Quebec, Ventana del lector, Exilio
Escapar del Paraíso
Algunos quieren independencia porque no tienen nada; otros porque,
teniendo de todo, quieren aún más, y también está el caso de quienes
teniendo de todo y sin poder tener más, quieren la independencia porque
el paraíso les parece extranjero
Diego Cobián, Vancouver | 17/09/2012 10:14 am
Corría el año 1995 cuando por primera vez escuché hablar de Quebec.
Entraba yo por la puerta de una de las oficinas en donde trabajaba en La
Habana en el momento en que una colega agitaba en sus manos un periódico
en inglés mientras decía, "tantos problemas que hay en el mundo y mira a
estos que viven en un paraíso, en busca de problemas". El comentario se
me quedó en la memoria, más que por comprender de qué se trataba, por la
curiosidad que despertó en mí que allá afuera hubiesen realmente
"paraísos", mientras nosotros vivíamos sin rumbo, llenos de calamidades
y sinsentidos.
Por aquel entonces el único lenguaje que yo hablaba con soltura era el
"habanero", tenía una idea bastante inocente del resto del mundo y si
bien podía identificar a Canadá en el mapa por ser el segundo país más
grande, no era en mi imaginación más que una gran extensión de pinos y
nieve, habitada básicamente por esquimales. Lejos estaba por aquellos
días de imaginar que Canadá es un hermoso país con ciudades modernas,
que Quebec llegaría a ser tan popular en mi abecedario como cualquier
otra provincia del caimán verde donde nací, o que con el tiempo podría
yo leerme aquel periódico de lengua imposible con la misma rutina con
que me leía de un tirón Granma y Juventud Rebelde.
No fue hasta diez años más tarde, luego de que mi inglés pasó finalmente
de spanglish a hándicap, que aquel pasaje en la para entonces lejana
Habana comenzó a conectarse con mi nueva realidad. Quebec no era solo el
nombre de una provincia canadiense, era también su única provincia
francófona, la primera y más grande de todas, y también la más
independiente. Orgullosa en sus demandas y problemática por sus rencores
de adjunta, diferente y ajena, que por aquel año 95 había estado en los
titulares de aquel periódico extranjero porque apenas sobrevivía en su
empeño de querer independizarse del resto de Canadá. ¿Cómo podría
alguien querer separarse del paraíso? Bueno…, porque el paraíso es una
ilusión y depende de quien lo nombre añoranza.
La historia de Quebec se remonta a los comienzos de la colonización de
estas tierras por los europeos. Luego de que el insigne explorador
genovés descubriera por mil cuatrocientos noventa y tanto la ruta al
nuevo mundo, llegaron los ingleses y franceses un poco más al norte,
donde se asentaron y crearon lo que con el tiempo vendrían a ser Canadá
y Estados Unidos de América. Fue precisamente un explorador francés de
apellido Champlain el fundador del primer asentamiento europeo
permanente en Norteamérica y de ahí y tras mucho andar —tras Francia
perder la primerísima guerra mundial por el año 1763—, que los ingleses
tomaban posesión de lo que hasta entonces habían sido colonias francesas
en esta parte del mundo, y también por extensión de sus desconcertados
pobladores francófonos. Como resultado, la provincia que hasta entonces
había sido La Nueva Francia, fue renombraba con el nombre algonquino de
"Quebec" como la ciudad original, llamada así por sus fundadores debido
a que el majestuoso y ancho río San Lorenzo, justo frente a ella, deja
de ser un mar de agua atlántica para estrecharse en una línea fresca y
caudalosa, que termina conectándolo finalmente con los Grandes Lagos.
La brillante y poderosa, pero geográficamente distante corona inglesa,
se esmeró desde entonces en complacer las demandas de sus nuevos
ciudadanos, por miedo a que estos se le sumaran a los problemas que ya
iba teniendo en las Américas con las otras trece colonias del sur. Sin
embargo, fue precisamente esta deferencia con Quebec y sus habitantes lo
que a la larga incitó los celos y la guerra de liberación que culminó en
la creación de Estados Unidos y su independencia de Inglaterra. La nueva
frontera del Tratado de París establecía la diferencia entre aquellos
que le daban la espalda a la corona y los que seguían fieles a ella,
detalle este que atrajo la inmigración de muchos angloparlantes del sur
y también de Europa, convirtiendo a Canadá en el país multicultural y
bilingüe que conocemos hoy.
Fue así como aquella vasta comunidad de franco-americanos quedó atrapada
por las vicisitudes de la historia en medio de un mundo extraño, al que
siempre ha estado ligada por razones geográficas y económicas pero con
el que nunca se ha sentido culturalmente identificada, y esto le ha
traído a su relación con el resto de Canadá un sin número de percances
que han hecho de la coexistencia de ambos un difícil tema político y
administrativo. Quebec es considerado un estado independiente dentro de
una Canadá unida, como lo catalogara cuidadosamente el Primer Ministro
del país hace unos seis años atrás. Es la única de las nueve provincias
que nunca ha firmado la constitución del país e incluso cuando se
adhiere en lo fundamental a las leyes de la confederación, tendría usted
que vivir aquí para que encontrara el sin número de excepciones que para
Quebec y sus habitantes existe en cada documento oficial.
No es de extrañar en estas circunstancias que el tema de la
independencia y el separatismo hayan sido desde sus inicios una máxima
en la sociedad "quebecoá". Con sus picos en guerra y terrorismo hasta
salidas más sutiles como la llamada Revolución Tranquila en los años
sesenta, una buena parte de los pobladores de Quebec han conservado
desde siempre la melancolía de vivir independiente de su gobernante
inglés. En 1976, el partido político que agrupa los sentimientos
separatistas de la provincia, Parti Québécois por su nombre en francés,
ganó por primera vez las elecciones locales y desde entonces ha llamado
dos veces a referéndum entre sus ciudadanos en busca de consenso para
sus intenciones de independencia. En el primero de ellos falló por un
amplio margen de dos tercios de la población contra solo un tercio que
apoyaba la idea, pero en el segundo referéndum, que se efectuó
precisamente en el 95 —razón por la cual Quebec estaba en los titulares
de aquel periódico en La Habana—, los votos reflejaron el preocupante y
estrecho margen de menos de cuatro décimas de puntos de diferencia. Esta
vez casi la mitad de la población de Quebec votó por el SÍ.
Suena sorprendente sin dudas que un país bien establecido como Canadá,
basado en principios sólidos de igualdad y democracia y ejemplo de
paraíso para muchos en el mundo —como lo fue para mi colega años atrás—,
se vea amenazado por los preludios de dividir en dos pedazos diferentes
lo que desde sus inicios han sido las partes naturales de una misma
cosa. Si bien creo que Quebec tiene todo su derecho a defender su
cultura e identidad, también es evidente que todavía estamos lejos de
sobrevivir a nuestras diferencias sin el conveniente orgullo de tomar
ventajas de nuestros derechos. Este septiembre y tras nueve años de
gobierno liberal, Quebec votó nuevamente en favor del Parti Québécois en
las últimas elecciones, que ganó una respetada minoría con una
plataforma llena de promesas de independencia y soberanía para Quebec y
sus ciudadanos del resto de Canadá. Los titulares de los periódicos
volvieron a hablar de división y separatismo y algunos hasta predicen
sin corazón cual de los dos gana o pierde con el país desmembrado. Será
el futuro quien defina las fronteras del nuevo paraíso, yo soy de la
opinión de que dividir es siempre intentar ganar a lo barato.
http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/escapar-del-paraiso-280134
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