La oposición sin programa es un fantasma político
JOSÉ A. QUINTANA DE LA CRUZ, Pinar del Río | Julio 31, 2015
La oposición cubana está urgida de unidad, de liderazgo y de un programa
de gobierno. También precisa del conocimiento objetivo de la proporción
de la sociedad que la acompaña, es decir, de su capacidad real de
convocatoria.
En los últimos meses, algunos representantes de la oposición se han
reunido para consensuar las pautas del camino ético por el que
transitarían los cambios hacia la democracia y para, mediante una
misiva, solicitar al papa su intermediación para un posible diálogo
entre la sociedad civil y el Gobierno. Han realizado otros contactos en
el país y en el exterior para aunar criterios en cuanto a la conducta a
seguir ante la nueva situación creada por el restablecimiento de
relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Pero eso no basta.
Es hora de que se hagan visibles los líderes de la oposición, que sean
conocidos por la sociedad real entera. Es tiempo de que el consenso pase
el umbral de lo mínimo y comience a servir objetivos superiores. Es el
momento para que las personas más capaces y de mayor prestigio dentro de
la sociedad adversa al Gobierno sean promovidas por sus
correligionarios. Las causas sin líderes no prosperan. Y solo la unidad
de las decenas de grupos, partidos y personalidades que adversan al
Gobierno las hará adelantar. Los intereses del cenáculo deben ceder a
los del ágora porque, parafraseando a José Martí, "es la hora del
recuento y de la marcha unida".
Hace 50 años la división derrotó a la contrarrevolución cubana. En los
años sesenta del siglo pasado, más de 300 organizaciones
contrarrevolucionarias operaron en el país halando cada una la brasa
para su sardina. La ambición, el recelo y el ansia de poder de los
pequeños líderes de las organizaciones clandestinas contribuyeron
decisivamente a la eliminación total de las mismas por parte del
Gobierno. ¿Es capitalizable esta experiencia?
Hoy no son (ni deben ser) organizaciones clandestinas y violentas las
que adversen a la revolución. Ni el espíritu de revancha y venganza lo
que las motive. Es la reconstrucción de Cuba y la reconciliación de los
cubanos lo que concita el esfuerzo para establecer el diálogo y las
acciones políticas encaminadas a restablecer la democracia y mejorar la
vida del pueblo. Y es la unidad la condición necesaria para lograrlo.
Unir los grupos y las organizaciones y poner al frente de la estructura
unitaria líderes serios, cultos, patriotas y con capacidad y carisma
para influir en los ciudadanos y hacerse querer. Claro que, para esto,
algunos tendrán que deponer ambición y vanidad. Cuba primero y "yo"
después. Aunque sé que hay quienes, como el Satán de Milton, prefieren
dirigir en el infierno que servir en el cielo. O como Sancho Panza, que
encontraba bueno mandar aunque fuera en un hato de vacas.
Logrados la unidad y el liderazgo, se hace imprescindible ofrecer al
pueblo un programa de gobierno. Líderes sin propuestas concretas o sin
mostrar las cartas o jugando con naipes marcados no acopian voluntades.
Hasta hoy, la política de oposición ha perseverado en dos planos de
acción, uno de elevadas reflexiones y otro de poca o ninguna altura
reflexiva. En el primero se habla de estrategias y se discuten teorías:
el neoliberalismo, el error humano que significa el marxismo, la
sociedad civil, la democracia, el mercado y una larga cadena de
etcéteras más o menos teóricas. Es correcto debatir estos temas. Son,
para la conciencia actual, lo que fueron para la burguesía francesa las
prédicas de los enciclopedistas: una preparación de las cabezas para el
cambio. Pero este debate no lo entiende todo el mundo y a muchos no le
interesa.
En otro nivel, mucho más bajo, se hace la crítica sistemática de los
errores y deficiencias prácticas del socialismo real: economía fallida,
violaciones de derechos, burocracia, suciedad, desabastecimiento
crónico, derrumbe de edificios, pérdida de valores y otra cadena de
etcéteras. En ocasiones es tan bajo el nivel de la crítica que se torna
grosero e infamante para las personas, lo que demerita al crítico y lo
coloca moralmente por debajo del criticado. Se pierde clase y elegancia
polémica.
Los dos niveles anteriores funcionan como armas de la lucha ideológica.
Si nadie los organiza, surgen espontáneamente, sobre todo la crítica de
la realidad. Pero hacen falta propuestas concretas para instrumentar las
reflexiones de los pensadores y resolver los problemas que el pueblo
critica porque los sufre en carne propia. Un programa de gobierno
abarcador y no prolijo, con objetivos claros y alcanzables en los que el
pueblo identifique sus aspiraciones sin lugar para las dudas.
Algunos ejemplos. ¿Cómo trataría un frente amplio de oposición el tema
de las relaciones con China, Rusia, Venezuela, el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional? ¿Qué haría con el monopolio del comercio
exterior y con la base naval de Guantánamo? ¿Qué haría la oposición, si
llegara a ser Gobierno, para resolver los agudos problemas de
alimentación, vivienda, transporte y agua que padece la población? ¿Qué
haría con las estructuras de salud pública y con los miles de médicos en
el extranjero? ¿Qué medidas tomaría con el sistema actual de educación?
¿Cómo sería el Banco Nacional y como funcionarían las finanzas de la
nación? ¿Qué tratamiento se daría a la inversión extranjera? ¿Qué
pasaría con los sindicatos, las Fuerzas Armadas y las del orden
interior? ¿Cómo se tratarían el desempleo y la inflación de los primeros
años?
La relación anterior es solo una muestra de los problemas cuya solución
debe programarse. El Gobierno ejecuta un proyecto por todos conocido y
padecido. Ese proyecto ha sido objeto de una crítica tenaz. Ahora
corresponde a la oposición mostrar al pueblo el programa que resolverá
los problemas que el Gobierno ha creado y no ha sabido o no ha podido
resolver. La oposición sin programa es un fantasma político.
Source: La oposición sin programa es un fantasma político -
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