febrero 21, 2011
Erasmo Calzadilla
Cualquier cubano tiene muchas historias parecidas a la que ahora contaré.
Acompañaba a una amiga a hacerse un ultrasonido de sus órganos
reproductores en un hospital suburbano. Desde las seis comenzaron a
llegar las mujeres interesadas en la dichosa prueba.
Como venían con la vejiga llena (así lo exige el examen) y era mucho el
deseo de hacer pis, organizamos la cola celosamente, pues un solo colado
retrasaría demasiado el añorado instante de miccionar.
A las 8.00 am, hora de empezar, todas aquellas mujeres se retorcían,
daban brinquitos y gemían de dolor; apretando el esfinter para retener
el chorrito. Temíamos que el personal médico se retrasara, así que nos
bajó el alma al cuerpo cuando puntualmente se abrieron las puertas de la
consulta.
Entonces comenzaron a pasar las pacientes pero, ¿cuáles? ¿las de la
cola? No, no esas, sino las amistades y compromisos de la doctora y su
groserísima y fumadora secretaria. Una hora después todavía no había
entrado la primera de las oficiales, pero cada vez más "socias" eran
atendidas, y un bulto de ellas esperaba su oportunidad.
Las madrugadoras estaban intranquilas y furiosas pero ninguna se atrevió
a reclamar. Luego de recibir "mi merecido" comprendí porqué.
Como a las nueve no aguanté más, y entré a la consulta a preguntar
cuándo iban a pasar las no apadrinadas. La secretaria fumadora me
respondió "¡ahora!", pero por su acento descompuesto y las muecas de su
rostro sentí que en verdad quiso decir "cuando me salga de …".
Resumiré lo que luego pasó.
Por haber reclamado en varias ocasiones, la especialista se ensañó con
mi compañera. La humilló y pisoteó emocionalmente con una habilidad
histriónica dificil de relatar.
No iba ella a permitir que un acompañante o paciente cuestionara así
como así su manera de hacer las cosas. Mi amiga lo sufrió llorando, y
cuando pudo hilvanar un dulce reclamo no fue escuchada.
Sin embargo, al ver sus lágrimas brotar (parece que) la doctora se
sensibilizó, pidió disculpas y díjole que a la próxima la atendería no
más asomar la cabeza, sin tener que hacer la cola. Mi compañera no tuvo
ánimos para explicarle.
El hospital es público, sostenido con el dinero del pueblo, pero
doctores y pacientes se comportan como si fuera privado y la atención
médica una dádiva.
No ocurre siempre así pero a menudo. Son demasiado tortuosos los
mecanismos por los que las personas pudieran ejercer algún control sobre
los funcionarios y especialistas que supuestamente debieran servirle.
Este problema es tan perenne que ya se ha instalado en el sentido común
como algo normal y ahora es mucho más difícil de extirpar. La gente no
lucha, se acomoda como puede.
La alienación en el "Socialismo de Estado" y dentro del "Capitalismo"
parte de vías diferentes pero terminan pareciéndose bastante. Ahora la
cuestión es ¿qué hacer?
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