Cuba y las elecciones en Estados Unidos
Para el sector más duro del régimen castrista, la actitud intransigente
de John McCain es preferible al pragmatismo de Barack Obama. Así podrá
seguir alimentando el eficaz fantasma del 'enemigo exterior'
ÓSCAR ESPINOSA CHEPE 04/09/2008
En los primeros días de noviembre se celebrarán elecciones en Estados
Unidos para escoger un nuevo presidente. Por razones históricas,
geopolíticas y culturales, ese proceso realizado a 90 millas de sus
costas siempre ha generado amplias expectativas en Cuba. Pero en esta
oportunidad la atención es mayor, pues el nuevo presidente podría
introducir cambios sustanciales en la política exterior estadounidense
con amplia incidencia en el futuro de la isla. Tanto el candidato
demócrata, Barack Obama, como el republicano, John McCain, han visitado
Florida desde el inicio de la campaña y expuesto sus ideas sobre las
relaciones con la mayor de las Antillas en caso de ganar.
Tanto Fidel Castro como Armando Hart han arremetido contra las
propuestas del demócrata
Las nuevas generaciones de cubano-americanos no están dominadas por el
odio político
En especial Obama ha creado esperanzas de una mejoría radical en las
relaciones. Su promesa de eliminar las limitaciones a los
cubanos-americanos para viajar y enviar remesas a los familiares,
establecidas por la Administración de George W. Bush, representa un gran
aliento para fortalecer la unidad nacional cubana tan necesaria hoy.
Además del contenido humanitario de esa decisión, podría incrementar la
influencia de las ideas democráticas en un país dominado por el
totalitarismo durante casi 50 años. Asimismo, la intención de Obama de
desarrollar una política más flexible y creativa hacia Cuba, con un
papel más activo de la diplomacia, incluida la posibilidad de establecer
contactos entre su Administración y el Gobierno cubano, contribuiría a
reducir las tensiones entre ambos países, una crispación que siempre ha
sido utilizada por los elementos extremistas del régimen castrista. No
por casualidad, el mismo Fidel Castro atacó fuertemente las propuestas
formuladas por el candidato demócrata el pasado 23 de mayo, al reunirse
en Miami con un amplio espectro de la comunidad cubano-americana. Fidel
Castro dijo que "el discurso del candidato Obama se puede traducir en
una fórmula de hambre para la nación, las remesas como limosnas y las
visitas como propaganda para el consumismo y el modo de vida
insostenible que lo sustenta".
La arremetida contra el senador de Illinois ha sido continuada por otros
ideólogos como Armando Hart, quien ha llamado a rebato ante el inminente
peligro de su victoria, que podría significar la llegada a Cuba de
cientos de miles de cubano-americanos, e influir considerablemente sobre
una población muy decepcionada por una crisis que parece no tener fin y
un ambiente de creciente frustración. Las autoridades cubanas recuerdan
bien los problemas políticos ocasionados por la llegada masiva de los
emigrados cubanos en 1979. En esa oportunidad la población conoció a
través de los recién llegados que si en Estados Unidos se trabaja
diligentemente, los beneficios son apreciables. Pero, además de los
testimonios sobre los avances logrados en tierra enemiga por parientes y
amigos, recibieron también pruebas más concretas en forma de ayudas, con
lo cual terminaron los años de falsedades sobre los "sufrimientos y
explotación" de los compatriotas residentes en la nación vecina.
Entonces, el régimen era más fuerte y contaba con la inmensa subvención
del bloque soviético. Hoy, en adición al crecimiento y acumulación de
graves problemas en Cuba, la comunidad cubana en el exterior es más
numerosa y exitosa que en 1979.
Además, el hecho de que EE UU pudiera elegir a un presidente negro sería
el puntillazo a la vieja campaña sobre la discriminación racial en esa
nación, que durante algunos años tuvo cierto éxito entre los cubanos,
que en un 33,0% son negros o mestizos, según el último censo, índice que
algunos analistas estiman superior.
Por su parte, McCain, en su visita a la Florida, prometió proseguir las
fracasadas políticas hacia Cuba, sólo efectivas en 50 años de aplicación
para servir de coartada al totalitarismo caribeño. La inflexibilidad
mostrada por el senador de Arizona, quizás más por razones electorales
que por convicción propia, resulta una esperanza para los sectores
inmovilistas del Gobierno, preocupados por la posibilidad de perder la
justificación que tan bien les ha servido para enmascarar el desastre
nacional.
