Fernando García | 14/09/2008 - 16:51 horas
El Ike lleva el mismo nombre que el presidente estadounidense al que 
Fidel Castro atribuye los planes del fallido ataque de Bahía de Cochinos 
y las primeras desgracias de la revolución, Eisenhower. Pero ni de su 
peor enemigo podría esperar Cuba que en dos incursiones consumadas en 
diez días se llevara por delante la vivienda de uno de cada diez 
cubanos; machacara la mayor parte de los cultivos del país y acabara con 
un quinto de lo producido en todo un año.
Esto es lo que han conseguido los ciclones Gustav y Ike,cuyos efectos 
han cambiado el escenario económico, social y político de la isla hasta 
el punto de convertirse de pronto en el gran desafío a Raúl Castro.
A medida que Ike se aleja de Cuba, las noticias de su impacto son más y 
más apocalípticas. El Gobierno ofreció anteanoche unas estimaciones 
mareantes. El importe de los daños alcanzaría los 10.000 millones de 
dólares: un quinto del PIB. En una isla con 11 millones de habitantes, 
515.000 viviendas están destruidas total o parcialmente: 91.200 ya no 
existen y 118.000 quedaron sin techo. El 70% de las cosechas está 
afectado, y 700.000 toneladas de alimentos (10% al 15% de lo que se 
consume al año) se han perdido.
Si ya la prensa oficial admitió que será "imposible resolver la magnitud 
de la catástrofe con los recursos disponibles", en algunas embajadas se 
preguntan si el Gobierno del metódico Raúl Castro podrá gestionar el 
desastre con la limitada ayuda internacional que empieza a aceptar. La 
admiración ante la eficacia de la protección civil cubana, que ha 
limitado a siete las víctimas mortales, se alterna con dudas sobre "qué 
ocurrirá si, como es previsible, surgen problemas de abastecimiento y de 
hambre", según se interrogaba un diplomático europeo.
El presidente cubano ha rehusado por ahora salir en público para 
personalizar los llamamientos a la paciencia y el sacrificio o los 
mensajes de aliento, de triunfalismo a veces, que se emiten por otras 
vías. Tal ausencia provoca extrañeza... Aunque no tanto como la 
decisión, en plena entrada de Ike,de subir los carburantes entre un 43% 
(gasolina súper) y el ¡86%! (gasóleo). Es claro el interés en recaudar 
dinero para afrontar pagos, pero el comentario es unánime: "No 
entiendo", dicen todos.
 
 
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