Viernes 12 de Febrero de 2010 08:03 Rafael Rojas, México DF
Raúl Castro en la inauguración de la Feria del Libro de La Habana.
Febrero de 2010.
2009, año del cincuentenario de la Revolución, fue también el año en que
los líderes históricos de aquella gesta confirmaron, con mayor
fidelidad, su pertenencia al segmento más conservador de la clase
política insular. Un segmento que monopoliza el poder de iniciar el
cambio y, a la vez, las mayores resistencias al mismo. Todas y cada una
de las expectativas de reforma, generadas por la sucesión de Raúl
Castro, entre el verano del 2006, cuando se inició la convalecencia de
Fidel, y el verano del 2008, cuando el lenguaje reformista alcanzó sus
tonos mayores, fueron desvanecidas por el mismo gobierno que las creó.
El raulismo, esto es, la idea de un gobierno sucesor, encabezado por
Raúl Castro, que emprendería limitadas reformas económicas, que
reconduciría pragmáticamente las relaciones internacionales de la isla,
que facilitaría la renovación generacional de las élites, que
flexibilizaría el acceso a algunos derechos civiles, que moderaría la
estridencia de los medios de comunicación y que renegociaría su
popularidad frente a la población, por medio de una relativa
satisfacción de necesidades básicas, evitando así una escalada violenta
de desobediencia civil y represión policíaca, nunca fue una realidad.
Pero el año pasado dejó de ser una promesa.
Esas expectativas de cambio se difundieron dentro y fuera de la isla, en
la propia clase política, en la población insular, en la disidencia
interna, en el exilio y en la comunidad internacional. Casi todos los
actores políticos involucrados en el proceso cubano concedieron cierto
margen de realización a las reformas raulistas. Varias iniciativas de la
oposición y el exilio, decenas de congresos académicos y análisis de
expertos, movimientos diplomáticos de la Unión Europea, América Latina y
hasta el Departamento de Estado, dan fe de una extendida valoración
positiva de las posibilidades reformistas del primer gobierno de Raúl.
Muchos dirán ahora que nunca se hicieron ilusiones, pero en aquel
momento era difícil no ver la sucesión como antesala de la necesaria
transición democrática cubana. El propio Raúl y varios altos
funcionarios de su primer gobierno, como Carlos Lage y Felipe Pérez
Roque, propiciaron aquel clima llamando a "cambios estructurales y de
concepto", a la derogación de "prohibiciones absurdas", al desarrollo de
una diplomacia "pluralista", a un abandono de la retórica de la "batalla
de ideas", a una dirección institucional y colectiva, a un ambiente de
debate interno y a un cambio en el estilo y el ceremonial del régimen.
Esos líderes, que hablaban hace dos años de reformas, han terminado
llamando a la población a no hacerse ilusiones y reprochando a la
ciudadanía sus constantes demandas al Estado. Ellos mismos, los
principales constructores de un Estado omnipresente, que controla la
sociedad y la economía de la isla, se quejan ahora de un paternalismo
estatal que limita las iniciativas económicas y civiles de los
ciudadanos. La única manera de revertir dicho paternalismo, como
sabemos, no es el llamado a la austeridad, sino la liberación de
iniciativas ciudadanas por medio de una reforma profunda, de la
economía, de la sociedad y también de la política insular.
Las ilusiones perdidas
El año pasado fue la pérdida de aquellas ilusiones. La destitución de
Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, acusados de "indignos" por quien los
sostuvo en el poder durante más de veinte años, y de otros funcionarios
profesionales como José Luis Rodríguez y Fernando Remírez de Estenoz,
fue la primera prueba de que la cúpula del régimen no estaba interesada
en una renovación o en una "dirección colegiada", como se le llamó
alguna vez, entre distintas corrientes del partido y el gobierno. Esas
destituciones se produjeron poco después de la depuración de jóvenes
"talibanes" y ejecutivos de la "batalla de ideas", dando la falsa
impresión de que formaban parte del mismo proceso de reemplazo de
"fidelistas" por "raulistas". Como ahora sabemos, se trató, en realidad,
de una operación de ambos Castros con el fin de recuperar poderes
delegados por ellos mismos.
El anuncio de la postergación indefinida del sexto congreso del Partido
Comunista de Cuba fue otra señal del desinterés oficial en un clima de
debate "socialista" sobre los graves problemas económicos, sociales y
políticos de la isla y, a la vez, de la voluntad de diferir reformas.