El clima de confrontación y odio contra un supuesto enemigo externo es
oxígeno para el totalitarismo, mucho más cuando se acrecientan las
presiones en toda la sociedad cubana por los cambios estructurales y de
conceptos que auguró Raúl Castro en su discurso del 26 de julio de 2007.
De todos modos, no existe garantía alguna de que McCain se comporte con
la dureza prometida. Posiblemente, en caso de ganar, él también intente
realizar cambios en la política norteamericana hacia Cuba. Existen
factores que pueden promover ajustes. En primer lugar, el peso del
sector duro del exilio en Florida podría reducirse como resultado de las
elecciones, por el surgimiento de políticos cubano-americanos más
pragmáticos y racionales.
Las nuevas generaciones de cubano-americanos no están cargadas del odio
visceral que impide razonar y escoger las mejores opciones políticas. El
balance de poder en el decisivo Estado de Florida podría cambiar e
incidir positivamente en las decisiones federales, máxime con un
político experimentado como McCain, que en cierta medida ha querido
distanciarse en muchos aspectos de la Administración de Bush.
A ello se suma su firme posición respecto a la disminución de la
dependencia del país de los combustibles externos, que lo ha llevado a
defender las prospecciones petroleras cerca de las costas
estadounidenses, en contraposición con quienes temen por los daños que
quizás ocasionarían al turismo y el medio ambiente. Por ello, tendría
sentido que apoyara a las compañías petroleras para llegar a acuerdos
con las autoridades cubanas a fin de explotar los recursos petrolíferos
en las aguas jurisdiccionales de la isla. Sería un contrasentido que EE
UU, necesitado de combustible, no participara en yacimientos tan
próximos a sus costas. Para Cuba, y en particular para el sector más
reformista del Gobierno, podría ser de interés la participación de
compañías norteamericanas -asociadas con las de otras naciones-, con sus
considerables recursos y conocimientos en la prospección y extracción de
petróleo en las aguas profundas del golfo de México. Por supuesto, para
lograrlo habrá que reducir considerablemente el nivel de confrontación
política entre ambos países.
A pesar del continuado rechazo de la Administración de Bush al Gobierno
de La Habana y a los discursos reformistas de Raúl Castro, en los
últimos ocho años también han sucedido cambios no resaltados
suficientemente. Así, a partir de 2001, cuando se permitió la venta de
alimentos y medicinas a Cuba, a pesar de todas las restricciones
vigentes, Estados Unidos se ha convertido en el principal suministrador
de alimentos, con alrededor del 35,0% de las importaciones cubanas. Por
el alto monto de esas compras, en el intercambio total de bienes EE UU
ocupó el séptimo lugar en el 2006, con tendencia a aumentar. A esto se
agrega su predominio en la emisión de remesas, estimadas en 1.000
millones de dólares anuales en conjunto, así como su decisiva
participación en la actividad de telecomunicaciones de la isla con el
exterior.
Teniendo en cuenta todas esas circunstancias, es muy probable que, ya
sea con el demócrata Obama o el republicano McCain, haya cambios en la
política norteamericana, a no ser que nuevamente el Gobierno cubano
provoque una crisis que impida el avance del proceso de normalización.
De todas formas, la posibilidad de maniobra para lesionar esa
perspectiva es menor, debido al deseo y la necesidad de transformaciones
existentes en Cuba. Esto se ha reflejado en la simpatía de la población
hacia las declaraciones de Obama.
EE UU tiene un papel decisivo en nuestro planeta por su supremacía
económica, nivel científico-técnico y potencial militar, entre otros
factores. Por ello resulta una excelente noticia la posibilidad de que
en las próximas elecciones emerja una Administración acorde con su
grandeza, que asuma un papel internacional de mayor flexibilidad y
cooperación bilateral y multilateral, con una activa participación en la
resolución de los retos del mundo globalizado. A esos deseos de una
imagen renovada de EE UU en los asuntos internacionales nos sumamos los
cubanos, conscientes de que, aunque tengamos la máxima responsabilidad
en la solución de nuestros problemas, merecemos la solidaridad de otros
pueblos, en especial de aquellos a los que nos unen vínculos históricos,
culturales y de vecindad.
Óscar Espinosa Chepe es economista y periodista independiente cubano.
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