Lucas Garve
LA HABANA, Cuba, septiembre (Fundación por la Libertad de Expresión / 
www.cubanet.org ) -Somos niños eternos a quienes siempre nos dicen lo 
que debemos hacer en cada caso. Nuestros pasos deben ser dictados por 
alguien que nos dirija y no saldremos jamás de esta etapa. Pertenecemos 
a un ente superior: el Estado. Así son las cosas en Cuba.
Acaba de pasar sobre nosotros el huracán Gustav y hemos sido felicitados 
por portarnos bien.  Si bien no se registraron víctimas mortales en el 
territorio nacional, una amiga me dice que debe dar ganas de morirse 
perder lo poco que la mayoría de los damnificados posee.
Del cielo, transportados en esos ángeles de hierro llamados 
helicópteros, bajan los periodistas oficiales con sus cámaras para 
recoger testimonios del paso de Gustav y, sin falta,  mostrar la 
adhesión de las víctimas al   gobierno y a sus dirigentes.
Los reportajes de televisión de las zonas afectadas mostraron cientos de 
casas destruidas en la provincia de Pinar del Río y la Isla de la 
Juventud, anteriormente denominada Isla de Pinos. A las claras,  se 
observaba que las moradas siniestradas eran construcciones de madera 
bastante frágiles. Junto a ellas, las casas con los techos de placa,  de 
cemento y cabillas de acero, paredes de bloques de hormigón resistieron 
los embates del huracán.
Resulta que en esas zonas rurales abundan las casas construidas con 
materiales poco resistentes. Al mirar las vistas aéreas del reportaje, 
se hacía evidente la diferencia entre las edificaciones.
Al final del reportaje, indudablemente un mensaje de simpatía y apoyo a 
la Revolución patentizado por los pobladores de las zonas sirvió de 
cierre al material audiovisual. La propaganda oficial no deja pasar la 
ocasión para reafirmar la omnipresencia del Estado en las vidas y la 
suerte de los pobladores. Todos dependen de las gracias del Estado. Sin 
su concurso nada será posible, declaran ante las cámaras, a voz en 
cuello y casi hasta el paroxismo del llanto los damnificados.
Uno de los déficits principales que afectan a la población cubana es el 
de la vivienda. De las viviendas existentes, el total en mal  o 
deficiente estado constructivo alcanza en ciertas  ciudades y poblados, 
cifras mucho más altas que el 50 % del fondo habitacional.
En una morada es muy normal que convivan más de dos generaciones de 
familiares con todas las consecuencias negativas que eso acarrea. Cuando 
una familia pierde su vivienda por razones accidentales resulta como si 
un explosivo detonara en medio del núcleo familiar. La impotencia ante 
la falta de recursos propios para reconstruir una casa destruida hace 
más difícil aún la vida de sus moradores. El traslado a un albergue 
colectivo, la adaptación a la promiscuidad, la pérdida de la intimidad 
familiar, todo eso contribuye a desequilibrar aún más la existencia de 
los damnificados.
Los siniestrados deberán esperar por los recursos o la vivienda que el 
Estado les otorgue. Mientras, sufrirán las tristes consecuencias del 
desastre con calma y confianza en que serán atendidos, pero ¿cuándo?
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