Dado que entre 2007 y 2008, el gobierno se limitó a liberar tímidamente
el consumo y entregar tierras en usufructo a los campesinos, y la
Asamblea Nacional del Poder Popular no legisló ninguna reforma de
importancia, las expectativas de cambio, dentro de la militancia
reformista, se proyectaron sobre el VI congreso. Muchos partidarios de
un cambio más profundo, dentro y fuera de la isla, también pusieron
esperanzas en ese congreso.
Varios comunistas reformistas, encabezados por el académico Pedro
Campos, elaboraron un proyecto de trece propuestas programáticas para
transitar hacia un "socialismo participativo y democrático", que aunque
no tuvo difusión en ningún medio de la isla, reflejó el horizonte de
expectativas del reformismo sistémico. Allí se proponía, por ejemplo,
una relativa desestatalización de la economía nacional, por medio de
formas cooperativas y autogestionadas de propiedad, y —lo que era más
audaz— una reforma de las leyes electorales y del código penal para
hacer más representativo y plural el sistema político. Con la
postergación del congreso, el gobierno de Raúl dio un portazo, ya no a
la oposición, el exilio o la comunidad internacional, sino a muchos
socialistas cubanos.
Los llamados al debate y a la pluralidad, que abundaron en los primeros
años, fueron apagándose poco a poco, junto con un notable incremento de
la represión. Los encarcelamientos de opositores, aunque preventivos y
breves, aumentaron durante todo el 2009. Un nuevo blanco de las
restricciones a las libertades públicas fueron los blogueros, sometidos
a arrestos express y a actos de repudio, como los que sufrieron Yoani
Sánchez y Reinaldo Escobar. Tampoco salieron ilesos del rearme
autoritario de la "seguridad nacional" algunos jóvenes socialistas,
académicos de las ciencias sociales, activistas comunitarios y
promotores culturales, que intentaron abrir los estrechos espacios de la
sociabilidad estatal.
El aumento de la represión, como solía ocurrir en la primera mitad de
esta década, se dio acompañado de una crispación de los medios oficiales
de comunicación, similar a la de los peores momentos de la "batalla de
ideas". La televisión, la radio, la prensa y, sobre todo, publicaciones
electrónicas del gobierno cubano o de sus simpatizantes en la izquierda
europea y latinoamericana se llenaron de artículos infamantes contra
opositores y blogueros, a quienes, una vez más, se les acusó de "agentes
al servicio de una potencia extranjera", por el simple hecho de
cuestionar la precariedad de la vida habanera o demandar pacíficamente
un cambio político.
Regresión de la política exterior
Todavía en los primeros meses del 2009, el gobierno de Raúl Castro
reiteraba su disposición a construir una nueva relación con la
administración de Barack Obama. La derogación de las restricciones a
viajes y remesas de cubanoamericanos a la isla y el inicio del diálogo
migratorio entre ambos gobiernos fueron señales alentadoras. En el
segundo semestre del año, aquel clima distendido, al menos al nivel del
lenguaje, se fue nublando con un ascenso del discurso antinorteamericano
en los medios de comunicación y en los pronunciamientos de los máximos
dirigentes de la isla.
Ya entre fines del 2009 y principios del 2010, la posibilidad de una
reconducción de las relaciones entre ambos vecinos se desplomó con la
agresiva posición de la Habana en las cumbres del ALBA y Copenhague, con
la equivocada inclusión, por parte del Departamento de Estado, del
cubano en la lista de los gobiernos patrocinadores del terrorismo y con
la vuelta de la doctrina de la seguridad nacional "socialista del siglo
XXI", según la cual, Cuba, junto con Venezuela, Bolivia y Ecuador, está
bajo amenaza de una intervención militar norteamericana.
Tanto el aumento de la represión como la rearticulación de la retórica
antiyanqui fueron parte de una regresión de la política exterior de la
isla a los últimos años del gobierno de Fidel Castro. Poco antes de su
viaje a Brasil, en el 2008, Raúl Castro declaró ser un comunista
partidario del pluralismo internacional y aseguró que la relación más
importante de Cuba en el hemisferio era con el gobierno de Lula. Ese y
otros gestos de sus primeros años como gobernante interino y, luego,
como presidente sucesor, fueron interpretados como búsqueda de un
esquema diversificado de relaciones internacionales, en las que el
vínculo con la Venezuela de Hugo Chávez y el ALBA, aunque no fuera
abandonado, se vería compensado por nuevas alianzas regionales y globales.
