Wednesday, August 24, 2011 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, 24 de agosto, www.cubanet.org -Hay quienes ven los
complejos asuntos de la naturaleza humana en blanco y negro. Odian los
matices, reniegan de la moderación y el equilibrio. Este tipo de
personas no admite que otros rectifiquen y apuesta por descalificar a
quien se decide a abandonar parte de sus anteriores filiaciones políticas.
Haber apoyado incondicionalmente al actual régimen en algún momento no
puede convertirse en un pecado irredimible. Para no caer en
fundamentalismos, es preciso valorar en su conjunto el grado de
implicación del sujeto con los opresores y cotejarlo con sus nuevas
perspectivas, que si bien en el caso específico que me motiva a escribir
no podrían considerarse un cisma total, revelan los pormenores de un
verdadero distanciamiento.
El trovador Pablo Milanés ha vuelto a exponer, en la palestra pública,
sus desacuerdos con muchas de las políticas del gobierno cubano que
considera obsoletas y arbitrarias. No se amilanó ante preguntas que
cualquiera de sus colegas dentro de Cuba hubiera esquivado, al conocer
que Miami, la llamada capital del exilio, sería el destino principal de
sus opiniones.
Aunque existan personas en Cuba, de todas las edades, que aseguren
haberse mantenido al margen de las turbulencias ideológicas del
castrismo, esto es siempre cuestionable. Realmente los "puros" serían,
si los hay, una exigua minoría. Los más probable es que estén muertos o
en el exilio. La colaboración por intereses mezquinos, el silencio y las
adhesiones condicionadas por el miedo, con el fin de evitarse peores
destinos, han sido parte de una realidad que perdura hasta hoy.
Al analizar el tiempo que ha durado el gobierno de partido único, así
como la brutalidad de los medios represivos empleados para garantizar el
ciclo de las unanimidades, se llega a la conclusión de que todos los
cubanos de alguna manera hemos contribuido a esta pesadilla.
Escarbar el pasado para encontrar complicidades, podría ser una vía para
satisfacer emociones, curar viejas heridas o aliviar traumas, pero
definitivamente no ayuda a despejar el camino de Cuba hacia un Estado de
Derecho.
Ya habrá tiempo para el debate sereno y profundo que limpie la
podredumbre moral y ética generada por un grupo que se erigió en dueño
absoluto de Cuba.
Pablo Milanés le cantó a la revolución y al partido, creyó en las
promesas de Fidel, hizo suyas las premisas de un proceso que parecía ir
en la dirección correcta, pero de esa euforia quedan solo briznas cada
vez más tenues.
El conocido trovador vuelve a decir lo que piensa. Antagoniza con sus
antiguas creencias. Pide cambios y libertades, renovación en la cúpula
de poder y asegura, con sus palabras, que este socialismo es un fraude.
Con todas las deficiencias que se le puedan señalar, Pablo salva su
responsabilidad ante la historia. Hace más de 20 años que su mensaje se
contrapone al discurso oficial.
Es cierto que estas cosas las dice fuera de Cuba, pero se atreve. La
mayoría de sus colegas callan o enmascaran sus críticas entre frondosas
metáforas.
Para ser un coterráneo que afirma no tener intenciones de abandonar su
país pudiendo hacerlo, es algo plausible. Hay que reconocer, que a sus
68 años, Pablo canta bien y amonesta cada vez mejor a sus antiguos patrones.
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