Pages

Friday, October 21, 2011

Ni el médico chino

Ni el médico chino
Viernes, Octubre 21, 2011 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Cuando le avisaron que su
padre había sufrido un infarto de miocardio y se encontraba muy grave en
un hospital de Santiago de Cuba, creyó que no podría llegar a tiempo
para verlo vivo. Trasladarse desde La Habana hasta Santiago, con la
crisis crónica del transporte interprovincial, al menos el destinado a
los pobres, conlleva una odisea que puede durar semanas, empezando por
una larga cola de varios días ante las oficinas que venden los boletos.

Pero tuvo la suerte, digámoslo así, de que un amigo lo alumbrara: "Si
vas para la Terminal de Ómnibus con bastante dinero para pagar por la
izquierda –le dijo-, será fácil que viajes en el primer ómnibus que
salga para Santiago. Ni siquiera tienes que hacerle propuestas a ningún
empleado. Sólo entras con un maletín en la mano y te paras cerca de la
puerta de embarques. Del resto se ocupan ellos".

Recogió sus reservas económicas para casos de urgencia, ahorradas
durante mucho tiempo, se fue directo hasta la Terminal de Ómnibus, y,
efectivamente, no necesitó permanecer ni cinco minutos parado frente a
la puerta de embarques.

Para adquirir el acceso (solamente por el acceso) a comprar dos
asientos, para su esposa y él, del próximo ómnibus que saliera con
destino a Santiago de Cuba, debía desembolsar por la izquierda 20 cuc o
480 pesos en moneda nacional. Sin contar el precio de los asientos,
claro, así como otros gastos adicionales.

Lo montaron en un taxi –cuyo costo de ida y regreso también debía pagar-
para llevarlo a una sucursal expendedora de boletos, ubicada en el
reparto La Víbora, donde, previo el desembolso de una nueva suma, le
entregarían de inmediato el pasaje, violando la kilométrica cola de
aspirantes a viajar algún día.

En conclusión, un breve rato después de haber recibido el aviso sobre la
enfermedad de su padre, iba ya rumbo a su encuentro, en el ómnibus
Expreso Santiago-Habana número 1052, con salida a las 3:30pm, del jueves
29 de septiembre.

Todo había ocurrido tan precipitadamente que apenas atinaba a creer que
en verdad se hallaría en Santiago al día siguiente. Estaba bajo los
efectos de una rara estupefacción, la cual, lejos de disiparse, iría
aumentando en el transcurso del viaje.

Estupefactivo le resultó, por ejemplo, que aquel ómnibus saliera de La
Habana con una considerable cantidad de asientos desocupados, habiendo
visto las interminables colas de demandantes frente a las oficinas
expendedoras de boletos.

No menos estupefactos quedaron, tanto él como el resto de los pasajeros,
al ver que los choferes apagaban el motor del ómnibus a cada momento
durante la marcha, aprovechando las pendientes de la carretera, para
precipitarse a gran velocidad, con el vehículo impulsado
(peligrosamente) sólo por la gravedad.

Después conocerían que salieron de La Habana con los asientos
desocupados para poder maniobrar por la izquierda durante el trayecto,
recogiendo en la vía a cualquier desesperado que estuviese en
condiciones de pagar sus altas tarifas ilegales.

Asimismo iban a descubrir que aquellos choferes conducían con el motor
apagado para ahorrar combustible en cantidades que le permitieran vender
los tickets de asignación a los propios empleados de algunas de las
gasolineras que debían surtirlos. Vieron, estupefactos, como lo hacían
en gasolineras de Jaguey Grande y Ciego de Ávila.

Y con no menor estupefacción vieron igualmente cómo aquel ómnibus
expreso (por cuyo largo recorrido se prevén ciertas comodidades para los
usuarios, quienes, además, pagan por ellas), iba repletándose de otros
improvisados viajeros.

Incluso, una vez cubiertos todos los asientos, los choferes seguían
recogiendo gente en la carretera para llevarla de pie, hasta alcanzar el
colmo del hacinamiento. Cuando alguien les sacaba la mano, detenían la
marcha, se bajaban del ómnibus, negociaban con el transeúnte donde no se
les pudiese escuchar. Y finalmente, les permitían o no subir a bordo,
según cuánto pagaran.

Fueron también testigos estupefactos del desenfado y la impunidad con
que, aun sin haber salido de La Habana, los choferes se detuvieron para
cargar en el ómnibus (parte trasera, en algún compartimento al parecer
de su uso particular y exclusivo) 9 sacos llenos de "algo" que ya
esperaban por ellos, ocultos entre los maniguales, en algún punto
estratégico muy próximo a la autopista.

Luego de pasar la noche con los ojos como dos palanganas, por los
constantes sobresaltos de aquel viaje, y como consecuencia del reguetón
que no dejó de sonar a toda bocina ni aun en la alta madrugada, él pudo
verse al fin junto al lecho del enfermo, tranquilo al ver que su estado
no era tan grave como le habían anunciado, pero a la vez perplejo al
comprobar que el infarto sistémico y moral que hoy sufre el país no es
tan reversible como cuenta el periódico. Y pensando que si bien su padre
tiene cura, a Cuba no hay quien la salve. Ni el médico chino.

http://www.cubanet.org/articulos/ni-el-medico-chino/

No comments: