25-08-2011.
Carlos Alberto Montaner
Político, Periodista, Escritor, Presidente de la Unión Liberal Cubana
(www.miscelaneasdecuba.net).- Kadafi ha sido el dictador islámico más
cercano a América Latina y uno de los más perniciosos. Su relación con
Hugo Chávez es muy estrecha. Esto acaso explica que la residencia del
embajador venezolano en Trípoli, Afif Tajeldine, fuera saqueada.
Probablemente los asaltantes buscaban pruebas de las secretas
complicidades entre los dos coroneles, Chávez y Kadafi. No lo que se
conoce, sino los presuntos pactos ocultos. Los síntomas apuntan en esa
dirección.
Sin embargo, no es la primera vez que algo así ocurre. En 1992, Kadafi
ordenó a sus partidarios que asaltaran y quemaran la embajada venezolana
en Libia para vengar las sanciones impuestas por la ONU contra el país
por su negativa a entregar a unos terroristas que habían destruido en
pleno vuelo un avión de Pan American por encargo de su gobierno. En ese
momento el Dr. Diego Arria, diplomático venezolano, presidía el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas.
A los libios antikadafistas sin duda les molestaba que el "Hermano
Líder", como se hace llamar este peligroso psicópata, hubiera denominado
"Hugo Chávez" a un campo deportivo, o que le hubiese otorgado al
venezolano el Premio de Derechos Humanos que lleva el nombre de "Moamar
Kadafi", acto tan cínico como ponerle "Herodes" a una escuela dedicada a
fomentar la felicidad de los niños. A cambio, el señor Chávez le entregó
una réplica de la espada de Bolívar. (Hasta ahora no hay constancia que
la haya utilizado para defenderse de los rebeldes que lo persiguen, y ni
siquiera se sabe si tuvo la precaución de llevársela cuando salió
precipitadamente de la ciudadela que ocupaba en Trípoli).
El prontuario criminal de Kadafi es de los peores de la historia
contemporánea. Como en Cuba, creó Comités de Revolucionarios para espiar
y maltratar a quienes no se sometieran. Además de robarse el patrimonio
de los libios para su provecho y el de toda su familia, ha asesinado
adversarios dentro y fuera de Libia. Sus sicarios han sacado a decenas
de oposicionistas de los hospitales para torturarlos cruelmente y luego
matarlos. Ha ordenado secuestros y, como he recordado, ha dinamitado
aviones civiles provocando centenares de muertos sobre el suelo de Escocia.
Dado que tenía ínfulas de líder mundial y quería expandir su influencia
por el resto del planeta, se alió a Egipto y a Siria para tratar de
destruir a Israel, pero luego atacó a Egipto y, en su momento, le hizo
la guerra a Chad y a Tanzania. Dentro de ese esquema expansionista,
redactó un elemental panfleto fascistoide, al que tituló Libro verde,
con el que pensaba cambiar la historia política de la especie, y creó
todo un Ministerio para predicar e imponer sin clemencia su ridículo
evangelio urbi et orbe.
Asimismo, fundó un Centro Revolucionario Mundial en el que se formaron
(o deformaron) asesinos como el liberiano Charles Taylor y Jean-Bedel
Bokassa, el megalómano que se proclamó Emperador de África Central,
ambos acusados y convictos por terribles genocidios. Simultáneamente,
trabó relaciones operativas y adiestró y financió grupos terroristas
como el IRA irlandés y las Brigadas Rojas de Italia, mientras mantenía
los más estrechos vínculos con los sandinistas nicaragüenses y las
narcoguerrillas de las FARC colombianas.
Este breve recuento, que podría extenderse casi sin límites, tiene un
objetivo: señalar la discutible textura moral de los amigos de este
sujeto en América Latina. ¿Cómo es posible que el presidente de los
ecuatorianos, Rafael Correa, un hombre educado y católico, sea capaz de
defender a este tirano con la peregrina teoría de que su gobierno es
sólo otra expresión distinta, pero legítima, de las formas de gobierno?
¿Quién puede creer en la voluntad de rectificación de Daniel Ortega si
hoy, cuando los libios tratan de sacudirse de sus espaldas a este
criminal, el presidente de los nicas, junto a Hugo Chávez, hace lo
indecible por mantenerlo en el poder y por brindarle protección?
En inglés llaman litmus test a una pregunta cuya respuesta define la
verdadera posición moral o intelectual de la persona con relación al
hecho en discusión. Pues bien, Kadafi –como Hitler o Stalin en su
momento-- es eso para los latinoamericanos: un litmus test, una prueba
determinante. Podemos presumir cómo es el carácter y la estructura de
valores de quiénes lo aprecian y defienden. Podemos imaginarnos, no sin
cierto horror, de lo que son capaces. Es tristemente cierto: dime con
quién andas y te diré quién eres.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=33396
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