Cineasta cubano Enrique Colina condena censura al teatrista Juan Carlos 
Cremata
Colina, autor de varios documentales y con experiencia en la docencia 
del cine en Cuba, arremete contra la censura a la que ha sido expuesto 
Cremata, autor de la pieza "El rey se muere".
Martinoticias.com
octubre 31, 2015
El cineasta y docente cubano Enrique Colina escribió una misiva a su 
censurado colega Juan Carlos Cremata, en la que arremete contra la 
censura, la intolerancia y la estrechez de miras que ha prevalecido en 
la "revolución" cubana.
Cremata es autor de la pieza El rey se muere, de Eugène Ionesco, 
estrenada el 4 de julio y suspendida definitivamente días después. La 
compañía teatral dirigida por él fue borrada del mapa escénico cubano y 
Cremata impedido de volver a ejercer este arte, pero varios de sus 
colegas en Cuba y el mundo se han solidarizado con él.
A continuación Martí Noticias reproduce el mensaje solidario enviado por 
Colina a Cremata y la carta donde explica los entresijos de la censura 
por parte del régimen castrista.
Hola Juan Carlos,
Tienes luz verde. Creo que no tratar el tema públicamente y callarse es 
plegarse a la arbitrariedad de decisiones que potencialmente nos afectan 
a todos como creadores, pero también como ciudadanos.
No veo contradicción en que se discuta una ley de cine por la que 
luchamos en la que explícitamente se garantice el derecho que nos asiste 
para defender la cultura contra el ejercicio de una censura que se 
autodenomina revolucionaria cuando en la práctica de todos estos años ha 
negado con sus desafueros y su mediocridad la esencia anti-dogmática que 
defendemos, único garante de la revitalización y reanimación de esa 
rebeldía que necesitamos para mejorarnos como seres humanos individual y 
colectivamente como pueblo.
Para rescatar esos valores, cuya pérdida ha sido y es denunciada 
oficialmente como resultado del deterioro ético alimentado por la 
desidia, la corrupción y la más cobarde y oportunista simulación, el 
único remedio que veo en el área de estimulación intelectual que nos 
compete es arrancarnos esa mordaza que los c... burócratas quieren 
imponerle a la expresión artística comprometida. Vale decir, 
comprometida consigo misma, con sus criterios y convicciones humanistas 
y con su vocación anti-conformista, rebelde y verderamente revolucionaria.
Después de predicar tantos años el marxismo-leninismo parece ser que los 
custodios de la ortodoxia del silencio se han olvidado de las leyes de 
la dialéctica y por eso flotan en ese sumiso estancamiento donde la fe y 
la obediencia al inmovilismo parecen ser los altares de adoración al que 
nos convocan con sus anatemas  condenatorios y excomuniones. Pues no, mi 
socio, protestemos.
Un abrazo,
Enrique
SOBRE LA CENSURA Y SUS DEMONIOS
La censura artística practicada en Cuba durante estos 56 años contra 
obras y creadores de la cultura en favor de una supuesta defensa de la 
Revolución ha derivado paradójicamente en un boomerang contra el 
prestigio político del proceso revolucionario, el mismo que fomentó y 
desarrolló desde su inicio las diversas expresiones artísticas que hoy 
sustentan y refuerzan nuestra identidad nacional y garantizan la 
continuidad del legado positivo de esta etapa de nuestra historia.
Si hiciéramos el recuento de las rectificaciones y rescates de obras y 
personalidades de la cultura que una vez fueron estigmatizados con el 
sambenito contrarrevolucionario por funcionarios y dirigentes de una 
ortodoxia rígida y dogmática –en ocasiones fracturada por una actuación 
corrupta, oportunista o sencillamente inconveniente dentro de la 
estructura centralizada y vertical de poder, que los llevó a ser ellos 
mismos separados y condenados al ostracismo político–, la lista sería larga.
