Nunca los mandamases han tomado en serio a los periodistas
independientes. Todo lo contrario. Un tiempo atrás los acosaban y
encarcelaban. Ahora sigue el asedio sobre algunos.
Pero desde su creación en la década de los 90, el periodismo sin
ataduras oficiales ha destapado numerosos casos de corrupción, tráfico
de influencias, maltrato policial y nepotismo.
Roberto de Jesús Guerra, un mulato regordete y no muy alto, fue el
primer periodista libre en la isla en dar a conocer los sucesos
acaecidos a principios del 2010 en el hospital siquiátrico de Mazorra,
ubicado al sur de La Habana.
Antes que la prensa oficial reconociera que debido a los malos tratos,
el frío y el hambre, 27 dementes fallecieran en Mazorra, ya Roberto de
Jesús había dado la noticia. También entre los primeros se encontraban
Laritza Diversent y Luis Cino.
El caso Mazorra no es un hecho aislado. Desde hace años, los periodistas
independientes denuncian la corrupción en diferentes sectores y
organismo del país.
Si los servicios especiales leen de soslayo los reportes de la prensa
libre, después haber tomado nota y realizar indagaciones, pueden
comprobar en un alto porciento la veracidad de las noticias.
Ahora mismo Raúl Castro, presidente de Cuba, está empeñado en una
cruzada final contra la burocracia. Su mejor aliado en esa campaña son
los reporteros independientes.
Los periodistas oficiales son timoratos. Escriben según les orienten del
Comité Central o el jefe de redacción. Los periodistas independientes
van por su cuenta. Conocen, porque andan en la calle o tienen parientes
y amigos que laboran en ministerios y organismo estatales, de los
rumores que circulan por los pasillos.
No se detienen, como dicta el periodismo moderno, a confirmar el rumor.
En Cuba eso es imposible, por el control riguroso a la información por
parte del Estado. Por intuición y olfato se arriesgan y dan la noticia.
A ratos se van con la de trapo. Pero han crecido en el quehacer
periodístico y aprendido a discernir cuáles historias son ciertas y
cuáles fabricadas. Cumpliendo órdenes de la inteligencia, a veces se te
acerca gente desconocida para darte una primicia.
El sentido común y el instinto son el arma que tienen los reporteros sin
mordazas para distinguir entre un complot chapucero de los servicios
secretos o un tipo que por ética y buena fe desea destapar un escándalo
de corrupción.
El régimen debería prestar más atención a la prensa libre. Su fuerza
radica que sus notas se difunden por internet, en blogs y webs. Y pone
al gobierno contra la pared. Cuando las reseñas son ciertas, no les
queda otra que emitir una nota oficial.
Ya es hora de que el gobierno del General Raúl Castro, en su afán de
neutralizar la letal burocracia y desvergonzada corrupción, abra un
centro donde las personas corrientes puedan hacer denuncias y acceder a
informaciones y cifras.
Si de veras quiere abolir el secretismo y la escasez de datos debe
liberalizar las noticias. A estas alturas, quizás Castro II se haya dado
cuenta que en su cruzada contra la burocracia, los periodistas
independientes son aliados temporales.
En ese acápite. Porque si hablamos de reformas políticas y aperturas
democráticas todavía nos ve como adversarios. Con sus defectos y
limitaciones, la prensa independiente desempeña el rol que por
mecanismos de censuras y temores, no realiza la prensa oficial. Sólo hay
que leer el Granma para darse cuenta.
Iván García
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