Fidel y Muamar
Bertrand de la Grange
Madrid 26-06-2011 - 4:48 pm.
A pesar de la guerra, se vive mejor en Libia que en la Cuba de los Castro.
Dos niñas libias sonríen a través de la ventana de un barco en Misrata.
(AP, junio de 2011)
A pesar de la guerra, se vive mejor en Libia que en la Cuba de los
hermanos Castro. Esperaba encontrar un país abatido, asustado y sometido
a las penurias que suelen acompañar cualquier conflicto bélico. He visto
todo lo contrario: una nación en pie, combativa, acogedora. Incluso en
Misrata, asediada y bombardeada por las tropas del coronel Muamar el
Gadafi desde marzo, la población —medio millón de habitantes— se las
arregla para conseguir la comida, el agua o el gas para cocinar y, al
mismo tiempo, movilizar a miles de jóvenes para combatir a un enemigo
infinitamente superior en términos militares.
Nada de eso cuenta Fidel Castro en las varias "Reflexiones" que ha
dedicado a Libia. El viejo comandante se ha limitado a denunciar la
agresión "nazifascista" de la OTAN y a describir como un héroe a su
alter ego de Trípoli: "[Gadafi] pasará a la historia como uno de los
grandes personajes de los países árabes".
Al líder cubano no le interesan las motivaciones de una parte sustancial
de la población libia que pone su vida en peligro para luchar contra un
régimen represivo. Y denuncia de antemano cualquier injerencia
extranjera en los asuntos internos de la Isla: "Esos groseros ataques
[de la Alianza Atlántica] pueden ser utilizados contra cualquier pueblo
del Tercer Mundo". La advertencia va dirigida a los cubanos que podrían
sentirse tentados de buscar apoyos fuera del país para cambiar el
régimen en La Habana.
La solidaridad entre los dictadores trasciende las diferencias
ideológicas. Fidel Castro se llevaba bien con el caudillo español
Francisco Franco y no le disgustaba la fuerte influencia del islam en el
discurso de Gadafi. Lo dijo claramente en su primera visita a Trípoli,
en marzo de 1977. "Soy revolucionario marxista-leninista, pero siento un
profundo respeto por las ideas de ustedes, las convicciones de ustedes y
las creencias de ustedes. Somos revolucionarios y eso nos une. Por ello
estamos dispuestos a luchar junto a ustedes contra el imperialismo".
Es deprimente ver que los autores de esas declaraciones vacías siguen en
el poder treinta y cinco años después. Uno, con sus túnicas y turbantes
estrafalarios; el otro, con sus uniformes militares y, ahora, con sus
horrorosos atuendos deportivos. Ambos aferrados al poder hasta la
muerte, para no tener que rendir cuentas por los crímenes cometidos
durante sus largas vidas. Comparten la misma megalomanía y las mismas
obsesiones, que les han llevado a eliminar físicamente a todos sus
adversarios o a neutralizarlos a través del exilio o de la cárcel. Y a
confiar únicamente en sus familiares, que ocupan los puestos clave y
heredan el poder, como si fueran monarquías: en Cuba, el hermano menor,
Raúl Castro; y en Libia, uno de los hijos del coronel, Saif al-Islam,
cuya entronización ha sido pospuesta a raíz de la sublevación popular.
A diferencia de su amigo cubano, que siempre ha usado el deporte como un
arma ideológica, Gadafi no soporta la popularidad de los atletas y ha
tomado medidas drásticas para mantenerlos en el anonimato. En la
retransmisión de los partidos de fútbol, los locutores de la televisión
libia recibieron la orden de designar a los jugadores por el número de
la camiseta, nunca por sus nombres. En el Mundial de 1990, en Italia,
hablaron sin parar del "famoso y talentoso jugador número 10". Todo el
mundo sabía que se llamaba Diego Maradona, pero se trataba de evitar que
el astro argentino le hiciera sombra al susceptible líder de la
Revolución Verde.
Excentricidades aparte, los dos hombres han compartido un gusto por la
violencia política que va más allá de la lucha por el poder en sus
países respectivos. Ambos alimentaron durante décadas el mito de la
revolución mundial y crearon estructuras para ese fin: el Departamento
América en La Habana, dirigido por Manuel Piñeiro, alias Barbarroja, y
el Mathaba en Trípoli, encabezado por Moussa Koussa, que acaba de irse
al exilio. A partir de 1992, cuando se hunde la URSS y termina la Guerra
Fría, La Habana y Trípoli reducen su apoyo a las guerrillas y a las
organizaciones terroristas, como los vascos de ETA, los irlandeses del
IRA o los colombianos de las FARC.
Hay, sin embargo, un terreno donde Fidel le gana en maldad a Muamar: el
cubano ha destruido la economía de su país y ha derrochado los enormes
subsidios de la URSS, mientras el libio ha aprovechado los recursos
petroleros para construir una nación más desarrollada y rica que hace 42
años, cuando tomó el poder en un golpe incruento."
Fidel y Muamar | Diario de Cuba
www.ddcuba.com
http://www.ddcuba.com/cuba/5486-fidel-y-muamar (Accessed 26 June 2011)
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