Salvar la pelota
Ahora, cuando se anuncia que Cuba jugara de nuevo en la Serie del
Caribe, hay más cubanos a favor y menos en contra de aceptar el reto
Francisco Almagro, Miami | 26/06/2013 12:27 pm
El Gobierno cubano ha logrado sobrevivir al descalabro de la industria
azucarera. Eso es algo que a nuestros antepasados les hubiera resultado
inverosímil: sin azúcar hay país. Por supuesto, es un hay que podría
sustituirse por un a pesar de… Pero lo que todavía el más crédulo de los
cubanos no puede creer es que sin béisbol siga habiendo país. Es béisbol
es una de esas últimas cosas terrenales que el menos cubano se dejaría
arrebatar. La pelota fue lo primero que vio jugar en su barrio, y el
primer deporte que oyó narrar o vio en televisión. La bola fue el
profano credo de sus abuelos y sus padres, el juego en que inicia al
pequeño hijo con la esperanza de que un día lleve en la camiseta su
apellido.
Sin pretender una apología de nuestro pasatiempo nacional, por cierto,
prohibido por los españoles durante la Colonia a causa de ser extranjero
e insurrecto, es oportuno hacer algunas reflexiones mas allá de las
bolas y los estrikes. La pelota, aunque nació en tierras del Norte, es
tan cubana como sus palmas. Es raíz de nuestra cultura de manera
indisoluble pues un buen pedazo de la idiosincrasia insular, con sus
frases y sus tradiciones, hace referencia al béisbol.
Ahora, cuando se anuncia que Cuba jugara de nuevo en la Serie del
Caribe, hay más cubanos a favor y menos en contra de aceptar el reto.
Tengo un amigo por estos lares que paga una antena parabólica solo para
ver la pelota cubana. No le interesan mucho las llamadas Grandes Ligas.
El sigue aferrado a los equipos de Industriales, Matanzas o Las Villas.
Y me confiesa que como él hay miles en Miami. No son castristas y aun
entienden a aquellos que les gusta ver perder al equipo cubano porque
creen que es una prolongación del régimen sobre la grama de un estadio.
Pero se duelen con un Equipo Cuba que no gana un campeonato
internacional desde 2005. El anuncio de la readmisión de Cuba en topes
profesionales los ha llenado de esperanzas.
Recordemos, brevemente, que la revolución cubana como toda insurrección
contra el orden establecido, pretendió una relectura de la historia
pasada y la construcción de nuevos paradigmas, afines a sus objetivos
milenaristas: el poder sempiterno. Enumerar el desmontaje en medio siglo
de costumbres, léxico, economía, conmemoraciones, símbolos,
intelectuales, artistas, científicos, deportistas e incluso de la
arquitectura de Cuba resultaría una labor interminable. Dentro de ese
desguace estuvo crear el Béisbol Revolucionario y condenar a la herejía
la llamada —geniales para poner nombres humillantes— Pelota Esclava.
Sin embargo la pelota, por una extraña circunstancia, ha sido
relativamente inmune a ese brain washing. Se prohibió la práctica
profesional y los cubanos siguieron oyendo, —bajito, bien bajito el
volumen, como si un delito se tratara— la Serie Mundial. Se tildo a los
desertores de enemigos y apátridas, y hoy cualquier aficionado conoce
las hazañas del Duque, Livan, Puig y Chapman. En 50 años los cubanos
nunca han visto un juego de Grandes Ligas en la TV nacional mientras los
bancos de películas —ilegales— alquilan el Juego de las Estrellas.
Me contaban que a finales de los 90 un líder de la Iglesia Cubana hizo
un viaje de trabajo a Baltimore. En sus intercambios con el entonces
arzobispo norteamericano, éste le pregunto si podrían hacer algo por
Cuba. Y el prelado cubano le dijo que un encuentro de beisbol de los
Orioles y una selección cubana vendrían a ser como una gota de agua en
el desierto de las relaciones entre los dos países. Los juegos se
dieron, en Cuba y en Estados Unidos, y aun cuando la anécdota de cómo se
pactaron no sea totalmente verídica, evidencia que es mucho más lo que
une a nuestros dos países que lo que los separa. Recordemos que los dos
intelectuales más grandes que ha dado Cuba, el padre Félix Varela y el
apóstol José Martí, vivieron la mitad de sus vidas en estas tierras. Le
vieron sus sombras, que no son pocas, pero también vieron sus grandes
luces, solo aptas para autopistas.
Hay varios indicios que pudieran hacernos pensar que detrás de un
presunto rescate de los valores más auténticos de la cubanidad se
esconde la intención de sobrevivir al desastre final, un abismo —lo del
precipicio lo dijo Raúl Castro— que se insinúa en el horizonte de Cuba
una vez desaparecida la Generación del Centenario. Ya en los 90, tras la
debacle ideológica del Socialismo Real, Fidel Castro pudo subir a escena
a intelectuales cubanos —algunos, incluso, desde el exilio— los cuales
sirvieron para el reciclaje ideológico, partiendo de bases criollas. Ya
hoy esos intelectuales están en retirada o han muerto y hay que buscar
nuevas fuentes para calzar cierto nivel de legitimidad a un discurso que
ya nadie, ni ellos mismos, se creen.
Los indicios de esa búsqueda pueden ser tan pedestres como recuperar al
reparador de colchones o el vendedor de fritas, o volver a sesionar en
el Capitolio Nacional —albergó vacas lecheras y fieras disecadas: nada
originales García Márquez y Carpentier— y al mismo tiempo dar luz verde
para que salgan y entren cubanos de Cuba, algo que suena macarrónico a
cualquier hijo de vecino no-cubano. En todo caso, los indicios conducen
al Norte; son señas que se le hacen al dogout contrario.
Así pues, ¿Habría algo mejor que la pelota para salvar este inning
final? El beisbol, como lo ha sido en otras ocasiones, ofrece ese nivel
lo suficientemente diplomático —tiempo, estrategia— para sin prisa pero
sin pausa, dejar a los futuros dirigentes cubanos una sociedad menos
desesperanzada, no ya pobremente alimentada. Saben muy bien los
dirigentes cubanos que el modelo autoritario y centralizado de economía
no funciona. Pero, como en el béisbol, confían en que hasta el último
out no hay nada decidido. Luego, la jugada seria perder pero perder sin
dejar la mala impresión de haber estado jugando medio siglo para nada o
como dirían en mi barrio, jugando majá.
Aceptar la participación en la Serie del Caribe puede ser una analogía
de lo que está sucediendo con Cuba en el terreno internacional y
nacional: necesitan jugar y van a aceptar algunas reglas. El balance
entre necesidad y seguir reglas es lo que definirá el futuro de la Isla.
Lejanos están ya los días en que el beisbol cubano imponía su nivel de
juego, aplastaba a sus enemigos amateur y se sentía dueño de cargar bate
de aluminio y bola rápida con los consiguientes jonrones. Sin embargo,
habrá que tener mucho ojo con el dogout: un cambio de seña y volveremos
a empezar.
Source: "Salvar la pelota - Artículos - Deportes - Cuba Encuentro" -
http://www.cubaencuentro.com/deportes/articulos/salvar-la-pelota-285315
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