Monday, August 8, 2011 | Por Sibila Alleramo
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Leticia no sabe cómo llamarse
a sí misma, aún cuando está consciente de que le gustan las mujeres.
Incluso, cuando habla de otros y a la hora de decir gay, homosexual o
lesbiana, a ella se le hace un nudo en la garganta y dice: "ellos", "tú
sabes", o deja el espacio en blanco porque cree que cualquier palabra
que diga es ofensiva. Qué decir entonces, de las denominaciones más
despectivas. Esas, aun cuando son las primeras que le vienen a la
cabeza, resultan impronunciables.
Que Leticia no sepa cómo llamarse o llamar a los demás parece una
bobería, pero no lo es. Nombrar las cosas es el primer paso para la
naturalización de un proceso. No habrá ninguna batalla ganada en contra
de la homofobia si las personas creen que reconocer en el otro la
homosexualidad es ser indiscreto, falto de respeto o humillante.
No es tarea de un día, debe ser una lucha sistemática. No basta con que
en una telenovela de factura dudosa, salgan dos mujeres dándose la mano
(y que los espectadores infieran lo demás) o que se dedique una semana a
la diversidad sexual, diluida en la "histórica fecha" del día del
campesino y la reforma agraria.
Falta que las parejas de lesbianas sean incluidas en los spots o en las
propagandas de bien público donde se incluyen ya a los hombres, y quién
sabe por qué no a las mujeres; y para soñar en voz alta, falta que se
reconozca legalmente la unión entre personas de un mismo sexo, así como
el derecho a la adopción y a una asistencia de salud especializada.
Pero no se puede esperar mucho cuando los mismos homosexuales caen en la
trampa de los eufemismos y los escuchas decir: "fulano es entendido";
"mengana es invertida"; o "Pedro es normal"; o "Juan es hombre y Mario, no".
El problema de Leticia es más profundo, porque no se reconoce ni a sí
misma. La entiendo porque al verla me doy cuenta que sus decisiones
están ligadas a la miseria que nos abruma a todas las mujeres cubanas, a
todos los cubanos.
Lo que más la frena no es el miedo al rechazo, sino el miedo a que si se
sale del armario su familia la pueda botar de su casa. Y entonces,
"¿para dónde iría?"
Y parece simple catarsis, pero tiene razón cuando dice: "El salario o el
dinero que me entra no me alcanza para vivir, di tú para un alquiler";
"los caseros no aceptan a mujeres con niños aunque sean grandes como la
mía"; "no tengo esperanzas de que, reuniendo, me pueda comprar un
espacio"; "tengo que esperar a que se mueran mis padres y casi el resto
de la familia para heredar algo".
Es el mismo dilema de muchas mujeres abusadas, víctimas de la violencia
doméstica, que deben soportar los abusos, simplemente porque no tienen
a dónde ir, la opción de recomenzar no existe.
Por eso, para Leticia por el momento es mejor quedarse quietecita en el
lugar, sin llamar las cosas por su nombre, porque su situación pudiera
empeorar, y pasar de tener un cuarto para ella y su hija en la casa de
sus padres a vivir en un albergue colectivo, un infierno disfrazado de
libertad.
http://www.cubanet.org/articulos/para-llamar-las-cosas-por-su-nombre/
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