Batalla perdida
Miércoles, 19 de Septiembre de 2012 03:11
Escrito por Oscar Sánchez Madan
Cuba actualidad, Cidra, Matanzas, (PD) El gobierno cubano perdió la
llamada batalla de las ideas desde hace varias décadas. Cuando Fidel
Castro ordenó los primeros fusilamientos de personas en el mismo año del
triunfo de la revolución, ya el régimen estuvo derrotado en el campo
ideológico, a pesar del respaldo popular de que gozaba entonces.
Las persecuciones de los propios miembros del triunfante Ejército
Rebelde y de los miembros de muchas de las agrupaciones políticas y
sociales que apoyaron a los insurrectos en la lucha clandestina y en los
combates en la Sierra Maestra evidenciaron que una despiadada dictadura
de corte estalinista había asumido el poder en la isla.
Aunque se comenzó a hablar mucho, durante los años posteriores a la
victoria, de marxismo-leninismo en los barrios, escuelas y centros
laborales, las bayonetas, las cárceles, los campamentos de trabajo
forzado, los centros de tortura y los paredones de fusilamiento siempre
llevaron la voz cantante.
Un país con todos los medios de prensa independientes confiscados a sus
propietarios y un excesivo control por parte del nuevo gobierno de la
información que se ofrecía a la población, colocaba a las fuerzas
disidentes, traicionadas por los hermanos Castro, en un estado de
absoluta indefensión.
La oposición de entonces, parte de la cual había combatido a la
dictadura de Fulgencio Batista, no estaba en condiciones de enfrentar al
nuevo régimen, máxime cuando la mayoría de la población se había dejado
engañar por los demagogos castristas que hacían promesas a sabiendas de
que no las iban a cumplir.
Los más brillantes intelectuales fueron obligados a seguir tres caminos:
el exilio, la sumisión o el enfrentamiento abierto.
Una frase de Fidel Castro pronunciada en tono amenazante ante un grupo
de reconocidos intelectuales mostró la esencia absolutista del nuevo
régimen que se imponía: "Dentro de la Revolución, todo; fuera de la
Revolución, nada". Así quedó fijada la postura de un gobierno que se
adueñó no sólo de las riquezas materiales de la nación, sino también de
la vida espiritual de toda la sociedad.
Lo que en estos primeros años del presente siglo el castrismo ha llamado
la batalla de las ideas, no ha sido más que un esfuerzo, bastante
importante, por revitalizar el depauperado andamiaje ideológico,
afectado por los notables cambios que se produjeron en el mundo con la
desaparición de las férreas dictaduras estalinistas de Europa Oriental.
Al multiplicarse y fortalecerse los grupos de la disidencia interna, en
los años 90, del pasado siglo, Fidel Castro olfateó el peligro. Temía el
Comandante correr la misma suerte de viejos dictadores comunistas como
Erich Honecker y Nicolae Ceausescu. Por ello, creó nuevos programas para
el adoctrinamiento: Gestó las llamadas Tribunas Abiertas, el programa
televisivo Mesa Redonda y los denominados canales educativos. Asimismo,
estimuló la creación de los llamados trabajadores sociales, ordenó la
elaboración de presentaciones audiovisuales, e incentivó el estudio de
la informática en el país, sin permitir, por supuesto, el acceso libre
de los cubanos a la Internet.
Pero ninguno de estos y otros proyectos del gobierno pudo impedir que el
pueblo, en especial la juventud, se nutriera de información alternativa
y llegara a conclusiones propias sobre los problemas fundamentales que
afectan a la nación.
Por su fracaso, muchos de estos improvisados planes han sido abandonados
por el actual presidente Raúl Castro, quien intenta mostrarse ante los
ingenuos de este mundo como un reformista.
Ya casi nadie en la isla se cree el cuento castrista de la inminente
invasión de los Estados Unidos. La mayoría de la población lo considera
una vieja historia de hadas escrita en un deteriorado libro que alguien
arrojó a la basura.
También son muchos menos los que consideran el embargo estadounidense
como el fundamento de la actual crisis económica y social por la que
atraviesa la nación. Se sabe que es el gobierno comunista el principal
responsable de las desgracias de la población. Es conocido que las
ineficientes empresas económicas socialistas y las pálidas
transformaciones impulsadas en la actualidad por el oficialismo impiden
la necesaria prosperidad de los nacionales.
En tales condiciones, a los castristas les quedan sólo tres
alternativas: aferrarse ciegamente al inmovilismo político y económico,
seguir el sendero por el que transita el país ahora, o abrir Cuba al
pueblo y al mundo para que las ciudadanas y los ciudadanos ejerzan sus
derechos básicos, como ocurre en las naciones democráticas. Cualquiera
de estas tres variantes obligará a los castristas, de todas formas, a
abandonar el poder.
El pueblo cubano ya se cansó de las cadenas. Ya se hartó de ser esclavo
de unos privilegiados comandantes. Sus protestas se incrementan y los
militares y todo el andamiaje policial de contrainteligencia no bastarán
para sofocarlas cuando se produzca lo que la disidencia no desea: un
estallido social.
Y es que nadie puede detener la marcha de la historia. Eso lo vaticinó
Fidel Castro hace más de una década. Por eso, ellos, los seguidores de
Stalin, han perdido la batalla de las ideas. Esto se debe a que han
defendido, durante décadas, un sistema ineficiente e inhumano que se
opone al ejercicio de las libertades humanas.
Para Cuba actualidad: sanchesmadan61@yahoo.com
http://primaveradigital.org/primavera/politica/54-politica/5231-batalla-perdida.html
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