El segundo semestre de 2009 y, específicamente, la cumbre del ALBA en la
Habana, a mediados de diciembre, fue la confirmación de que ni siquiera
en política exterior el actual gobierno se distanciaba mínimamente del
anterior. Las señales de diversificación diplomática de 2008 facilitaron
movimientos favorables a La Habana en Madrid, la Unión Europea y varios
países latinoamericanos que, como México y Chile, resintieron sus
agendas bilaterales luego de la represión de 2003. En todas esas
cancillerías, la firma de los tratados de derechos civiles y políticos
de Naciones Unidas y la liberación de algunos opositores pacíficos,
injustamente encarcelados hace ya siete años, fueron vistas con buenos
ojos. Hoy queda muy poco de aquella esperanza en la mayoría de las
diplomacias occidentales.
Los límites de la obediencia
Diplomáticos, académicos, analistas, ciudadanos de la isla y la diáspora
tratan de explicarse las razones del desvanecimiento del raulismo. Los
más escépticos aseguran que nunca hubo tal proyecto raulista, que
siempre Fidel estuvo en control de la situación o que Raúl nunca
contempló seriamente reforma alguna y que los gestos tímidamente
aperturistas fueron señales de humo, como tantas otras en cincuenta años
de socialismo, concebidas para bajar la presión externa y, a la vez,
incrementar el control interno. Los que creen posible una reforma desde
arriba, optan por la explicación más simple: lo que sucedió fue que
Fidel se recuperó y mandó a parar a Raúl.
Lo más triste es que una y otra explicación, aparentemente
irreconciliables y que tanto polarizan los debates electrónicos, tienen
un trasfondo común: ambas hacen depender todo lo que sucede y sucederá
en Cuba de la vida de Fidel Castro. Frente al panorama de un país que
pide cambios a gritos, mientras su gobierno pone todas las energías en
obstruir esos cambios y no en propiciarlos, a muchos no los queda más
alternativa que pensar que con el debilitamiento o la desaparición de
Fidel, el gobierno sucesor retomará el camino de las reformas.
Durante medio siglo, el régimen de la isla ha justificado su aparato
represivo y su permanencia en el poder con el argumento de que cualquier
oposición política puede recurrir, eventualmente, a actos violentos,
espontáneos u organizados, que derivarían en una intervención militar de
Estados Unidos. Ahora que el propio gobierno tiene la posibilidad de
iniciar reformas que impidan cualquier tipo de estallido social o
desobediencia civil, se niega a hacerlo, casi, como si probara los
límites de la obediencia y el consentimiento de los gobernados.
¿Cuál es la racionalidad que subyace a la negativa a emprender reformas
por parte de un gobierno que ha reconocido, él mismo, la necesidad de
esas reformas, cuyo carácter limitado, además, no pondría en riesgo su
poder en el corto plazo? Es difícil encontrarla, pero una pista podría
estar en el deseo de Fidel, Raúl y el círculo conservador que los rodea
de mantener intacto el régimen mientras viva el Comandante. Cualquier
cambio es visto por ellos y por sus no pocos seguidores acríticos en el
mundo como una claudicación y ellos, como el reaccionario De Maistre,
piensan que "imaginar cambios es el camino de la derrota".
Esos ancianos siempre han vivido en guerra, real o imaginaria, y sus
mentes se han amoldado a la lógica de la confrontación. Como los
guerreros que son, han comprendido que las reformas, aunque limitadas y
controlables, serán la puerta a un cambio mayor, que ellos no quieren
vivir. Cualquier decisión que tomen en política interna o externa, en
los próximos años, estará regida por ese cálculo biológico: el tiempo
que les quede de vida debe ser invertido en la perpetuación del sistema
político, no en su transformación, problema que legan a los jóvenes. Eso
es lo que llaman "victoria": morir sin cambiar.
2009: El año en que se desvaneció el raulismo - Diario de CUBA (12
February 2010)
http://www.diariodecuba.net/index.php?option=com_content&view=article&id=235:2009-el-ano-en-que-se-desvanecio-el-raulismo&catid=58:opinion&Itemid=181
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