Hoy se reconocen oficialmente las injusticias cometidas durante el 
llamado quinquenio gris y las reparaciones, desagravios y apropiaciones 
de su legado cultural se realizan muchas veces cuando ya han 
desaparecido sus autores, aún de aquellos que tuvieron que emigrar, pero 
para esos que se fueron por criticar, advertir y denunciar en sus obras 
la deriva autoritaria e intolerante de la burocracia sistémica, para 
esos "rescatados" hay que estar ya muerto.
La intolerancia a la crítica como norma para conocer la verdad –que es 
consustancial al fenómeno artístico que explora, indaga y escudriña en 
los conflictos humanos, enmarcados social, política y económicamente en 
su realidad y en su historia– ha sido y sigue siendo una proyección del 
miedo para afrontar las responsabilidades emanantes de un poder 
burocratizado que ha cometido errores, extravíos y desviaciones de su 
inicial impulso revolucionario y libertario. Equivocaciones y 
despropósitos motivados en ocasiones por la impaciencia y las buenas 
intenciones y en otras por voluntarismos obcecados en un inmovilismo 
quimérico incapaz de adaptar y reacondicionar la utopía a los 
requerimientos apremiantes de una realidad necesitada de una  
apreciación objetiva, sensata y equilibrada de las causas de sus 
carencias y defectos para corregirlos y enmendarlos.
Antes bien y a pesar de las cíclicas aperturas de rectificación y los 
llamados a la crítica pública contra lo mal hecho durante estos 56 años 
la atención siempre se dirigió hacia los fenómenos y no a sus causas. 
Por eso la ausencia de su confrontación crítica sistemática a través de 
los medios informativos sometidos a esa censura castradora ha terminado 
por fraguar la sacralización e intocabilidad de las decisiones 
verticales de poder, aunque se pretenda enmascararlas haciendo consultas 
participativas para el retoque de los afeites.
Existe ya un anquilosamiento en la conciencia ciudadana y un agotamiento 
ideológico por el gastado carácter propagandístico de los medios que dan 
la espalda a una realidad de opaco futuro y que provoca esa desidia y 
escapismo que tanto preocupa a los que se inquietan por el 
desviacionismo ideológico, la superficialidad y la banalidad del 
entretenimiento que la gente busca en "el paquete", los juegos de 
computación, la música reguetonera…
Esa pérdida de valores, la mala educación, la vulgaridad, la 
indisciplina social… también son el resultado de no haber promovido y 
alimentado en la práctica ciudadana esa rebeldía y autonomía de criterio 
que el Che alentaba en contra de todos los falsarios y oportunistas que 
pregonan los dictados de discreción, cautela y mesura en la expresión de 
nuestras inconformidades ciudadanas. Desacuerdo lícito en cuanto derecho 
civil a expresar una opinión sin que esta sea reprimida mediante esa 
inoculación de miedo ante las consecuencias de expresar un punto de 
vista crítico en "un lugar inapropiado, en un momento inoportuno y de 
una manera políticamente incorrecta".
El cine, el teatro y las artes plásticas han contribuido con muchas de 
sus creaciones a confrontarnos con este muro del silencio protegido por 
los cancerberos ideológicos que censuran y condenan en nombre de una 
defensa de la Revolución cuando en realidad lo que hacen es vulnerar los 
pilares humanistas de su continuidad.
Películas, piezas teatrales y obras plásticas –sin olvidar el período de 
proscripción que sufrieron los mejores exponentes de la Nueva Trova y 
que a la postre se convirtieron en los más auténticos cantores de la 
obra revolucionaria– han sufrido los embates de esa resaca reaccionaria 
que rehúye el debate de ideas y se agazapa en las trincheras de piedras 
para lanzar sus venenosos dardos inquisitoriales.
