Las cuentas malas
Los maestros en manipular cifras desde hace 50 años desatan ahora la
guerra estadística contra los muertos dejados por Ike.
Rebeca Montero, La Habana | 16/09/2008
Las malas cuentas son como las malas compañías: pervierten el entendimiento.
El Caudillo siempre fue un maestro para manipular las cifras, quizás
desde sus tiempos jesuíticos. Nunca sabremos si fueron doce los
sobrevivientes que reunió en la Sierra: sus nombres no se han detallado,
y es un número eficaz para la leyenda, sospechosamente apostólico.
Nunca tuvimos la lista de los 20.000 mártires de la Revolución que
inventara en 1959 Miguel Ángel Quevedo, el director de Bohemia. Por eso
se repiten, sin cesar, los nombres de los caídos en la rebelión para
bautizar las fábricas, los CDR, los parques, las cooperativas, los
centros de trabajo. Si tuvieran 20.000 nombres para repartir, ¡cuántas
biografías heroicas no se habrían publicado!
En 1957, al pobre Herbert Matthews le pasaron una y otra vez el mismo
pelotoncito, con distintas gorras, para que creyera que asistía al
espectáculo de una robusta guerrilla, como luego lo informara, jubiloso,
en The New York Times. Toda una ingeniosa escaramuza estadística.
Las cifras de la mortalidad infantil son flexibles: depende de si el
médico reporta el fallecimiento dos o tres días después de sucedido,
como lo incita a hacer el director del hospital, para que no conste en
el expediente pulcro que se exhibe al mundo. Los abortos son tan
numerosos que se oculta la profusión del recurso. Las negligencias
médicas ni se consideran ni se sancionan. No existen médicos incapaces,
porque fueron graduados por la Revolución.
¡Ni qué hablar del número de suicidas! Es, como comprobaron unos
investigadores universitarios, un "secreto de Estado". Prohibido matarse
en un país tan "feliz".
Datos de antes y de ahora
No se conoce la escolaridad real de los alumnos, porque los que ganan
concursos en la UNESCO han sido entrenados especialmente. Hay
profesionales que no saben quién fue Juan Gualberto Gómez, o los
liberales de Perico, o las intrigas mambisas, o quiénes fueron los
presidentes de la República en los primeros cincuenta años del siglo XX,
o en qué consistían los programas de los distintos partidos.
Las preguntas de examen sobre los gobiernos de la "seudo-República" se
contestan siempre así: "se caracterizaron por la corrupción, el robo, la
prostitución, la explotación y el analfabetismo". La misma respuesta se
acepta para todas las épocas.
En 1959, las arcas estatales estarían vacías, pero Cuba no tenía deudas.
Hoy no sabemos por cuántos miles de millones de dólares están endeudadas
nuestra generación y las venideras.
Se anuncian los presupuestos para el país en las Asambleas Nacionales,
pero nunca hay rendición de cuentas. Se desconocen las "reservas
especiales" del presidente o las "cajas chicas" de los ministerios. No
sabemos qué hacen con las cuotas que recaudan los inoperantes MTT, FMC,
CDR, etcétera, esas infelices muestras de la "sociedad civil oficial".
En años recientes, se reportaban crecimientos asombrosos en la economía
del país, 12%, algo así… La CEPAL optó por no considerar las cifras
cubanas porque no seguían ningún modelo aceptable. ¡Estábamos creciendo
más que China! Ah… fue que se utilizó una nueva herramienta para la
medición, de la que deducían las gratuidades, que nunca fueron
exactamente gratuidades, porque en el salario se hacían los descuentos.
Hasta un día en que se dejaron de detallar en los sobres de pago, total…
Hartos de tener números por delante —delatores de la realidad—, de los
libros del "Deber y el Haber", el "Balance", los "Libros Contables",
clausuraron la carrera de Ciencias Comerciales en la Universidad de La
Habana y abrieron una Facultad de Economía que estudiaba profundamente
Das Kapital, como si fuéramos la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX.
Sacar cuentas era una mezquindad capitalista que no necesitaba el Hombre
Nuevo, aunque algunas metáforas de Marx resultaran divertidas.
Sobrecumplían en todas las recogidas de cosechas pero, como dijo un
poeta, la comida se quedaba en los medios de comunicación. Las enormes
riquezas profesional y cultural, forjadas a principios de la Revolución,
se perdieron para el país, ya sea por la necesidad de emigrar o por la
urgencia de obtener subempleos para ganar algunos dólares. Esa desgracia
es imposible de registrar en números.
El Caudillo, una vez, se desmayó en público y, ya resucitado, dijo por
la televisión que él había sido la persona desmayada 666 de esa tarde a
causa del implacable sol. Se dieron cuenta, más tarde, de la simbología
satánica del número y la cambiaron, pero ya había salido al espacio. Hay
que entender que un número preciso estimula la verosimilitud. Lo saben
bien los novelistas, desde Defoe a García Márquez. En este caso, fue un
rapto de franqueza.
Difuntos culpables
Cierto es que hay una buena organización para evitar muertes en casos de
desastres naturales, pero es obsesivo y criminal el afán de negar los
muertos. Resulta que los difuntos son los culpables de morirse por no
seguir las instrucciones dadas.
Siempre han negado los muertos reales que se han producido en las
inundaciones, los deslaves, los derrumbes, los ciclones, las guerras
ajenas… ¡Claro que han sido ahora más que siete muertos! Una tragedia
como la que hoy nos desgarra, así lo indica.
La imagen política es, para los gobernantes, más importante que la
esencia y que el agudo sufrimiento real. Esos muertos no importan. Como
dijera alguna vez el Caudillo en su oratoria febril: "Nos casaron con la
mentira y nos obligaron a vivir con ella".
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/las-cuentas-malas-114120
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