La migración, el amor y el sexo
La ciudadanía secuestrada que sufren los emigrantes es la contrapartida
perfecta de la ciudadanía incompleta que afecta a los habitantes de la Isla
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 10/10/2011
Entre las buenas cosas que he visto en Internet en estos días figura un
dossier publicado por Espacio Laical sobre la emigración cubana. Creo
que es altamente meritorio que sus editores se hayan propuesto discutir
un tema tan complejo, ofrecer diagnósticos, e incluso adelantar
propuestas superiores a la visión utilitaria que el Gobierno cubano ha
estampado sobre el tema. Y que para ello hayan convocado a un grupo tan
selecto de expertos, algunos de los cuales son viejos amigos que siempre
recuerdo con placer y respeto.
Todos ellos han puesto sobre la mesa opiniones calificadas para discutir
el tema migratorio. Han retado consistentemente los enfoques oficiales
sobre los migrantes, que los describen, según los casos, como bestias
pardas, mansos remesadores o partisanos abnegados. Y nos han presentado
una visión superior de los migrantes —al menos de la mayoría de ellos—
como sujetos de derechos y partes incondicionadas de la nación cubana.
Todo lo cual es un excelente punto de partida para imaginar hasta dónde
queremos llegar.
Recomiendo sinceramente a los lectores repasar este dossier.
Quizás lo más atractivo de su discusión es la diversidad de opiniones
que delatan experiencias personales diversas, y no menos diversas
perspectivas de futuro. Pero hay también notables coincidencias sobre
tópicos candentes, lo que nos habla de la generación de un consenso
sobre un tema complejo que requerirá mucha energía política en el
futuro. Pero hay una omisión común que resulta insinuante, dada la
propia diversidad de posicionamientos políticos de los opinantes. Una
omisión que parece derivarse del apego de todos (o al menos casi todos)
a una propuesta de transición ordenada que implica, inevitablemente, un
discurso de conciliación y concordia. Una omisión que me hizo recordar
aquello que decía Alan Wolfe de los liberales del siglo XIX: pasaban
todo el tiempo, como las novelas rosas victorianas, hablando del amor
carnal sin mencionar jamás al sexo. Y como sin el sexo el amor carnal no
se sostiene, hay ocasiones específicas en que el dossier semeja más un
tierno rosario de buenas intenciones que un análisis objetivo de la dura
realidad.
Desafortunadamente resulta una cara omisión pues se trata de la denuncia
explícita de la política migratoria cubana como un inmenso mecanismo de
expropiación de derechos de los cubanos y cubanas, de represión, de
coacción social y de abusos fiscales. Y esto es válido tanto para los
cubanos insulares como para los emigrados: la ciudadanía secuestrada que
sufren los emigrantes es la contrapartida perfecta de la ciudadanía
incompleta que afecta a los habitantes de la Isla. No podía ser de otra
manera, sencillamente porque una y otra condición son resultados de un
Estado que se coloca por encima de sus ciudadanos para administrar sus
derechos civiles y políticos, los que confisca, delega y revoca según
las circunstancias.
En esta omisión y sus derivados quiero concentrar mi comentario en el
breve espacio disponible.
En primer lugar quiero discutir la manera como se aborda la cuestión
migratoria en relación con el diferendo Cuba/Estados Unidos. Me temo que
en este sentido casi todos los analistas hacen lo mismo que la academia
oficial cubana ha estado haciendo por décadas: disolver la migración de
manera preferente en esta relación, tan conflictiva como desigual, entre
ambos Estados. Y al hacerlo, obstruyen el camino para un debate nuevo
sobre el tema.
Las personas que me conocen, saben de mi posición crítica de la política
norteamericana hacia Cuba, tanto en los inicios de la Revolución —cuando
efectivamente lo era, con mayúscula— como ahora cuando ya no hay
revolución alguna. Estados Unidos ha cometido actos deplorables contra
la nación cubana. Pero todos ellos juntos no justifican una sola de las
medidas arbitrarias adoptadas por el Gobierno cubano —muchas de ellas
aún vigentes— contra la población emigrada. Desde mi punto de vista, aún
en el peor momento de su enfrentamiento a las políticas hostiles
estadounidenses, el Gobierno cubano debió haber asumido una actitud de
más responsabilidad ante su migración nacional. Es cierto que Estados
Unidos utilizó a la emigración como un arma injerencista
contrarrevolucionaria. Pero aún es más cierto que ningún gobierno tiene
derecho a decretar la salida definitiva de un ciudadano del país donde
nació.
Pero desde los 70, cuando quienes salían ya no eran las alegadas "clases
dominantes proimperialistas", sino puro "pueblo", y nada indicaba un
peligro externo inevitable, la irresponsabilidad se convirtió en un
crimen político aborrecible. Y desde entonces el Gobierno cubano ha
manipulado efectivamente el asunto migratorio para todos los fines,
internos y de política exterior. Ha utilizado los expedientes de olas
migratorias salvajes para fines políticos y en contra de la seguridad de
su población. Ha usado a los migrantes potenciales como blancos de las
movilizaciones callejeras y de la exacerbación nacionalista. Ha
manipulado a la emigración para construir estereotipos maniqueos y
presentarlos ante la población desinformada como los enemigos naturales
de la "patria". Y, lo que pudiera ser aún más humillante, el tema
migratorio ha sido un mecanismo de explotación fiscal de los migrantes y
de imposición a estos de coyundas políticas, entre otros aspectos de una
compleja y trágica situación que ha acarreado muchos sufrimientos a la
sociedad cubana.
