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Saturday, September 20, 2008

Un Chernobil tropical

Opinión
Un Chernobil tropical

Después del Ike y Gustav, la sociedad será muy diferente a la que el PCC
esperaba pastorear en la fase de consolidación del raulismo.

Julián B. Sorel, París | 17/09/2008

Los estragos causados en Cuba por los ciclones Gustav e Ike y las
repercusiones que ya van perfilándose son comparables al efecto que tuvo
en la Unión Soviética la explosión de la central nuclear de Chernobil en
1986.

Sin duda, el costo en vidas humanas ha sido menor en la Isla que en
Ucrania: los huracanes son hoy fenómenos muy previsibles y la
militarización de la sociedad cubana permite la evacuación en gran
escala de las zonas más peligrosas. Pero la magnitud de la destrucción
es algo nunca visto en la historia del país.

Ni siquiera en 1898, al final de las guerras de independencia, tras las
secuelas de la reconcentración, los combates y las epidemias, la
población tuvo que enfrentarse a una devastación comparable. Se calcula
que, como mínimo, hay medio millón de personas sin hogar y buena parte
de la infraestructura —carreteras, puentes, tendidos eléctricos,
escuelas y hospitales— yace en el suelo.

Las cuantiosas pérdidas del sector agropecuario quizá nunca lleguen a
evaluarse totalmente. La industria del níquel y el dispositivo turístico
—dos de los pilares de la economía, junto con el petróleo que envía Hugo
Chávez y las remesas de los cubanos del exterior— también sufrieron
daños importantes.

A plazo medio, esta situación puede tener consecuencias económicas y
sociales tan radioactivas como los isótopos que se escaparon del reactor
ucraniano. Las catástrofes de esa envergadura suelen operar como un
revulsivo sobre las sociedades cerradas y semitotalitarias, ya sean de
perfil nacional-revolucionario (caso cubano) o de tipo
imperial-burocrático (caso soviético).

La crudeza de los mecanismos de control, la ineficacia del centralismo
económico, la inepcia de la administración, la inadecuación de las
decisiones en materia de infraestructura, vivienda y defensa, y el
despilfarro en actividades suntuarias o propagandísticas se ven
súbitamente bajo una luz nueva, inusual: la ayuda prometida no llega, el
gobierno sube los precios en medio de la crisis, el presidente no
aparece por las zonas afectadas y la prensa sigue repitiendo las
consignas gastadas y el triunfalismo bobo de siempre.

La gente empieza a preguntarse si no hubiera sido más sensato emplear en
la reparación de casas y puentes una parte del cemento que se malgastó
en refugios antiaéreos y si los éxitos olímpicos justifican los enormes
recursos gastados en alimentar, vestir, calzar y entrenar durante medio
siglo a decenas de miles de atletas en centros especializados.

Además, las repercusiones van a dejarse sentir durante un período muy
prolongado y a incidir en aspectos particularmente sensibles de la
realidad cotidiana. La emigración, la crisis demográfica, la escasa
productividad y la carestía de la vida se verán agravadas tanto por la
devastación que causaron las aguas y el viento como por la incapacidad
del sistema para gestionar apropiadamente la crisis.

Dos opciones

Ante esta destrucción sin precedentes, el gobierno de Raúl Castro tiene
dos opciones. La primera consiste en seguir como hasta ahora y afrontar
con sus propios medios y métodos habituales la tarea de la
reconstrucción. En el mejor de los casos, al cabo de incalculables
sufrimientos, esa estrategia permitirá acoger en albergues colectivos a
los cientos de miles de damnificados y darles de comer malamente dos
veces al día. Pero el PIB disminuirá mucho y las condiciones de vida de
la mayoría retrocederán a lo que eran a principios de los años de 1990,
tras el naufragio del mundo soviético, o incluso a niveles inferiores.

Ese camino lleva al deterioro económico continuo, al "Mariel en cámara
lenta" y, con toda probabilidad, al estallido social.

La segunda sería la de abrir de manera total y sincera el país a la
ayuda exterior, principalmente a la de Estados Unidos y la comunidad
cubana exiliada/emigrada. Esta política no sólo facilitaría el auxilio
de emergencia a los damnificados, sino que permitiría la entrada de los
recursos y capitales indispensables para la reconstrucción ulterior. Por
desgracia, los síntomas vigentes indican que por ahora prevalecerá la
política numantina del búnker, la policía política y la propaganda
rimbombante.

Pero cualquiera que sea la decisión del gobierno cubano, la sociedad que
saldrá de esta etapa será muy diferente de la que existió hasta agosto
pasado y, desde luego, muy distinta también de la que los jerarcas del
Partido Comunista esperaban pastorear en la fase de consolidación del
raulismo. Dentro de algunos años, quizá se verá con más claridad que el
parto del postcastrismo en Cuba no comenzó con la enfermedad que casi
mató al Comandante en Jefe en 2006, ni con la sucesión dinástica a favor
de su hermano menor, sino con el par de ciclones de nombre escandinavo
que arrasaron la Isla este verano.

Al ex presidente Ramón Grau San Martín se le atribuye un comentario
rotundo sobre una frase que Fidel Castro tomó prestada del Mein Kampf de
Adolfo Hitler —sin citar jamás la fuente, por supuesto. Cuando en 1959
el caudillo victorioso repetía en la televisión su latiguillo favorito
de "la Historia me absolverá", cuentan que Grau dijo ante sus amigos:
"Sí, la Historia te absolverá, pero la Geografía te condena".

Sin duda el anciano político pensaba más en la cercanía de Estados
Unidos que en la condición tropical de la Isla. Pero, en cualquier caso,
su observación adquiere hoy un sentido terriblemente profético. La
conjunción del mesianismo totalitario y el fátum geográfico está a punto
de cancelar toda esperanza de que un día Cuba logre recuperar la
libertad y la prosperidad que conoció en la era republicana.

http://www.cubaencuentro.com/es/opinion/articulos/un-chernobil-tropical-114508

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