Es muchas cosas bajo una misma piel: escritor, periodista y embajador de
Chile en París. Dice que gracias a la literatura se ha ahorrado el
psiquiatra. Este Premio Cervantes califica de muy exhaustiva su labor
como embajador, ya que «uno puede ser profesor ocho horas al día, pero
se es embajador hasta cuando duerme», y quien esto escribe da fe,
llamándole a cualquier hora y encontrándole siempre de «imaginaria», a
pie del cañón. Ahora está enfrascado en sus memorias. El primer tomo –de
un total de tres–, que abarca hasta sus 21 años, lo tiene a punto. En
esa primera etapa cuenta cómo se fue forjando su vocación literaria en
las tabernas de Santiago...
23 Agosto 11 - - Texto: Ángeles López / Fotos: Connie G. Santos
–Juan Marsé clama: «Estoy hasta el gorro de la burricie de nuestros
políticos». Y usted dice: «Cada vez tengo menos paciencia con la
majadería y la burocracia». ¿Kafka fue un profeta?
–Kafka, Montaigne y Juan Emar. Es decir, todos nosotros. Ellos no sólo
tenían una concepción estética de lo literario sino también ética. Su
aspiración era construir una visión global de mundo.
–A lo mejor todo se basa en la frase orwelliana de que libertad es decir
a los demás lo que no quieren oír.
–Es una idea polémica, pero yo la quiero plantear con ironía y con un
enfoque moderno.
–Hubo una época en la que se hablaba de la función social de la
literatura. Según está el mundo, ¿hay alguna posibilidad de cambio
gracias a los intelectuales?
–Bueno... cambios de la mente de unas pocas personas, no del mundo.
–¿No le parece que los grandes escritores suelen ser despiadados?
–Tienen buenas razones para serlo.
–Ahora anda embarcado en sus memorias. El primer tomo abarca hasta los
21 años.... ¿Tantas cosas le sucedieron sin llegar a los treinta?
–Si lo piensa bien, casi todo en la vida de una persona sucede antes de
la treintena... ¿O no?
–¿Pero volar mirando hacia atrás, como el pájaro de Borges, no da un
poco de miedo?
–No, si es la memoria la que inventa...
–Dada la época de la que habla... ¿Habrá algo del erotismo que destilaba
en su novela «La casa de Dostoievski»?
–Un poco más, pero no sé si tan palpitante. El erotismo recordado nunca
me basta (sonríe).
–Lo que sí hay es algo de vino: forjó su vocación literaria en las
tabernas de Santiago, donde los escritores en ciernes abrevaban con
ansia un vino peleón... ¿De ahí los «círculos morados»?
–Esos círculos morados, producidos por los vinos que llamábamos «de
lija», eran círculos delatores: anunciaban el castigo, la marginación.
Ese vino tabernario representaba la salida del redil, del orden familiar
y burgués, y entrar en un mundo nuevo y peligroso, conectado con el de
los poetas malditos. Ese vino tiene mucha fuerza simbólica.
–El segundo tomo acabará con la llegada de Allende al poder o el golpe
de Pinochet.
–Cuando termine el primer tomo en forma definitiva, voy a ponerme a
pensar en el segundo.
–Se abarcan retratos y conversaciones con personas relevantes que ha
conocido. ¿Cómo era el «gótico» Cortázar, el «excesivo» Neruda y el
«concienzudo» Allende?
–Cortázar no era tan gótico como usted sugiere, Neruda había dejado de
ser excesivo cuando le conocí y Allende nunca fue tan concienzudo...
Sólo era un romántico del siglo XX y lo pagó con su vida.
–¿Qué se siente escribiendo en la misma habitación de la embajada en que
lo hacía Neruda?
–En este edificio aletean los fantasmas de varios escritores. Aquí
también escribió Alberto Blest Gana, autor de «Martín Rivas» y «Durante
la Reconquista». Huidobro también pasó por aquí. Hay algo muy literario
en este edificio. Escribo caminando de una habitación a la otra...
Neruda lo hacía en el asiento delantero del automóvil.
–¿Por qué le quería tanto Neruda?
–Yo creo saberlo: porque no le hablaba de literatura todo el santo día,
como otros.
–Al representante diplomático del Chile de Allende, le pregunto: ¿cómo
le ha caído la noticia de que, finalmente, se suicidó?
–La noticia, con sinceridad, no ha sido noticia. Se sabía desde mucho
antes de la actuación forense.
–En Cuba vivió la doble situación de diplomático y escritor. ¿Hacia
dónde camina la Cuba de hoy con un Fidel apartado y un Raúl con el mando?
–Hacia la muerte de Fidel y el cambio inevitable.
–Sabe que tenemos un adelanto electoral... ¿Le parece acertada la
decisión de Zapatero?
–No conozco los detalles, porque vivo en otra parte del mundo...
–Hay tradición de escritores diplomáticos, ¿pero como se combinan
disciplinas tan dispares?
–He sido escritor a tiempo incompleto y en circunstancias particulares.
Pero le acabo de aconsejar a un escritor que no ingrese en la
diplomacia. Me siento viejo y cada vez tengo menos paciencia con la
majadería, la burocracia y la lentitud. No me quiero morir de embajador.
–¿La diplomacia es el arte de los eufemismos, las buenas caras y las
«ceremonias del té»?
–No sea así: es más que eso... ¿No le parece?
–A lo largo de su carrera, le han atacado desde la derecha y la
izquierda. ¿Desde qué flanco lo han hecho con mayor inquina?
–Ser atacado desde la izquierda y desde la derecha, con toda la inquina
que usted quiera, no significa estar en tierra de nadie. Es todo lo
contrario: es, precisamente, estar en la tierra.
–Los mercados, las agencias de «rating», el FMI... ¿Cómo convive con
todo ello un embajador en París, en un viejo continente que se juega su
moneda y su estabilidad?
–Miro el espectáculo con atención curiosa. Trato de entender lo que
existe detrás de los tecnicismos y los terminachos.
–¿Qué tal entiende las posturas «límites» de Sarkozy y las sumamente
«asertivas» de Merkel?
–Ummm... Sinceramente, sólo trato de entenderlas.
–Perdone la estupidez, pero ¿conoce «de cerca» a Carla Bruny?
–Con sinceridad, no puedo responderle porque no la conozco ni de cerca
ni de lejos.
–¿Qué balance hace del Gobierno Piñera?
–Le han tocado circunstancias difíciles y culpas postergadas. En todo
caso, todavía pienso que la alternancia era necesaria y conservo el
optimismo.
–¿A qué dedica el tiempo libre?
–No tengo tiempo libre ni cuando duermo.
–¿Qué libro tiene en la mesita de noche y qué música escucha últimamente?
–Tengo demasiados libros. Entre ellos, uno de poemas y escritos breves
de James Joyce y el «Drácula» de Bram Stoker.
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