Los Robinsones del futuro
Miriam Celaya
La Habana 09-08-2011 - 10:39 am.
El socialismo de los Castro depende siempre de algo que han de aportar
los gobernados, no el gobierno.
Casi cuatro meses después de celebrado el VI Congreso del PCC, resulta
obvio que los jerarcas del socialismo a la cubana creen contar con otros
50 años a su favor para poner en vigor las reformas con las que aspiran
a resucitar el cadáver de su experimento social. El ritmo del "proceso
de cambios" en la economía es tan lento que resulta imperceptible. Hasta
el momento, solo ha quedado demostrado que la propuesta de socialismo de
los Castro —además de haberse dedicado inmisericordemente durante medio
siglo a destruir hasta el menor signo de prosperidad, sin haber pasado
jamás de la etapa de ensayo— siempre dependerá de algo que no
compromete la voluntad política del gobierno, sino que han de aportarlo
los gobernados.
El "algo" que ahora nos salvaría del precipicio que atisbara nuestro
visionario General-Presidente y que conocimos por sus persistentes y
dramáticos llamados, es un conjunto abstracto formado por "la
eficiencia, la exigencia, el control y el ahorro", conceptos que no
producen bienes materiales, y que han sido designados como los nuevos
talismanes que colocan una vez más la promesa oficial de un futuro
mejor al otro lado de un arcoiris marcadamente monocromo: verdeolivo.
De hecho, las líneas entre los escasos dueños del poder y los millones
de parias nativos están bien delimitadas: la casta militar se ocupa de
las divisas y el populacho de los timbiriches que comercian en
cualquiera de las dos monedas bastardas, incluyendo la falsamente
"convertible". El resto se limita a medrar en este limbo que es el día a
día.
Desde que terminaran los ecos de los aplausos de los fieles que
asistieron en abril último al conciliábulo de los druidas —quienes una
vez más decidieron allí el sacrificio (de otros) ante el entusiasmo
morboso de los asistentes—, no se aprecian progresos en la supuesta
renovación del modelo ni aparece la menor señal palpable de recuperación
en la economía. Salvo que se llame progreso, por ejemplo, a la inusual y
sostenida presencia de plátanos "macho" que se ofertan en tarimas y
carretillas por toda La Habana a precios elevadísimos.
Los discursos oficiales se tornan cada vez más enigmáticos y la gente
más apática y desesperanzada. Discretamente han recomenzado las
reuniones en algunos centros de trabajo para cumplir un nuevo cronograma
de despidos que se mantiene en el mayor secreto, y en el ambiente se
respira un estado general de incertidumbre y falta de fe. Es por eso que
mi amiga Isabel, cercana ya a los 60 años, ha comenzado a prepararse
para su retiro después de casi 40 años de trabajo.
"Cuanto antes mejor", dice. Ella, una ingeniera agrónoma, había
imaginado una vejez tranquila junto a sus hijos y nietos, con un retiro
justo, sin depender de nadie. Pero en los últimos tiempos ha cambiado
radicalmente su proyecto de vida: "Mis hijos se van pronto, y ya no
habrá nada que me ate a Cuba. Tan pronto me reclamen me iré con ellos y
no voy a mirar para atrás. Ya me aburrí de tanta pobreza y tantos
sobresaltos. No quiero sobrevivir, quiero vivir aunque sea en los años
que me quedan de vida".
Ella, sin embargo, tiene lo que pocos cubanos: un apartamento amueblado
y alguna que otra "entradita" de dólares desde el exterior, pero perdió
la esperanza de un futuro mejor dentro de su país.
"Me voy", repite. Y lo dice sin rencores, sin alegrías y sin penas, como
si se librara de un fardo pesado después de una marcha fatigosa y larga
hacia ninguna parte.
Por demasiado tiempo, incapaces de tomar las riendas de sus propias
vidas frente a la asfixia que provocaba el sistema, las esperanzas de
muchos cubanos se cifraron en la muerte –que se suponía cercana– de los
ancianos "históricos". Hoy, paradójicamente, cuando por razones
biológicas irrefutables esa posibilidad se vuelve más tangible,
numerosas esperanzas se cifran en la partida. La vida es para miles y
miles de cubanos algo que solo existe más allá de esta tierra, que
consideran maldita.
La ausencia de expectativas parece haberse acrecentado después de la
celebración del VI Congreso, que se había anunciado como un posible
escenario de propuestas pero ha quedado hasta ahora en las (¿buenas?)
intenciones. Desde la fecha presente y hasta enero de 2012, cuando se
realizará la muy anunciada Conferencia Nacional, mediaría un breve
período de gracia para que el General de las Reformas promueva alguna
iniciativa lo suficientemente audaz como para imprimir un giro
significativo a la realidad actual. Sobran razones para las dudas.
Es así que un porvenir, no ya de abundancia sino al menos libre de
precariedades, se reafirma hoy como eternamente inalcanzable para los
cubanos en su propio país. Diríase que en la Cuba de estos tiempos, tras
el capítulo final de esta tragedia que algunos aún llaman "revolución"
solo quedaremos en la Isla un puñado de románticos Robinsones, quizás
tan ancianos para entonces como los caníbales de verdeolivo que
devoraron a su pueblo.
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