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Saturday, October 22, 2011

Fabricar robots dentro del 'sistema'

Tecnología

Fabricar robots dentro del 'sistema'
Juan Antonio Blanco
Miami 22-10-2011 - 9:00 am.

'Los robots de Fidel Castro': un testimonio revelador, un tema vigente.

A Fidel Castro se le escapó en el 2010 una frase que luego intentó
rectificar infructuosamente: "El sistema ya no funciona ni para
nosotros". La realidad es que el sistema nunca funcionó. Armando
Rodríguez —más conocido en Cuba a cualquier nivel, desde amigos a
ministros, por Mandy— se lo habría explicado hace tres décadas si lo
hubiese querido escuchar. Pero parte consustancial del "sistema" es la
ausencia de mecanismos de autocorrección, dada la imposibilidad de
ejercer la libertad de expresión desde una perspectiva crítica. No por
gusto cada vez que Raúl Castro ha solicitado la opinión de otros, agrega
al final "no tengan miedo". Del mismo modo que no es casual que pocos
confíen en esa garantía.

La experiencia personal que Armando Rodríguez narra con desenfado y gran
sentido del humor en su libro Los robots de Fidel Castro, trasciende la
historia de la empresa cubana EICISOFT y las personas que estuvieron
vinculadas a ella. Tampoco pertenece al pasado. Refleja una realidad
vigente en el sentido que Ortega y Gasset daba a ese término. Ninguna de
las pretendidas rectificaciones anteriores anunciadas por los líderes
cubanos pudo resolver los problemas de la economía. La incapacidad
intrínseca del sistema para crear y administrar riquezas de manera
eficiente es lo que subyace en este rosario de aventuras y desventuras
de un cubano dotado de un talento y genialidad peculiares; talento y
genialidad que Fidel Castro quiso, pero no sabía ni podía, aprovechar.
Porque el sistema se lo impedía. Y esa realidad inescapable está
nuevamente al centro del debate público cuando La Habana intenta la
"actualización" de un sistema inservible.

Este es, por lo tanto, un tema vigente.

Bill Gates comenzó su aventura empresarial en Estados Unidos desde un
garaje. Mandy, junto con un grupo de gente inteligente alienada por el
sistema, emprendió la suya en un almacén de viandas al que no se le
encontraba cómo darle uso. Pero ese local estaba en Cuba, y quien
vendría a "apoyar" —en realidad a controlar— el proyecto de Mandy, sería
el Comandante. En su pretensión permanente de jugar a gran potencia
desde un país subdesarrollado, el Jefe Máximo se empeñó en hacerlos
producir robots. Aquellos jóvenes, mostrando mayor dosis de sentido
común que el Comandante en Jefe, sabían que no vivían en Estados Unidos
ni Japón y que la producción de software resultaba, en lo inmediato, más
factible en la atrasada y empobrecida isla que habían nacido.

Mandy tuvo que dedicar parte considerable de sus valiosas neuronas a
encontrar mil maneras de burlar las absurdas directivas de un poder
omnímodo que se creía infalible y las regulaciones burocráticas de un
sistema que solo se mostraba eficaz en asfixiar la iniciativa y
creatividad. Al chaleco de fuerza que representaban las regulaciones
burocráticas habría que añadir las mil y una "orientaciones"
—movilizaciones a manifestaciones callejeras de apoyo al gobierno, envío
a tareas manuales como la construcción de túneles y la zafra azucarera
de personal altamente calificado, y un largo etcétera— que
constantemente rompían los equipos de trabajo y los distraían de su
finalidad creativa. Al final, Mandy tuvo que enfrentar la realidad de
que no se podía engañar al Comandante y su burocracia todo el tiempo.
Tenía que escoger entre la sumisión o la libertad. Y optó por la segunda.

El balance del siglo XX es inequívoco: el sistema fracasó en todos
aquellos países —localizados en diversas regiones del mundo— donde se
impuso. La URSS enviaba naves al espacio, pero su industria intentaba
—inútilmente— mimetizar la occidental. Tarea imposible debido a la baja
productividad, mayores costos de producción y pésima calidad de los
productos. La incapacidad para la innovación del sistema condenaba al
país a padecer de un crónico retraso tecnológico que no pudo trascender.

China y Vietnam superaron las hambrunas solo después que abandonaron el
sistema económico estatizado. Cuba destruyó la industria azucarera sin
llegar a crear otro sustituto comparable y Venezuela, país petrolero que
dice ahora avanzar hacia el socialismo del siglo XXI, sufre continuos
cortes eléctricos desde que emprendió ese camino. Esta realidad hace
pensar que si mañana se impusiera el sistema en el Sahara es probable
que el gobierno terminase racionando la arena.

Si algo ha sido demostrado hasta la saciedad es la incapacidad del
sistema de economía estatizada para crear riquezas de manera
sustentable, creciente y eficiente.

¿Cuál es la causa de ese fracaso planetario que se resiste a ser
explicado con argumentos simplistas como el de aquel afamado cineasta
cubano que afirmó que "el socialismo había sido un excelente guión con
pésima puesta en escena"? Armando Rodríguez no pretende teorizar su
respuesta a esa interrogante. Le basta, como a los buenos detectives,
con mostrarnos las evidencias. Conocer la historia de ECISOFT —esa
empresa del pretendido "sistema socialista cubano" que él organizó y
dirigió—, facilita a los lectores llegar a sus propias conclusiones.
Este libro es el testimonio de un testigo excepcional del accidentado y
traumático desarrollo de la informática y la computación en Cuba.

Armando Rodríguez, Los robots de Fidel Castro (Eriginal Books, Miami, 2011).

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