Recientemente y en contradicción con la apelación hecha por la más alta 
instancia de gobierno de asumir la realidad con sentido crítico, 
honestidad y compromiso ético, reconociendo que la unanimidad de 
criterios es una falacia de simulación, se han lanzado ataques contra un 
escritor cuya obra literaria y periodística es ejemplo de seriedad y 
sinceridad en el reconocimiento de nuestras actuales carencias 
materiales y espirituales, además de ser un genuino exponente de una 
comprometida y auténtica cubanía. Hablo de Padura y refiero también la 
estúpida prohibición de la película inspirada en su novela, Regreso a 
Ítaca, que meses más tarde fue exhibida durante una semana de cine 
francés, más para guardar las apariencias que como reconocimiento del 
error de soberbia cometido. Estúpida, por cuanto expuso sin pudor los 
colmillos de esa fiera dogmática agazapada para sólo crear un problema 
que desprestigia no sólo a su propio hacedor sino al poder que representa.
Porque, entiéndase bien, más que fortaleza, esa conducta de intolerancia 
expresa más bien la debilidad y el raquitismo intelectual y político 
para asumir un debate abierto y responsable con razones y argumentos que 
alimenten una confianza solidaria para buscar soluciones a los problemas 
que se denuncian en la obra, para que no se repita esta triste historia 
de alentar esa combatividad "revolucionaria" propensa a amordazar el 
pensamiento y a convertir en enfermiza paranoia la lógica precaución que 
supone asumir un cambio como el que se está produciendo en nuestro país. 
Cambio con la sanidad, no sólo de intenciones para que todo siga igual, 
sino para extirpar esta incapacidad para mirarnos en el espejo incómodo, 
reconocer nuestras imperfecciones y cuestionarlas deficiencias 
históricas en la estructura sistémica del modelo que las fomenta.
Así llego finalmente al punto de partida que me ha motivado a escribir 
estas líneas: la prohibición de la obra teatral de Juan Carlos Cremata y 
la suspensión de su ejercicio como director teatral. Por ahí me vienen 
en el recuerdo aquellos años en que el teatro cubano que había alcanzado 
su esplendor con el triunfo revolucionario sufrió aquella 
"parametración" purificadora cuyos prejuicios aberrantes y represivos 
resultaron en frustración, ostracismo y exilio para creadores y artistas 
que sólo estaban enriqueciendo con su arte ese patrimonio cultural que 
sabemos constituye el soporte y sostén de nuestra identidad nacional.
No pienso hacer la historia ni  mencionar nombres arrollados por aquel 
desafuero que califico de auténticamente vergonzoso y 
contrarrevolucionario, que sólo trajo descrédito para una Revolución en 
la que algunos extremistas con poder de decisión interpretaron la 
aspiración de crear un hombre nuevo con la de crear un robot obediente, 
dogmático y henchido de prejuicios reaccionarios, hoy combatidos pero no 
exterminados.
Tampoco voy a detenerme a polemizar acerca de la obra en cuestión con la 
que puede uno estar de acuerdo o no, gustarle o no su puesta en escena… 
no, sólo quiero señalar que considero improcedente que algunos –que no 
son artistas ni han aportado nada a la cultura nacional– se erijan 
nuevamente en jueces inquisidores y que, uncidos de una autoridad 
efímera, decidan frustrar el destino de un artista, de un creador cuya 
obra en el cine y en el teatro es ya patrimonio de nuestra cultura.
Puede haber contradicciones y en cualquier parte el director de un 
teatro puede decidir si presentar o no una obra, si suspenderla o 
continuar su representación, el caso anómalo está en que si hubo 
supervisión previa con respecto a su contenido y puesta en escena, qué 
responsabilidad tienen los censores en la situación creada luego del 
estreno. El teatro en Cuba está auspiciado por el Ministerio de Cultura 
y responde a una política cultural cuyo diapasón debe ser tan amplio 
como el reconocimiento de la capacidad de discernimiento de un público 
nacional al que oficialmente se le reconoce su nivel educacional, 
político y cultural. Entonces, ¿por qué la censura a la adaptación y 
puesta en escena de una obra que de por si tiene un alto contenido de 
provocación perfectamente compatible con la función estremecedora de un 
arte que pretende romper tabúes, conmover y convocarnos a pensar, a 
tomar partido a favor o en contra de su propuesta?
