Miércoles, Octubre 12, 2011 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -¿Puede hacer algo más la
iglesia católica cubana ante la codificación del puñetazo vil, las
patadas en serie, los bestiales empellones y el vocerío que reparte
groserías a granel?
Esa son las entregas que hace, semana tras semana, la tropa convocada
por la policía política para apolismar a los ciudadanos que exigen, en
las calles, un mínimo respeto a los Derechos Humanos.
La petición de algunos prelados y laicos de detener los abusos, se
pierde ante la indiferencia. No hay posibilidades de reducir los riesgos
de muertes o graves secuelas por la proliferación de esas coreografías
del odio.
Entre los ecos de las tibias denuncias, realizadas por algunas de las
autoridades eclesiásticas, continúa el ciclo de salvajismo. Nada detiene
la orden que avala estas acciones para las que no faltan esbirros,
capaces de actuar con una impresionante eficiencia.
Al valorar la posición de la iglesia católica local, sin dudas la más
influyente dentro de las instituciones religiosas a nivel mundial, hay
que mencionar su volubilidad milimétricamente ajustada a las
circunstancias. Es decir que salvo discretas acciones de carácter
humanitario junto a los rituales, puertas adentro; la iglesia no ha
asumido todo el papel que le corresponde en áreas sensibles de la sociedad.
En ocasiones, no ha faltado el sobredimensionamiento de su autoridad que
no pasa de ser simbólica y constreñida al interior de los templos.
En el proceso de "excarcelación" de varias decenas de prisioneros del
Grupo de los 75, ocurrido entre los años 2009 y 2010, que tuvo más
cercanías con el destierro que con una liberación incondicional, las
máximas autoridades católicas no estuvieron a la altura que demandaba el
momento.
Más que un rol protagónico en este asunto de trascendencia
internacional, la iglesia fue una pieza utilizada por el régimen, en la
compensación de las cuotas de legitimidad perdidas, al poner tras las
rejas a estas personas, en aquella aciaga primavera de 2003.
El Cardenal cubano Jaime Ortega por un lado y el ex canciller español
Miguel Ángel Moratinos por otro, conformaron la tríada, junto a
representantes del gobierno, para llevar a cabo una jugada favorable a
estos últimos.
En la actualidad, la Iglesia católica nacional se abstiene de una mayor
beligerancia en un clima donde el terror y la impunidad siguen dictando
las pautas.
En el espacio alcanzado hasta hoy por la Iglesia no aparecen las
huellas del coraje, salvo aisladas actitudes que no son apoyadas por los
altos niveles de de la institución.
Unos podrían llamarlo acomodo, los más radicales traición.
Calificaciones aparte, es obvio que la iglesia teme implicarse demasiado
en asuntos que disgusten a la nomenclatura.
Hay castigos para todos, no importa el rango ni la edad. Basta que
crucen la invisible raya de la tolerancia. El Cardenal y la mayoría de
los obispos y sacerdotes lo saben muy bien.
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