Rafael Ferro Salas
PINAR DEL RÍO, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Tras el paso del
agua y el viento, la desolación. Es como si la mano de Dios estuviera
revelando una fotografía ante los ojos del que mira. Empiezan a salir
imágenes que antes no se veían.
Comienza el día y se sale a la calle a encontrar algo de comida. Surgen
por todas partes los especuladores, aliados de la tragedia. La población
ha perdido el hábito de reír, y mucho menos de cantar. Algunos beben,
solitarios o en grupos. Otros pasan las horas con la mirada perdida
entre los escombros de lo que hasta ayer fueron sus casas. Desesperados,
entre el fango y el agua, buscan la foto de la infancia que guardaban
celosamente. Todo se ha perdido.
Caminan como fantasmas, sin hablar, y si alguien lo hace es para
preguntar: ¿Qué te dejó, perdiste mucho?
Queda ahora lo peor, soportar impotentes las cosas malas que vendrán en
medio de una batalla interminable. Sólo queda el sacrificio cotidiano
del nunca acabar, como un castigo eterno.
En medio de este otro huracán de dimensiones infinitas que nos imponen,
quedamos todos, sobreviviendo a esto que algunos llaman vida y que no es
más que la rutina que nos ha tocado, como si fuéramos los condenados de
la Isla.
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