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Friday, March 23, 2012

Cuba en una libreta de racionamiento

Crónica de una isla que no pierde su encanto

Cuba en una libreta de racionamiento

Los cubanos se las ingenian para sobrevivir en su mundo de embargo y
necesidades.
Cinthia Membreño | 23/3/2012

La libreta de abastecimiento que sostengo en mis manos fue emitida en un
país bloqueado. Una isla que desde los 90´s se ha convertido en el
paraíso de millones de turistas y en una cárcel para muchos que, al
habitarla, se sienten inconformes con el sistema que los gobierna. Esta
libreta es, en realidad, el regalo de un habanero que piensa en el valor
de la misma para el futuro. Para él, ésta puede convertirse en una pieza
de colección, una reliquia que al subastarse podría fácilmente superar
el salario actual de un cubano, que ronda unos US $20 mensuales.

Las diez hojas blancas de esta libreta, prensadas por una pasta café
hecha de papel reciclado, detallan el núcleo familiar al que ésta
pertenece. Además, reflejan diez de los doce meses del año, presentados
de dos en dos, y complementados por una lista de productos que el
gobierno cubano entrega mensualmente a cada familia que habita la isla.

Según esta pequeña cartilla, en Marzo, el gobierno le brindó a esta
familia cubana 15 libras de arroz. En Mayo, recibieron 20, la misma
cantidad en Julio e igual número en Septiembre. A eso se le suman 1 ½
litros de aceite, 12 libras de azúcar, 3 de café, 1 de sal, 3 jabones de
baño, 4 de lavar ropa y 1 crema dental.

Al pasar las hojas, se dejan ver espacios vacíos en algunas casillas de
la libreta, lo que indica que no todos los meses esta familia tiene la
suerte de recibir la misma cantidad de productos. En esos períodos,
ellos deben ingeniárselas para adquirir los elementos faltantes de su
canasta básica. Suerteros son estos ciudadanos, pues tienen familia en
los Estados Unidos.

El salario promedio de un isleño es de unos 400 pesos cubanos, que son
aproximadamente 20 dólares. Con esta cantidad, además de completar la
lista de alimentos faltantes, también deben pagarse otros servicios
básicos como la luz eléctrica y el agua. Asimismo, el gobierno descuenta
un porcentaje de ese mismo salario por los electrodomésticos que, a
manera de préstamo, le asigna a cada familia.

Hacinamiento en La Habana

A 40 minutos en bus del barrio en el que esta familia de cubanos vive se
encuentra La Habana Vieja, uno de los puntos más turísticos y prósperos
de la capital de Cuba. Cuarenta minutos no parecen nada, cuando para uno
La Habana es mágica en toda su extensión, pero ese tiempo sí hace la
diferencia.

Las calles de este barrio son azotadas por el inclemente sol del Caribe
y transitadas por guaguas, ciclo – taxis que parecen más discotecas
ambulantes que otra cosa, carros particulares y transeúntes de todos los
colores: negros, mulatos, blancos y uno que otro extranjero.

A pesar de que esta misma escena se puede ver en La Habana Vieja, en
esta zona los edificios no tienen arquitectura colonial y la pintura que
los maquilla se descascara lentamente. De sus amplios balcones cuelgan
piezas de ropa recién lavada que bailan al ritmo del viento y que
parecen saludar a quien los mira, sea del primer o del sexto piso.

Numerosas familias viven en estos apartamentos y las generaciones varían
a medida que cada habanero se empareja con otro. En un mismo espacio
viven los padres, los hijos de los padres, las esposas y esposos de los
hijos, y – si es posible – los nietos. Como el gobierno cubano sólo
asegura una casa por familia, las salas de estos apartamentos se
convierten en cuartos, las cocinas también. Algunas habitaciones tienen
cocinetas en su interior y los baños son compartidos por todos los
habitantes del apartamento. Las incomodidades son muchas, pero el poco
dinero que se gana en Cuba no permite independizarse, así que la única
solución posible es aglomerarse a como se pueda en un mismo espacio.

Las azoteas de los edificios, sin embargo, representan el escape para
ese apilamiento. Sus pisos desnudos son ingeniosamente convertidos en
amplias terrazas en donde los habaneros platican en grupo, hacen sus
fiestas y toman el licor que pueden conseguir, sea cerveza, ron o vino.
Estar en una azotea habanera es casi como ver una pintura del diario
vivir cubano: pobre en bienes materiales pero rico en espíritu.

Sentarse en una azotea y ver un atardecer en La Habana, en un sitio
alejado de los puntos turísticos, es casi tan novelesco como caminar a
lo largo del malecón sintiendo la brisa del mar Caribe. Se siente el
sol, el viento, el calor. Uno se siente grande y nostálgico, completo y
vacío al mismo tiempo. La música cubana se escucha a todo volumen, se
deja oír una salsa, un reggaetón, una trova. También se escuchan las
pláticas amenas, los fuertes silbidos, los gritos y las risas.

Al caer la noche revive La Habana Vieja

En las lejanías de este barrio descansa La Habana Vieja con sus
imponentes casas coloniales pintadas de color pastel y conservadas casi
a la perfección. La Plaza Vieja y su fuente atraen a un grupo de niños
que portan uniformes rojos, ese que en la isla usan los estudiantes de
primaria. Los niños se refrescan la cara al darse con ella suavemente,
mientras las gordas palomas blancas levantan vuelo por el cielo azul
perfecto, los turistas se abrazan y besan enamorados, los cubanos
coquetean unos con otros, y con los extranjeros, se dicen piropos. Las
señoras mayores piden dinero.

La Habana Vieja es una mezcla de lo nuevo y lo viejo, es la mayor
expresión del estado melancólico en el que la ciudad ha quedado
atrapada, una especie de híbrido entre los 50´s y el 2012. Cuando cae la
noche, la capital muestra su mayor carencia: el de la luz eléctrica en
su alumbrado público. La inseguridad empieza a sentirse en las estrechas
y oscuras calles, aunque estén resguardadas por policías de Oriente a
quienes pocos respetan por su bajo nivel de escolaridad.

Cuando oscurece, las jineteras aparecen en las esquinas. Algunas caminan
apenas vestidas. Sean blancas, negras o mulatas, todas caminan con el
paso fuerte y la seguridad que caracteriza a las cubanas. Sus tacones
esperan con ellas afuera de los restaurantes y sonríen, casi
tímidamente, a los desconocidos, en su mayoría rubios seniles que
parecieran tener dinero. En un buen día, ellas salen de un restaurante
con un extranjero y se pierden al doblar las esquinas. En un mal día, se
quedan sonriendo furtivamente hasta que ya no haya nadie a quien sonreír.

Mientras tanto, los conjuntos musicales de Calle Obispo suenan en la
mayoría de los restaurantes e interpretan temas clásicos de exportación.
Son las piezas que los extranjeros quieren escuchar al llegar a Cuba y
repiten todos en coro: "Yo soy un hombre sincero, de donde crece la
palma, yo soy un hombre sincero, de donde crece la palma, y antes de
morirme quiero, echar mis versos del alma", dice una de las canciones
más populares de Cuba. Todas las noches, en la isla, los cubanos echan
el alma en esos mismos versos.

http://www.confidencial.com.ni/articulo/6164/cuba-en-una-libreta-de-racionamiento

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