¿Tenemos o no un público culto y comprometido con las ideas y principios 
revolucionarios capaz de sacar sus propias conclusiones para aprobarla o 
rechazarla? ¿Qué verdadero sentido constructivo tiene una censura 
excluyente sin que medie el debate entre todos aquellos que realizan esa 
actividad artística y que potencialmente están sujetos a la misma 
arbitrariedad?
Cuando 25 años atrás se dictó la censura contra el filme de Daniel Díaz 
Torres, Alicia en el pueblo de Maravillas, y se dio la orientación a 
militantes del Partido Provincial, sito en M y 23, de acudir al cine 
Yara para, durante su exhibición, "salirle al paso a cualquier 
manifestación de aprobación contrarrevolucionaria", apareció en la 
primera página del periódico Granma una nota oficial en la que se 
anunciaba que por decisión del Consejo de Estado el ICAIC quedaría bajo 
la supervisión del ICRT.
Esto significaba que el Instituto de cine nacional perdía la relativa 
autonomía de decisión política para la aprobación de su producción de 
cine, la que hasta  entonces le había permitido realizar una producción 
de filmes y documentales que hoy pudiéramos considerar como diagnóstico 
de los males que con el Período Especial se agudizaron hasta el grado de 
hacer sonar la alarma de la necesidad imperiosa de realizar los cambios 
y aperturas que hoy tardíamente vivimos.
En aquel momento los cineastas nos reunimos para protestar contra 
aquella decisión que descalificaba el filme, a su director y disolvía al 
ICAIC. La película no era contrarrevolucionaria, tampoco su director ni 
ninguno de los que echamos rodilla en tierra para defender ese espacio 
artístico con propuestas críticas, todas enfiladas contra el dirigismo 
burocrático, reductor y autoritario, precisamente similar al mismo que 
causó el mal llamado "desmerengamiento" del Campo Socialista (1). Allí 
estaban directores como Santiago Álvarez, Tomás Gutiérrez Alea y otros 
más que avalaban con su trayectoria artística el respaldo a la 
continuidad de esa vertiente crítica que siempre confrontó el acoso y 
repudio de esos veladores del cáliz, prístino e impoluto, de esa 
ideología sin salvadores supremos, sin César ni burgués ni Dios… hoy, 
digamos que un tanto controvertida en la aplicación práctica de las 
leyes de la dialéctica.
Y, gracias a esa resistencia se pudo seguir haciendo ese cine que nunca 
le dio la espalda a la realidad y que hasta hoy mantiene intacta su 
rebeldía contra los ukases y diktats burocráticos. Así también lo 
confirma nuestra protesta por la pretensión de excluirnos en la toma de 
decisión ante la supuesta reestructuración del ICAIC (2)  y la 
insistencia preterida durante más de dos años para que se cree una ley 
de cine que avale el reconocimiento de una producción independiente y un 
instituto de cine que promueva y proteja el cine nacional y no que lo 
monopolice y controle, porque ya no hay con qué…
El caso Cremata entra dentro del debate ideológico que ha marcado el 
destino de un proceso que necesita mantener despierta la memoria 
histórica de su quehacer cultural para no seguir cometiendo y soportando 
errores que vulneran ese valioso tesoro cultural, termómetro crítico que 
ninguna censura logrará desconectar mientras seamos capaces de actuar en 
consecuencia y compromiso con nuestro deber ciudadano.
  Enrique Colina
(1).- Porque fue con el mismo martillo de la hoz que se rompió el Muro 
de Berlín, vale decir que fue por el descreimiento y la disfuncionalidad 
política del modelo soviético, en cuya entraña yacía, desgastada y 
carcomida, la esencia revolucionaria de su origen.
(2).- Existe la pretensión oficial de legitimar instituciones 
erosionadas por un devenir que ha sobrepasado su capacidad de 
readaptación funcional para dar respuesta a nuevas exigencias impuestas 
por un presente muy distinto al que motivó su origen. Véase el 
documental Que me pongan en la lista…
Source: Cineasta cubano Enrique Colina condena censura al teatrista Juan 
Carlos Cremata - 
http://www.martinoticias.com/content/enrique-colina-defiende-a-cremata-cuba-censura-oficial-/108076.html
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