Publicado el jueves, 09.19.13
Los artistas extranjeros en Cuba
ARTURO ARIAS-POLO
AARIAS-POLO@ELNUEVOHERALD.COM
No hace mucho conversaba con una colega acerca de cuánto se ha hablado
sobre el aporte artístico de los cubanos a la cultura mundial y lo poco
que se menciona el legado de aquellos artistas foráneos que dejaron sus
huellas en la isla.
Los ejemplos sobran, y enumerarlos sería interminable, teniendo en
cuenta que desde que Cuba es Cuba más de un extranjero terminó
aplatanándose en La Habana o pasó temporadas tan largas que se le llegó
a considerar "propiedad de la casa".
Casi nadie sabe que Antonio Meucci, un escenógrafo italiano que emigró a
La Habana cerca de 1849, volcó toda su experiencia como maquinista de La
Scala de Milán en el desaparecido Teatro Tacón, donde concibió
escenografías complicadísimas para asombro del público.
Pero Meucci no solo se limitó a crear decorados espectaculares. Su mayor
aporte al desarrollo de la isla fue la invención de una conexión
telefónica entre el teatro y la casa contigua que intentó patentar sin
éxito en Estados Unidos.
El Tacón también albergó a otro italiano, el maestro Gioavanni
Bottesini, conocido como "el Paganini del contrabajo", que dirigió la
orquesta durante varios años y dio a conocer en La Habana óperas de
Verdi antes que en muchas capitales de Europa.
Por esa misma época la escena cubana comenzó a nutrirse de artistas de
ultramar que se quedaban en tierra una vez que sus compañías proseguían
sus giras por los países del área. Entre los que llegaron a mediados del
siglo XX figura el tenor cómico español Antonio Palacios, pieza clave en
el desarrollo del género zarzuelero en la isla y uno de los mentores de
la vedette Rosita Fornés, hija de españoles, que siendo adolescente se
estableció en La Habana para siempre.
Según cuentan, los artistas extranjeros siempre tuvieron las puertas
abiertas en Cuba. Al menos, así me lo afirmó la actriz canaria Pituka de
Foronda hace 20 años, cuando me comentó que mientras vivió en la isla se
sentió "una más", porque tanto el que llegaba del extranjero como los
nacionales tenían las mismas oportunidades de trabajo. De ahí que nadie
se opusiera a su participación en La serpiente roja (1937), primer
largometraje sonoro cubano, de la cual se enorgullecía.
La soprano mexicana Elisa Altamirano fue otra que, sin proponérselo,
pasó a los anales de la cultura de la isla en 1932, cuando estrenó
Cecilia Valdés, la zarzuela cubana por antonomasia.
Como el mundo de antaño era menos complicado que el de hoy los artistas
armaban campamento donde encontraban trabajo. Por eso no asombra que el
compositor boricua Rafael Hernández, autor de Lamento borincano, se
mudara a La Habana en 1920, y viviera algunos años allí, tal como lo
haría después su paisana Myrtha Silva, la primera voz femenina que tuvo
la Sonora Matancera, a finales de la década de 1940.
Fue la época en que, deslumbrado por el exuberante paisaje tropical, el
director español Juan Orol filmó en Cuba varios melodramas y convirtió
en estrellas, y luego en sus esposas, a María Antonieta Pons y Rosa Carmina.
Pero mucho antes de que el creador del "cine de rumberas" mostrara el
contoneo de las cubanas, en los eufóricos años 1920, la tiple mexicana
Luz Gil encandilaba al público desde el escenario del Teatro Alhambra,
una sala "para hombres solos", donde protagonizó La danza de los
millones y otros sainetes de actualidad. Al final de su vida la artista
se dedicó a organizar espectáculos en el leprosorio San Lázaro, no muy
lejos de la capital cubana, labor sin precedentes que continuaron sus
colegas.
A principios de la década de 1960 llegaron a la isla muchísimos artistas
del mundo entero atraídos por el "milagro" revolucionario, en contraste
con la creciente estampida de buena parte de las primeras figuras del
arte cubano que marchó al exilio buscando libertad.
Son los tiempos en que los payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki,
afincados en la isla, hacían sus maletas para no regresar, tal como lo
haría luego la vedette española Yolanda Farr, formada en Cuba, tras
brillar en la televisión, el teatro, el cabaré y en las películas
Desarraigo (1965) y Memorias del subdesarrollo (1968).
Fue una época de confrontaciones políticas en la que algunas figuras
extranjeras que hoy escapan a la memoria hicieron su aporte a la
cultura. Como es el caso del actor y director mexicano Alfonso Arau,
fundador del Teatro Musical de La Habana, por el que pasaron las
cantantes Mirtha Medina, Leonor Zamora y hasta el famoso saxofonista
Paquito D'Rivera. Sus alumnos dicen que Arau fue un pedagogo riguroso
que innovó la escena cubana, y que un buen día, como tantos otros,
regresó a su terruño sin hacer ruido.
Tras el golpe del general Augusto Pinochet, en Chile, el Ballet Nacional
de Cuba acogió a la coreógrafa Hilda Riveros, y el cine al actor Nelson
Villagra, que interpretó papeles protagónicos en La última cena ( 1976)
y Cecilia (1981), entre otros títulos que hicieron historia.
Pese a las etapas de censuras y persecuciones la isla no ha dejado de
nutrirse del aporte cultural foráneo. ¿Será una de las razones por la
que sus expresiones artísticas fascinan a cualquiera? •
¿Qué piensa usted sobre este tema? Escriba su opinión, con su nombre y
apellido, en la sección Viernes de elnuevoherald.com.
@arturoariaspolo
Source: "Los artistas extranjeros en Cuba - Entretenimiento -
ElNuevoHerald.com" -
http://www.elnuevoherald.com/2013/09/19/v-fullstory/1571030/los-artistas-extranjeros-en-cuba.html
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