Violencia en el estadio
Frank Correa
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El pasado 12 de febrero las 
gradas del estadio Latinoamericano en la barriada del Cerro, Ciudad de 
la Habana, se estremecieron. No fueron los jonrones, ni las jugadas 
apretadas que siempre arrancan el furor de los fanáticos, quienes 
pusieron a los árbitros a punto de declarar terminado el juego a favor 
del equipo visitante, sino la creciente rivalidad entre los habaneros y 
los emigrados de las provincias orientales.
Se enfrentaban los dos equipos más populares del torneo. El actual 
campeón Santiago de Cuba y el equipo Industriales. Un juego considerado 
el clásico de la pelota cubana.
No es secreto para nadie que la afición está equiparada, cuando 
observamos en el estadio toda el ala del jardín derecho repleta de 
orientales, con su conga arrolladora,  mientras que sobre la tercera 
base los leones industrialistas se esfuerzan por mantener viva la llama 
del triunfo.
En aquel memorable juego del 12 de febrero, que ya los especialistas 
catalogan como el mejor de la temporada, la ofensiva de los santiagueros 
no se hizo esperar y en las tres primeras entradas tenían acumulados en 
la pizarra 8 carreras. Fue entonces cuando los gritos despectivos hacia 
los peloteros del equipo Santiago de Cuba se escucharon en  el estadio, 
como un aliento al desatino.
--¡Palestinoooooooooos…!
Ese es el calificativo con que denigran a los orientales que  llegan a 
La Habana todos los días buscando un escondrijo donde rehacer la vida. 
Es la casilla donde caben todos los choferes de bicitaxis, vendedores de 
los agro mercados,  reparadores de toda clase de artilugios, químicos de 
aromatizantes, perfumistas, vendedores ambulantes de confituras, 
policías y cualquiera que no haya nacido en el hospital materno de 
Marianao, o  en el Vedado.
La respuesta a los insultos fue inmediata. Los orientales se 
defendieron. Gritaban amarillos a los industrialistas. La confusión se 
adueñó de los espíritus y la violencia tomó cauces inauditos. La 
policía, que casi en su totalidad procede de las provincias orientales 
jugó un papel algo tibio en los acontecimientos. Hubo pelea y arrestos. 
El juego quedó suspendido a la una de la madrugada con empate a 8 
carreras, según las reglas y se reanudó al otro día.
La presencia de Carlos Lage, Vicepresidente del Consejo de Estado y de 
Ministros y una fuerte seguridad policial, hizo a un lado la tormentosa 
pugna entre habaneros y orientales.
La prensa criticó duramente el hecho, pero lo simplificó, calificando a 
los protagonistas como: "sesenta  trasnochados",  que fueron de 
inmediato sancionados con severidad.
Es cierto que nada enrarece más a un espectáculo deportivo que la 
violencia de los fanáticos en las gradas. Son  inocentes espectadores 
los que siempre cargan con las heridas, pero cuidado con los palestinos, 
atenazados por la ley 217 que los fija como ilegales si no cumplen con 
una infinita secuencia de procedimientos y papeleo para obtener la 
ciudadanía habanera y son perseguidos, multados y deportados al menor 
pestañeo. Cuidado con esos palestinos,  que no cejan en su empeño de 
vivir en El Cerro, en La Habana Vieja o en cualquier parte donde puedan 
levantar sus timbiriches, y sueñan que la tierra es una sola y para 
todos, heredada por la sangre de sus ancestros, que llegaron un día 
conquistando el pedazo de suelo que ahora le niegan los mismos que una 
vez dijeron que eran sus coterráneos y amigos.
 
 
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