Cuando seas rey, cuando seas verdugo
Regina Coyula | La Habana | 1 Jun 2013 - 8:46 am.
Muchas de las víctimas de la política que Luis Pavón Tamayo representó
prefieren verlo a él como único responsable.
Solo conocí a Pavón por referencias. Conversando con mi marido, Rafael
Alcides, y con amigos, casi nunca fue mencionado directamente.
Hablábamos de "el pavonato", esa etapa oscura que se ventiló por primera
vez en el atisbo de libertad que conocemos por "guerrita de los email".
Alcides, por razones personales, no visitaba la UNEAC en la época gris
imprecisamente denominada quinquenio; tampoco era publicado. Su único
acercamiento editorial en aquella época fue una novela que entregó para
su evaluación... y se perdió. Por alguna caja en el cuartico de trabajo
de casa, anda la correspondencia mecanografiada de ida y vuelta suya
reclamando su original, y de la editorial Unión con respuestas sin
respuesta. Alcides no ha podido sacarse de la cabeza que su novela
terminó en la gaveta del compañero que atendía la UNEAC.
Pero ese no es el cuento. Alcides vino a conocer a Pavón en 1987, cuando
ya era un defenestrado, un oscuro funcionario que rumiaba su "truene", y
que se ofreció a acercarlo en su Lada desde el Centro Wifredo Lam, en la
Habana Vieja, hasta la casa. Como el trayecto daba tiempo a una
conversación, Pavón se quejó de que los escritores que habían sufrido el
rigor del Quinquenio Gris, la mayoría amigos de mi marido, lo trataban
con desprecio, le hacían desplantes; humillación sumada a la humillación
de que, como funcionario de Relaciones Internacionales de la UNEAC,
había tenido que cargar la maleta de personalidades a las que otrora
recibiera como presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC).
Alcides, que en efecto era amigo de muchas víctimas de la política de la
parametración y la exclusión, le respondió que era lógico y Pavón
debería entenderlo. A lo que Pavón respondió que solo había cumplido
órdenes. "Hay órdenes que no deben ser acatadas si quieres ser salvado
por la memoria histórica", le dijo mi marido. "¡Pero es que yo soy un
militante disciplinado!", fue la respuesta. "Pues los verdaderos
militantes deben saber decir no", le dijo Alcides.
Cinco años después, volvieron a encontrarse en casa de un amigo común.
Ya Pavón estaba jubilado y le recomendó con entusiasmo especial la
novela búlgara Cuando seas rey, cuando seas verdugo. Alcides no la
conocía, por lo que la tercera —y última— vez que se vieron, Pavón le
regaló un ejemplar. A Alcides sobre todo le interesó qué habría querido
decirle Pavón: ¿en cada rey siempre hay un verdugo?, ¿cada rey tiene su
verdugo?
El programa televisivo Impronta rescató a Luis Pavón Tamayo del olvido
para peor, y el silencio ahora ante su muerte física confirma su muerte
civil hace años ya. Las víctimas de la política que él representó se
sienten cómodas entre reconocimientos, viajes y premios; prefieren hacer
a Pavón el blanco de todos los dardos. Ellos saben que Pavón no
improvisaba, y si hubo alguna disculpa oficial, sería extraoficial e
individual. El militante disciplinado encarna al rey como objeto de todo
el odio.
Leopoldo Ávila, el alias que martirizó a la intelectualidad desde las
páginas de Verde Olivo, no fue una sola persona. Eso puede atisbarse en
la disparidad de estilo de sus artículos; sin embargo, la saludable
memoria selectiva de que gozan los restituidos prefiere ver solo a Luis
Pavón Tamayo como verdugo.
Alcides lo recuerda como un hombre de hablar bajo, agradable y educado
sin ser pedante. Un poeta prescindible, aunque con sensibilidad. Un
recuerdo fugaz y amable. En definitiva, él vino a conocerlo cuando ya no
era rey ni verdugo.
http://www.diariodecuba.com/cuba/1370033190_3529.html
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