2008-09-09.
Dr. Antonio LLaca
(www.miscelaneasdecuba.net).- Yo conocí a Julio Martínez. Nació en Cuba
como mismo hubiera nacido en Colombia, Méjico o Venezuela. Era un
"mulato blanconazo" bien parecido en sus años de juventud, lo que sin
dudas era una gran ventaja en la sociedad cubana de los años 40 y 50,
estatura media y complexión física otrora fuerte aunque para la época en
que nos relacionamos ya los años le habían hecho alguna mella.
Vivía en un barrio de la periferia de La Habana y se ganaba la vida en
lo que siempre había hecho, sargento (operador) político a favor del
partido o figura de turno, lo que le proporcionó, en ocasiones, algún
que otro trabajo formal intercalado con "botellas" o sinecuras que
también ayudaban a vivir; aunque tanto estas como aquellos de poca
monta, solo suficientes para salir de la miseria y vivir modestamente.
Anteriormente había estado con Grau y Prío, pero el último
correligionario que disfrutaba de su oficiosidad era el General Batista
y entre las obligaciones de Martínez, y principalísima, estaba el bien
temprano en la mañana, en cuanto abrían la bodega y la carnicería de la
esquina, hacer acto de presencia en estas instituciones del barrio, dar
unos sonoros vivas al General y hacer los comentarios de la actualidad
del Gobierno; el apasionado vocerío se repetía en la panadería, la
barbería del Gallego, siempre concurrida, en las pequeñas tiendas y
negocios de los alrededores o en cuanto lugar hubiese suficiente
afluencia de gente.
Muchas veces con fábulas y las otras con inventos suyos, Martínez se las
ingeniaba para ensalzar la figura de sus loas y además, hacer ver que
siempre estaba muy bien informado acerca de lo que ocurría en los
entretelones del poder: que Batista había dicho esto o hecho lo otro;
que Marta su esposa, una mujer encantadora……; que el Ministro Tal lo
había llamado para un importante trabajo, y así un largo etcétera que su
fértil imaginación sociopolítica era capaz de engendrar.
La gente por supuesto le hacía todo tipo de solicitudes que él tramitaba
en las más altas instancias no del Gobierno sino de su fantasía y
también le preguntaban acerca del desarrollo de la guerra y si Batista
se vería forzado a abandonar la Presidencia. Aquí la respuesta era
tajante: eso ni soñarlo, y para mejor comprensión del interlocutor y del
auditorio, relataba las más recientes y favorables noticias del frente a
las cuales él, como hombre de confianza, tenía amplio acceso y lo
mantenían siempre al tanto rematadas con las consabidas anécdotas del
cambio de nombre del Presidente, quien desde hacía varios meses se hacía
llamar, en el círculo de sus íntimos, Fulgencio Batista y Pa'rrato, y la
terrible bala en el directo de su formidable pistola calibre 45, bala
dirigida a un ignoto destinatario si es que alguna vez lo tuvo.
El 31 de Diciembre del 59, como casi todo el mundo en La Habana, se
dedicó a festejar el fin de año y no faltaron las botellas de ron que
ingerido más allá de lo aconsejable le produjeron una borrachera
memorable; para la mañana del día primero tenía como meta dar los más
sonoros vivas al General que jamás se hubieran escuchado en el barrio;
en el nuevo año, según le habían prometido, las cosas le irían mucho
mejor a la sombra de su protector.
Como pudo se levantó de la cama, dando tumbos llegó hasta la esquina
donde una turba se encontraba agolpada. Este es mi momento, pensó, y de
inmediato el grito de "Viva el General Batista" retumbó en toda la
cuadra con su poderosa voz pero inexplicablemente la turba lo rodeó y le
dieron una paliza formidable; yo era un muchacho y por primera vez veía
tal espectáculo, recuerdo como la boca y la nariz de Martínez sangraban
profusamente, también corrían gruesos hilos de sangre de su frente.
Alcancé a entregarle un pañuelo que no sé de dónde había salido con el
que logró contener un poco la sangre. De inmediato fue montado en un
vehículo y llevado a un destino desconocido. Martínez, un hombre
habitualmente bien informado, no sabía que Batista había renunciado en
la madrugada y se hallaba ya a miles de kilómetros de distancia.
Varias semanas después fue liberado, en fin, solo se trataba de un
personaje de menor cuantía. Apareció en el barrio, recogió sus cosas,
vendió lo que pudo y días más tarde un automóvil lo llevó a un sitio que
para todos resultó ignorado, no volvimos a saber más de él.
Con el paso de los años la casualidad hizo que nos encontráramos en
Camagüey, vivía muy humildemente y ahora estaba del lado de la
Revolución, era el "responsable de vigilancia" de un CDR y trabajaba en
una bodega de mala muerte en un barrio perdido donde abundaban los
retratos y consignas del Presidente de turno a quien su potente voz daba
nuevas loas.
Lo saludé; al principio no me reconoció, pero luego de algunos minutos
logró identificar en mí al joven del pañuelo. Comenzamos a recordar
anécdotas, personajes del barrio y la golpiza del 31 de diciembre.
Continuamos hablando hasta que tocamos el inevitable tema del cambio que
había dado su vida. Me lo explicó de la manera más sencilla del mundo:
¡Hay que vivir, mulato! ¡Hay que vivir!
La última vez que lo vi fue en Miami; logró irse de Cuba de la misma
manera que nos vamos todos los cubanos, o sea, de milagro. Ya era un
hombre mayor, jugaba dominó y conversaba con otros coterráneos en la
Calle 8 o en Flagger o en Hialeah. Había cambiado nuevamente aunque
vivía, huelga decir, como siempre, de la ayuda del Gobierno y se
"redondeaba" haciendo política a favor de uno de los tantos grupos del
exilio. ¡Hay que vivir!, me dijo una vez más, pero allá murió, creo que
como vivió.
Yo conocí a Julio Martínez.
Y Usted, ¿también lo conoció?
Fdo. : Dr. Antonio LLaca.
Dic.1993/La Habana. Cuba.
Jun. 2008/El Tigre. Edo. Anzoátegui. Venezuela.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=17012
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