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Sunday, July 12, 2015

En casa de Antonio Rodiles

En casa de Antonio Rodiles
El pasado lunes, en casa de Antonio Rodiles, miré su cara deformada por
la paliza inmisericorde recibida el día anterior cuando se dirigía a
marchar con las Damas de Blanco
sábado, julio 11, 2015 | Rafael Alcides

LA HABANA, Cuba. – El pasado lunes, en casa de Antonio Rodiles,
mirándole la cara deformada por la paliza inmisericorde recibida el día
anterior cuando se dirigía a marchar con las Damas de Blanco, pensé en
los techos, las tejas y el viento, y me acordé del comandante del
ejército rebelde Manuel Fajardo Sotomayor, del cual fui ayudante unos meses.

A principios de 1957, cuando todavía los Rebeldes eran un puñado,
lograron improvisar un ranchito luego de días sin probar bocado. Estando
ya casi listo para servirlo se produjo un 'combatico' en el que hubo un
muerto y tomaron algunos prisioneros. No pudiendo Fidel multiplicar el
rancho, se lo sirvió completo a los prisioneros. "Ese día lo odié
durante un rato", me dirá Fajardo. "Pero por esa grandeza de alma hasta
el enemigo lo amaba. Era Cristo en persona. Y con el enemigo herido,
Cristo otra vez."

No es un secreto que esas buenas maneras de la Sierra fueron con el
tiempo siendo echadas a un lado. Y para demostrarlo, ahí estaban en casa
de Antonio Rodiles los últimos masacrados, los del domingo 4 de julio.
Entre ellos la maestra Lupe Busto, los activistas Ángel Moya y Raúl
Borges y los eternos apaleados Yury Valle (nieto de Blas Roca) y Antonio
Rodiles con su cara todavía oculta en parte por el yeso de urgencia,
parecido a El Hombre de la máscara de hierro.

Al contrario de los soldados de Batista de que me hablara Fajardo, esos
masacrados reunidos en casa de Rodiles para hacer un video de denuncia,
no llevaban armas ni iban a su paso asesinando ni incendiando viviendas.
Ellos portaban una flor y el silencio y la fe en Dios, poética
artillería con la que durante diez años han venido las Damas de Blanco
enfrentando la brutalidad de las turbas desatadas contra ellas.

Sin embargo, a Raúl Borges le han pegado con saña en el pecho no
obstante saberlo operado del corazón en una operación a pecho
descubierto que le practicaran en España y durante veinticuatro horas lo
tuvieron sin sus medicinas. Cuando alegó que esta privación podría
ocasionarle la muerte, estuvieron muy felices de saberlo y no mandaron a
su casa por las medicinas. No lo perdonan. Durante 30 años, me contaba
Borges, él fue oficial de la Seguridad, y un hijo suyo que estando
también en la Seguridad del Estado dejó de pensar como un hombre de la
Seguridad del Estado, lleva ya en prisión diecisiete años.

Caso tan conmovedor como inexplicable a primera vista, es el de Lupe
Busto. Residenciada hace 17 años en Huston, Texas, donde es maestra,
marchó con las Damas de Blanco porque como cubana se sintió con derecho
a hacerlo, sabía que sería reprimida pero quería sentir en su piel lo
que durante años han venido sintiendo las Damas en sus desfiles
dominicales por el Cambio. Porque esas cosas, me decía Lupe, no es lo
mismo leerlas en los periódicos que sentirlas.

Moretones aparte, Lupe Busto no fue golpeada, fue humillada. Pretendían
desnudarla. Por supuesto, se negó, pero insistieron. Ya que como cubana
no se respetaban sus derechos humanos, alegó sus derechos de ciudadana
norteamericana, pero no la oyeron. Tenía que desnudarse. Lupe Busto no
entendía. Si fuera en el aeropuerto en el momento de bajar del avión,
podría la Seguridad suponer que traía metido en el ano un tubo con
explosivos o con drogas o con algún virus terrible, pero llevando días
en Cuba, ¿desnudarla para qué? Todavía ayer no lo entendía, pero la
maestra Lupe Busto tuvo que dejarse ver como vino al mundo hace más de
sesenta años.

Coincidencia o no, Lupe Busto es la madre del prestigioso escritor,
traductor y editor Ernesto Hernández Busto, establecido en Barcelona
desde 1999 y el cual ya hace casi treinta años cuando aquí en La Habana
empezaba a dar muestras de sus talentos, era un dolor de cabeza para la
Seguridad del Estado.

Lo de Yuri Valle es una novela. Cuatro domingos atrás, la Seguridad regó
en el barrio que "el hijo de Blas Roca se había suicidado", al día
siguiente a él y a su novia les tiraron un automóvil encima, y al final
de la detención del domingo siguiente lo llevaron a un lugar de las
afueras de La Habana donde, como a Frank País en Santiago de Cuba cuando
lo mataron, lo hicieron poner de rodillas y le pegaron una pistola en la
nunca. ¿Dispararán sobre Yuri la próxima vez?

¿En cuál día de 1958 estamos ya?

No quiero, no quiero asomarme a mirar por el hueco que el viento al
pasar llevándose las tejas ha dejado en el techo de la casa que un día
fuera mi casa si fueron honestas las gentilezas del Cristo que alababa
Fajardo Sotomayor.

Source: En casa de Antonio Rodiles | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/en-casa-de-antonio-rodiles/

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