vive de esa condición. La reciente 
modificación del régimen migratorio no creó derechos ciudadanos, sino 
solamente alargó la permisividad, y dejó intacto el extrañamiento y 
despojo de derechos de los cubanos emigrados.
Pero también el canciller Bruno representa a un Estado que impide el 
libre flujo de la información al mantener a la inmensa mayoría de la 
población desconectada de Internet (decir que esto ocurre por culpa del 
embargo es una insidia de sangre fría) y someter a control las 
publicaciones escritas a las que pueden acceder los cubanos y cubanas. 
Numerosos libros —algunos de cubanos reconocidos internacionalmente por 
sus valías intelectuales— yacen en anaqueles inaccesibles en los fondos 
de la Biblioteca Nacional, y hay casos (que conozco personalmente) de 
ediciones completas de obras que han sido convertidas en pulpa por sus 
contenidos ideológicos. Y cientos de obras de lo mejor del pensamiento 
mundial permanecen fuera del alcance de los cubanos, porque no se 
publican en el país, donde en cambio se publican todos los panfletos 
ideológicos que regurgitan los adláteres del régimen.
Y finalmente Rodríguez Parrilla es parte de una clase política que 
cierra y reprime los intercambios de ideas que sobrepasan los estrechos 
ventorrillos oficialistas y los interesantes pero breves espacios 
críticos consentidos. Dentro de Cuba —es decir en la Isla y en la 
Diáspora de nuestra sociedad transnacional— hay una intensa producción 
de ideas de toda naturaleza que no pueden circular ni ser intercambiadas 
en la Isla. Creo que una parte muy significativa de la producción 
espiritual e intelectual de los cubanos permanece alejada de la sociedad 
debido a las políticas represivas, lo que redunda en el empobrecimiento 
de todos, afuera y adentro.
Volviendo a la imagen anterior, antes que apostar a que los turistas 
gringos puedan intercambiar con una mesera criolla, me parece mucho más 
importante que un experto mundialmente reconocido en temas de seguridad 
social como Carmelo Mesa Lago pueda conversar con los funcionarios 
cubanos sobre sus ideas acerca del futuro del sistema en Cuba. O que 
Pedro Campos pueda dirigirse a toda la sociedad para explicarle sus 
elaboraciones sobre el socialismo democrático. O que pueda hacerlo Siro 
del Castillo sobre los valores socialcristianos y sus probables 
pertinencias para la sociedad cubana. O que un sociólogo tan entrenado 
en los vericuetos del desarrollo latinoamericano como Francisco León 
pueda ocupar un podio en la universidad. O que Yoani Sánchez haga lo 
mismo respecto al uso de las redes sociales y su valor para la 
democracia, y también Cuesta Morúa sobre los muchos temas en que se 
involucra tan positivamente. Entre muchos otros. No porque sean 
opositores y críticos, sino porque todos son intelectuales cubanos.
Y eso evidentemente no tiene nada que ver con el bloqueo/embargo, sino 
con la existencia en Cuba de un régimen político autoritario y 
excluyente que Bruno Rodríguez representa. Un gobierno que día por día, 
y cada vez contra todas las conveniencias nacionales, conspira contra 
—lo cito— el libre movimiento de las personas, el flujo de la 
información, el intercambio de ideas…
Source: "Las paradojas del canciller cubano - Artículos - Cuba - Cuba 
Encuentro" - 
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/las-paradojas-del-canciller-cubano-314736
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