El régimen carcelario cubano
Lo que ocurre en el sistema penitenciario de la Isla no es más que un 
reflejo de la impunidad que el Estado totalitario cubano otorga a sus 
administradores.
Juan Antonio Blanco | 27/02/2010
La muerte inducida y deliberada de Orlando Zapata Tamayo bajo custodia 
del estado cubano es apenas el más reciente recordatorio de la 
naturaleza criminal del sistema carcelario en la isla y de la impunidad 
que ese régimen totalitario extiende a sus administradores y operarios.
En un Estado de derecho, la responsabilidad por la seguridad e 
integridad física de una persona detenida o encarcelada recae sobre las 
autoridades que lo custodian. Es parte de sus obligaciones garantizar 
que no sea agredido ni se auto agreda. Cuando un tribunal dictamina una 
sanción de privación de libertad, no está extendiendo una autorización a 
los funcionarios de prisiones para que sometan al reo a un régimen 
arbitrario de tratos crueles y degradantes decididos unilateralmente por 
sus carceleros. Mucho menos les otorga un mandato para disponer de su 
vida. En cualquier país civilizado las autoridades de prisiones tienen 
que hacer cumplir la sanción dictaminada por los tribunales sin 
atribuirse la prerrogativa de someter al prisionero a castigos 
adicionales, decididos de manera extrajudicial. Sea un preso político o 
común, es obligación del Estado que lo sancionó a la privación de la 
libertad de movimiento garantizarle al detenido el disfrute de sus otros 
derechos no retirados por los tribunales, por lo que cae dentro de las 
responsabilidades del Estado normar la conducta de los funcionarios de 
prisiones, monitorearla de manera independiente y velar porque se 
atengan a reglamentos claramente establecidos que respeten la integridad 
física de los detenidos y los protejan de castigos crueles y degradantes.
En Cuba, una vez consolidada la conspiración contrarrevolucionaria y 
totalitaria -impulsada por los hermanos Castro contra el resto de los 
luchadores antibatistianos desde los días de la Sierra Maestra-, se puso 
fin al Estado de derecho y a la separación de poderes, se sometieron los 
tribunales a la autoridad ejecutiva, se elevó el poder de los órganos 
policíacos por encima del judicial (que perdió su independencia) y se 
extendió impunidad a los responsables de administrar las prisiones al 
prestar oídos sordos,salvo en excepcionales circunstancias, a las quejas 
de los prisioneros y sus familiares.
Adicionalmente la elite de poder cerró el sistema de centros de 
detención y carcelario a toda inspección independiente de la ONU, la 
Cruz Roja o cualquier otra institución internacional. Tanto los presos 
comunes –que hoy constituyen una población de decenas de miles en un 
país que criminaliza actividades económicas y sociales consideradas 
normales en casi todas partes- como los políticos -a quienes la opinión 
pública mundial sigue con mayor atención- se hallan en un estado de 
indefensión total frente a carceleros que saben de la alta 
improbabilidad de ser sancionados por maltratarlos.
Para poder integrarse al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el 
gobierno cubano había accedido a que sus centros de detención y 
prisiones fuesen inspeccionados en el 2009 por el relator especial de 
esa institución. Luego La Habana adujo no estar lista para recibirlo y 
pidió posponer la vista para el 2010.
¿Quién es responsable por la muerte de Orlando Zapata Tamayo?
La responsabilidad por la muerte de Orlando Zapata Tamayo -así como de 
todos los anteriores casos de muertes por malos tratos en centros de 
detención y prisiones cubanas (incluyendo el creciente número de 
suicidios que en ellos se registra en meses recientes)- recae 
inequívocamente sobre las autoridades de la isla.
Fidel y Raúl Castro reciben diariamente el llamado "parte de la 
situación operativa" que les confecciona el Ministerio del Interior. Las 
decisiones tomadas al más alto nivel del estado cubano en los últimos 85 
días sobre el caso de Orlando Zapata fueron asumidas sobre bases 
adecuadamente informadas y constituyeron políticas calibradas y deliberadas.
Los líderes del régimen cubano creyeron que la muerte de este hombre 
humilde, negro, albañil, -al que habían encarcelado usando figuras 
delictivas comunes pese a la naturaleza política de su detención (como 
vienen haciendo con Darcy Ferrer y otros opositores en el pasado 
reciente)- no tendría el impacto que el fallecimiento de un prisionero 
blanco, intelectual, de clase media, acusado de delitos directamente 
políticos. Pensaron que su muerte no les traería repercusiones de 
consideración y en cambio les ofrecía la oportunidad de mandar un 
macabro mensaje de inalterable firmeza a los demás prisioneros y 
disidentes que han apelado de manera creciente a esas tácticas. Porque 
lo que en realidad les preocupa es la posibilidad de que se dé en Cuba 
un movimiento de huelgas de hambre en solidaridad con los presos similar 
al protagonizado por centenares de personas en Bolivia, en varias 
iglesias y de manera simultánea, bajo la dictadura militar.
Pero Orlando Zapata no se amilanó y tardó en fallecer. A última hora 
temieron que se les muriese en un momento inconveniente. No querían que 
el desenlace empañara las conversaciones entre funcionarios españoles y 
cubanos en Madrid (¡sobre derechos humanos!), en medio de las fotos y 
abrazos de Raúl Castro con otros jefes de estado latinoamericanos en 
Cancún, o coincidiendo con la visita de Lula a La Habana. A toda carrera 
le prodigaron inútilmente atenciones hasta entonces negadas.
Lula –que no ha humanizado las brutales prisiones de su país y donde se 
celebrarán elecciones presidenciales en pocos meses- quiso mirar a otra 
parte. Pero si alguien pudiera acusarlo de oportunista es difícil 
suponerlo tonto. Regresó a Brasil sabiendo que la oposición tendría 
nuevos argumentos contra su partido en las venideras elecciones por su 
inoportuno espaldarazo a los cómplices de este crimen. El canciller 
Miguel Ángel Moratinos ha quedado igualmente descolocado frente al 
presidente José Luis Zapatero y al resto de los gobiernos europeos a los 
que ha venido anestesiando su sensibilidad humana y democrática con 
valoraciones parcializadas sobre lo que viene ocurriendo en la Isla. La 
muerte estoica de Orlando Zapata tiene a más de una celebridad mundial 
rectificando sus aproximaciones acomodaticias al régimen cubano y a 
otras corriendo en busca de cobija por haberlas promovido.
Los sobrevivientes del Holocausto narran cómo los nazis tomaron medidas 
extremas para evitar los suicidios en los campos de exterminio. Los 
consideraban un desafío a su poder omnímodo. Sólo los carceleros tenían 
la potestad de decidir sobre la vida o la muerte de aquellos infelices. 
El suicidio no era visto en aquellas fábricas de la muerte como un acto 
de capitulación definitiva al poder sino de desacato. Los fascistas 
cubanos creyeron poder doblegar a Orlando Zapata Tamayo, pero su 
dignidad y valor resultaron ser irreductibles. Prefirió la reafirmación 
de su humanidad y el desacato eterno a sus opresores antes que 
languidecer en su pocilga enfrentando palizas y humillaciones.
Demostró poseer un poder superior al que emana de cañones y bayonetas y 
del cual carecen sus victimarios: la ética del activista de derechos 
humanos. Zapata no estaba dispuesto a matar por sus ideales, pero sí a 
morir por ellos. Eso lo hizo invencible.
El régimen carcelario cubano - Artículos - Cuba - cubaencuentro.com (27 
February 2010)
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/el-regimen-carcelario-cubano-229957
 
 
No comments:
Post a Comment