Tuesday, August 23, 2011 | Por Miguel Saludes
MIAMI, Florida, agosto, www.cubanet.org -El 13 de agosto de 1957 el
pueblo de San Juan y Martínez se estremeció por un hecho que quedaría
registrado en la historia sangrienta de Cuba. Ese día los hermanos Luis
Rodolfo y Sergio Enrique Saíz fueron asesinados en plena calle por un
esbirro de la dictadura de turno. Con apenas 17 y 18 años de edad los
dirigentes del Movimiento 26 de Julio en Pinar del Río eran ultimados a
balazos por el soldado Margarito Díaz. El crimen significaba un
doloroso golpe para un matrimonio que perdía en un instante a sus dos
únicos hijos.
Tuvieron la suerte, si es que se puede llamar tal, que la muerte les
llegara de pronto sin pasar por las pruebas horrendas de la tortura.
Rafael Ferro, Gustavo Lores o Pepe Portilla, mártires de Pinar del Río
pasaron por ese calvario.
Por cosas del azar el terrible acontecimiento coincidió en la fecha que
marca el nacimiento de Fidel Castro. El dato apenas fue subrayado en los
primeros años de gobierno revolucionario, cuando asuntos relativos a la
vida personal del líder –su cumpleaños incluso- quedaban al margen de la
curiosidad noticiosa. Hasta hace unas décadas los medios cubanos solo
destacaban la efeméride de los mártires cuando llegaba el día.
Con el tiempo la memoria del doble asesinato quedó supeditada al acto
del nacimiento del Comandante, aunque en justicia hay que reconocer que
aquel no descuidó la memoria del suceso macabro que la contingencia ligó
a su persona. Si el aniversario lo sorprendía en el extremo occidental
de la Isla no dejaba de visitar a los padres de los victimados. Una
deferencia que no hizo extensiva a otros hogares de esa provincia
enlutados a causa del martirologio.
Nacido en La Habana pero pinareño (de San Juan específicamente) por los
cuatro costados, la historia de los hermanos Saíz no me fue ajena. La
escuché mucho antes de ir a la escuela. Mi madre recordaba los detalles
en cualquier momento. Pero en cada aniversario el recordatorio se hacía
ritual. La narración cobraba vida en un estilo de tradición oral
escuchado con devoción y respeto, sin importar que la supiéramos al
dedillo. El nombre del asesino, las victimas, su catolicismo militante,
su amor a Martí, el ambiente de la época y la remembranza pormenorizada
del asesinato.
El relato no pasaba por alto anécdotas sencillas de unos adolescentes,
casi niños, que tenían el temple de hombres maduros. Tampoco el temor de
la madre, natural si se entiende el terreno peligroso que incursionaban
sus hijos. Luis Saíz, juez del pueblo muy querido en el lugar, contaba
con no pocas amistades en la policía y el ejército. Estas le habían
advertido del peligro que corrían sus hijos aconsejándole que los sacara
del país porque la orden fatal estaba dada. Que aunque ninguno de ellos
se iba a prestar siempre habría alguien dispuesto a apretar el gatillo y
eso era inevitable. Le urgieron a que al menos mantuviera a sus
muchachos el mayor tiempo posible encerrados en casa. Y eso fue lo que
trató de hacer Esther Montes de Oca infructuosamente dándoles refrescos
en los que ponía calmantes que provocaran el sueño.
Aquel día aciago ella terció ante el ruego de los jovencitos que
deseaban ir al cine. No pensó que la fiera andaba al acecho tan cerca.
Choca que aquellos muchachos dispuestos a acciones tremendas pidieran el
consentimiento de su madre para salir, evitando aumentar sus angustias.
Eran los mismos que podían hacer detonar una bomba, como la que
explotó en la casa de Villafranca, un señor al que los revolucionarios
señalaban por mujalista.
Pero las historias sufren modificaciones y adecuaciones según el paso de
los años e intereses del momento. A veces es a consecuencia del tiempo y
la ausencia de testigos reales. Otras veces las adaptaciones resultan
manipulaciones conscientes para reforzar el mito. Un ejemplo de esto es
el aporte publicado en Juventud rebelde el pasado 14 de agosto en torno
a la muerte de los hermanos Saíz.
Según la versión de la periodista Marianela Martín González "Los
hermanos Saíz no llegaban a los 20 años cuando un asesino a sueldo
mutiló sus vidas, el mismo día en que iban camino a una acción
revolucionaria en su natal San Juan y Martínez, y después celebrarían el
cumpleaños de Fidel que ese mismo día tenía su onomástico. Luis solo
había vivido 19 años y su hermano dos menos."
Que los hermanos Saíz iban al cine es un hecho demostrable. La tarja que
refrenda lo ocurrido está erigida justo en la esquina frente al
cinematógrafo Marta, hoy rebautizado Meca, casi en el mismo lugar donde
cayeran a metros de distancia los cuerpos sin vida. Otras fuentes del
propio sistema en al Isla mantienen el dato incorrupto de los hechos.
"Sergio se encontraba frente a la taquilla del cine Marta, cuando el
soldado Margarito Díaz llega hasta él queriendo registrarle a viva
fuerza. El joven se negó, tras lo cual el agente lo empuja hasta la
acera intentando pegarle. Muy cerca Luisito advierte como abusan del
hermano. Grita que lo deje mientras que avanza hacia ellos, pero el
guardia le dispara. Luis cae, desde el suelo Sergio se abre la camisa y
le grita: "Asesino, has matado a mi hermano, hazlo conmigo también". Con
sangre fría el militar aprieta el gatillo de su arma y le hace un
disparo mortal al joven, que le atravesó los pulmones. El párrafo
anterior tomado de Portal educativo cubano, es casi idéntico al contaban
mis mayores en casa. Solo que el epíteto lanzado por Sergio al
victimario de su hermano fue mucho más fuerte.
Pero lo que sí es una novedad en este artículo, y jamás lo escuché
contar ni siquiera a mi tía Carmen (fidelista convencida), es la parte
celebrativa del cumpleaños de Castro. Es bueno aclarar el error para que
Sergio y Luis no se extravíen en historias inventadas o recreadas, entre
añadidos fútiles y omisiones sustanciales.
http://www.cubanet.org/opiniones/inventar-historias-para-magnificar-el-mito/
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