En la actualidad no existe ninguna razón de seguridad nacional que
explique limitaciones al derecho a las personas al libre movimiento, y a
los nacionales a regresar a sus lugares de nacimiento. Más aún cuando
recordamos que esa "seguridad nacional" ha sido definida unilateralmente
por una élite autoritaria e inapelable que a lo largo de cinco décadas
ha expuesto a la sociedad cubana a peligros descomunales, que incluyen
atizar una conflagración nuclear, participar en conflictos militares de
ultramar que no nos pertenecían y conducir al país a una hecatombe
económica que nos lanzó a procesos aún no superados de empobrecimiento
masivo.
No pueden existir limitaciones para nadie, por razones políticas o
profesionales. No es posible sostener una política migratoria que
enclaustre a un médico o a una enfermera que ha estudiado en el país y
ha realizado su servicio social. Sencillamente porque el profesional que
estudió en Cuba no lo hizo gratis, ni ninguna entelequia llamada
"revolución" pagó los costos. Los pagó su familia trabajadora, mediante
la plusvalía que les extrajo el Estado-empresario. Llevar a este nivel
el esfuerzo por lucir conciliador, y justificar por consiguiente la
limitación de derechos a nuestros compatriotas, me parece poco considerado.
Pero menos considerado aún es pedir a los migrantes que focalicen su
atención en demandar a los gobiernos receptores una mejor disposición en
sus relaciones con la Isla —o sea demandar al Gobierno estadounidense el
cese de toda restricción en esta área— y en enrolarse en campañas
políticas del Gobierno cubano. Sobre todo cuando tenemos en cuenta que
del otro lado del canal hay un Gobierno con un pésimo historial de
relaciones con los migrantes y que ha anunciado una reforma sin tomarse
el trabajo de explicar hacia dónde va, ni de preguntar hacia dónde
quieren ir los afectados. Y aunque no dudo que hará alguna consulta en
este sentido, todos sabemos que será en el marco de esas reuniones de
partisanos aquiescentes en los que se encuentra un Gobierno en nombre de
una nación sin derechos y unos pocos adeptos en nombre de una migración
marginada.
Finalmente, una cuestión que me pareció muy interesante es cómo se trata
el tema del estatus de los cubanos emigrados. Lo cual es vital para
entender la esencia de este proceso y por donde hay que empezar la
búsqueda de soluciones. Es cierto, como dicen algunos, que en toda
migración los factores económicos y políticos se mezclan. De manera que
cuando cualquier cubano emigra —como un guatemalteco— está huyendo de su
pobreza o de la escasez de perspectivas, pero también huye del sistema
político que protege esas condiciones adversas a su desarrollo personal.
Sin mencionar a los clásicos exiliados, es decir, los que tuvieron que
abandonar Cuba por razones políticas, ideológicas, culturales, etc., que
ponían en peligro sus existencias como individualidades.
Eso hace a cada cubano emigrado de alguna manera un exiliado. Pero más
allá de esta generalidad, creo que lo que distingue a la inmensa mayoría
de los cubanos emigrados es que son desterrados. No porque, como
sugieren algunos analistas, no puedan regresar a la Cuba que ya no
existe y vivan de la nostalgia de otra Cuba, sino porque muchos de ellos
no pueden regresar a la Cuba que existe en la actualidad. Y si mantienen
la imagen de una Cuba que no existe no es porque sean más conservadores
o atrasados que los dominicanos o los salvadoreños, sino porque no
tienen ninguna versión actualizada que les permita revalidar la visión
de la patria que todos los emigrados añoran.
Aquí no caben vericuetos retóricos: los emigrados cubanos son unos
expropiados de cuerpo entero. Al salir lo pierden todo. Les quitan desde
las magras propiedades que los cubanos comunes pueden llegar a tener
hasta los no menos magros derechos ciudadanos que la constitución les
concede. Y aun cuando reciban autorización para regresar al país en que
nacieron, la inmensa mayoría sabe que solo lo puede hacer bajo
determinadas condiciones: por unos pocos días en el año, pagando precios
exorbitantes por los servicios consulares y acatando los cánones
gubernamentales de buen comportamiento político. A menos que la persona
pertenezca a alguna minoría privilegiada, por ejemplo, que sea artista o
escritora, esté acogida al pacto castrante de la UNEAC y se proteja con
eso que alguien llamaba "la madurez política" del ministro de Cultura.
No soy partidario de etiquetar el presente con los retazos de la
historia, pero me temo que si hablamos de una migración con vocación
patriótica y martiana, no nos quedará más remedio que recordar que la
principal tarea de José Martí en su exilio fue organizar la guerra
necesaria contra la tiranía española. Y que lo hizo en nombre de aquel
amor a la patria que definía como el odio eterno a quien la oprime.
Claro está que no recomiendo guerra alguna, es solo un juego metafórico.
Yo también, como Espacio Laical y como al parecer todos los concurrentes
a este foro, soy partidario de la transición ordenada. Pero a diferencia
de Espacio Laical, y posiblemente de los ilustres comentaristas, yo
enfatizo la transición, no el orden enquistado en un sistema autoritario
tras cuyas peroratas socialistas se produce la conversión burguesa de la
élite postrevolucionaria.
Y por eso, a riesgo de parecer procaz, cuando hablo del amor estoy
obligado a mencionar el sexo.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/la-migracion-el-amor-y-el-sexo-269144
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